Difícilmente olvidemos la secuencia de imágenes que desde el jueves por la noche se repite en todas las pantallas. Es un video vertical, filmado con un celular, donde se ve el rostro de la vicepresidenta Cristina Fernández apuntado con un arma. Es una cámara subjetiva, como si el propio agresor hubiese elegido el plano para que allí se vea cómo su mano aprieta dos veces el gatillo contra una de las principales figuras políticas de nuestro país. El video se viraliza, se expande, llega a todos en cuestión de minutos y conmociona en medio de la madrugada. Es el intento fallido de un homicidio, el registro de un atentado como nunca antes se ha visto en nuestra historia.

Se conoce como bucle a la posibilidad que tiene un video de repetirse hasta el infinito. Una secuencia de pocos segundos se convierte en un relato con sentido propio, a pesar de su escasez de recursos. Este formato domina hoy en las plataformas y TikTok dio el puntapié que luego replicaron las demás redes sociales. Algún ingeniero chino entendió que esta forma de contar el mundo nos seduciría hasta el hartazgo. Puede que nos hipnoticen y sean una especie de mantra audiovisual, pero a la vez nos devuelven un significado distinto con cada repetición. Con cada ciclo vemos cosas diferentes, estudiamos los movimientos, nos anticipamos a los hechos y los entendemos de otra forma.

El video del ataque a Cristina Fernández se convirtió en portada de sitios de noticias nacionales e internacionales. Ese “loop” resumió un ataque, el odio, el error del atacante y la confusión de su atacada. Pero además condensa un escenario político que con los días se fue convulsionando y terminó en un gravísimo hecho para nuestra democracia. Es sin dudas la secuencia más violenta que presenciará la generación de jóvenes nacidos en democracia, la generación que hoy consume cientos de videos a lo largo de su jornada.

Dos horas después del ataque contra la vicepresidenta, en Instagram ya habían sido creadas al menos cinco cuentas falsas de Fernando Andrés Sabag Montiel, el hombre acusado de haber intentado asesinar a la mandataria. Algunos perfiles estaban cerrados, otros en cambio ya tenían fotos publicadas. Aparecía el hombre de 35 años en situaciones cotidianas, selfies, retratos y otras poses. Sin embargo, era evidente que dichas imágenes habían sido subidas en los últimos minutos. Lo curioso además era que dichas cuentas ya tenían seguidores, personas reales que querían saber más del hombre del que todos hablaban.

¿Quién es capaz de crear un perfil falso de esta persona? ¿Por qué lo hace? ¿Quién es capaz de seguirlo, sin importar si es apócrifa o no su cuenta? El acusado de intentar matar a Cristina se convierte en una personalidad para las plataformas y las búsquedas de su nombre se disparan de inmediato en Google desde la madrugada. La tragedia tiene nombre y apellido pero también presencia en las redes. Y seguidores. En menos de dos horas se construye otro relato, ya no el que se ve en el video que a todos impacta, sino del otro lado de la cámara. La historia de Sabag Montiel comienza a armarse como un rompecabezas, con sus tatuajes, sus apariciones en televisión y sus preferencias musicales. En medio de la confusión, los usuarios intentan atar cabos para saber quién es quién esa noche.

Hacia el final de la extenuante jornada aparece el Presidente. Alberto Fernández emite finalmente una cadena nacional en la que expresa su repudio ante el atentado e intenta buscar responsables de un hecho violento inédito. Sin embargo, de sus palabras quedará resonando la palabra “feriado nacional”. Otra vez el desconcierto inunda las redes pobladas de los que aún no se pueden dormir. Todos preguntan por las clases en las escuelas, el trabajo, los colectivos y los bancos. Nadie sabe nada. Si hasta hace poco la palabra “democracia” lideraba las tendencias en Twitter, en pocos minutos la grieta vuelve a florecer: “#NoAdhieroAlFeriado” o “#TodoArmado”, son las nuevas palabras claves de la conversación digital. Luego vinieron los memes, desafortunados todos, que circularon por grupos de Whatsapp aludiendo a un supuesto humor sin registro de la gravedad institucional de las últimas horas.

En las redes todavía no hay respuestas para este momento. Quien intente buscar certezas fracasará con seguridad, pues se topará con un océano de discursos encontrados. El magnetismo de los videos, las tendencias y las cuentas falsas por ahora solo siguen desconcertando a cualquier avezado.