Sócrates: No te burles, ni hagas lo que esos cómicos miserables. (Aristófanes, Las nubes)

La historia, que es pródiga en invenciones, nos ha dado autores que ejercitaron un tipo de excentricidad cultivada o una cierta forma de delirio. Tengo la impresión de que se podría armar una tradición frondosa con los diversos casos de autores y obras que se valen de la burla filosófica o literaria como estrategia fundamental para su composición.

Podríamos incluir a Aristófanes (Las nubes), Borges (“Tlön Uqbar Orbis Tertius”), Kurt Vonnegut (Payasadas), Roberto Bolaño (La literatura nazi en América), Stanislaw Lem (Biblioteca siglo XXI), Juan Rodolfo Wilcock (La sinagoga de los iconoclastas), Juan Sasturain (Pirse, el improbable) y Arturo Serna (Esmerada autobiografía).

Estos fabuladores han inventado autores, han fabulado nombres de libros, han propuesto teorías disparatadas y citas equívocas.

Si un autor se encuentra cuerdo y escribe un libro demencial, ¿por qué lo hace? ¿Cuál es el propósito?

En un libro demencial el autor inventa y juega e, incluso, produce humor con su estrategia demencial. Macedonio Fernández es un caso paradigmático de burlista sin sueldo.

En cambio, Leibniz es un delirante no buscado con su teoría de la armonía preestablecida.

En su Cándido, Voltaire (otro humorista mal pagado) se encargó de narrar la parodia de la filosofía optimista.

Gallina y luna

En un relato de El estereoscopio de los solitarios, Juan Rodolfo Wilcock se ríe de los lectores de las editoriales: una gallina intelectual sólo mira su gallinero estético y se come los manuscritos que no le gustan. Stanislaw Lem sigue los pasos de Borges en el trabajo con la ficción teórica. Inventa un libro inexistente y escribe un comentario sobre ese libro. En la crítica fabulada, Lem supone que los editores del extraño libro lo envían a la luna con un lector automático. Lem inserta su humorada sarcástica: dice que el lector mecánico hace lo mismo que los lectores profesionales de las editoriales: leer irreflexivamente.

Pensamiento

La burla es una forma del humor entendido en un sentido amplio, como un juego extendido. El delirio, ya sea como efecto de la enajenación o como logro consciente, también puede disparar la risa. La burla y el delirio no son operaciones simples, sino que pueden ser vistos como los bordes del humor, allí donde empieza la vida sin humor o sencillamente la falta de crítica. El extremo opuesto del humor no es la solemnidad sino la escasez de análisis. El humor, tengo para mí, es una posibilidad de juicio reflexivo por otros medios e implica un pensamiento indirecto o sintético sobre las cosas.

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Fabián Soberón – Escritor, crítico y docente.