“Sólo un animal que sufre podría haber inventado la risa”, dice Nietzsche, y nos ofrece pistas para pensar dos aspectos propios de nuestra condición humana: la risa y el dolor.

Nietzsche nos induce a pensar que la posibilidad de reír constituye una marca propia de lo humano, son formas de comunicación no-verbal que expresan estados de ánimo similares en todas las culturas. Si bien también algunos animales pueden reír, el sentido del humor parece ser una capacidad propiamente humana, puesto que requiere de una sofisticada actividad intelectual reservada exclusivamente a nuestra especie. 

Es que el humor en todas sus variantes pone en juego la capacidad de comprender una situación, un estado de cosas y de interpretar el desajuste entre situación y libreto. Incluso los gags visuales más simples requieren reconocer un contexto y entender una situación para advertir lo ridículo del caso que puede despertar la hilaridad; hasta el chiste fácil y la escena más simple de una película sólo causan gracia cuando podemos entender el marco de la situación o del relato.

Es así que el humor, en tanto participa de la función simbólica del lenguaje, pone en juego nuestra capacidad de interpretar: nos conduce a ejercitar un trabajo hermenéutico, un proceso de reconstrucción de un sentido oculto. Nos exige comprender, por lo tanto tiene la capacidad de hacernos pensar. Esto se hace patente cuando no entendemos un chiste del que otros se ríen y nos damos cuenta de que hay un algo que se nos escapa; advertimos ahí que hay algo que no estamos entendiendo y tratamos de descubrir un sentido que no es literal. En este aspecto, el humor tiene el poder de ocultar y desocultar sentidos, por esto puede resultar una poderosa herramienta para ejercer la crítica.

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Cristina Bosso - Doctora en Filosofía, profesora de Antropología Filosófica de la UNT.