Cada vez que juegan Los Pumas, en algunos grupos de Whatsapp en los que se mezclan futboleros y aficionados al rugby empiezan las bromas y las chicanas: “¿Otra vez una derrota digna?” “¿Hasta cuándo vamos a seguir festejando que perdimos por menos que la última vez?”. Seguramente, el sábado pasado muchos bromistas optaron por un silencio prudente. El histórico, soberbio y los muchísimos adjetivos más que le caben al triunfo que lograron los argentinos sobre los All Blacks nada menos que en Nueva Zelanda los dejó sin argumentos. Si bien no están pasando por su mejor momento, los neozelandeses eran, hasta hace no mucho, para Argentina -y para varias selecciones más- un emblema de lo invencible, del obstáculo insalvable, una especie de personificación del “contra ellos no se puede”. Hoy, con este segundo triunfo puma en menos de dos años (el primero ocurrió durante el pandémico 2020 en Sidney), el paradigma cambió.

Salvando las gigantescas distancias entre un acontecimiento deportivo y la vida cotidiana de millones de argentinos, es ese el contexto desde el cual este triunfo parece interpelarnos. Casi como en un relato épico plagado de clichés, un grupo de personas (deportistas, en este caso) se planta en bloque frente a un adversario más poderoso y logra lo inesperado: vencerlo de manera contundente. Tal vez constituya un buen espejo en el cual mirarnos.

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Cuando se observa lo que ocurre en la esquina de Juncal y Uruguay da la impresión de que, desde hace unos 10 días, los límites del país se redujeron a unas cuantas manzanas del barrio de Recoleta, en Buenos Aires, donde vive la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es como si en estos últimos días se hubiese multiplicado por mil o más el centralismo que tanto daño le ha generado a nuestro país ¿A quién le importa ese acampe de la militancia k en un barrio que ya perdió el brillo y muchos de los quilates de la riqueza de antaño (tal como refleja el recomendable artículo que publicó ayer en el diario La Nación José Claudio Escribano)? Solo al microclima de la política. Allí se están dirimiendo luchas de poder tanto en el oficialismo como en la oposición que están desacopladas de las urgencias de una sociedad que mira por televisión el espectáculo con indiferencia y hasta quizás con hartazgo.

Mientras esto ocurre en Buenos Aires, en Tucumán hay padres que están pensando seriamente en buscar lugar para sus hijos en escuelas públicas porque ya no les alcanza para pagar la cuota del colegio privado; también hay productores agropecuarios que atraviesan enormes dificultades para trabajar el campo porque los caminos son un desastre (al respecto, dirigentes de Apronor subieron un video a Instagram para mostrar el estado en el que se encuentra la ruta 321, conocida como la de “la producción”; si por esa traza tan importante ya casi no pueden circular ni los camiones, no es difícil imaginar lo que ocurre en las vías secundarias y terciarias); al mismo tiempo, los transas están aniquilando generaciones enteras en muchos barrios, mientras que la contaminación, la inseguridad atroz y la falta de infraestructura reducen drásticamente la calidad de vida, e inducen a cada vez más jóvenes a tomar la decisión de partir. Pero a la luz opaca de la política argentina da la impresión de que nada de esto importa, porque los ojos de buena parte de la clase dirigente -que es la que debería definir el rumbo para salir de esta malaria- están puestos en Juncal y Uruguay. Y por ahí no pasa el futuro, sino este presente que agobia y que aniquila esperanzas.

Hagamos un ejercicio: intentemos trazar un paralelismo entre esa composición política y grotesca que se instaló en Recoleta con aquellos All Blacks que hasta hace no mucho parecían invencibles dentro de una cancha de rugby. Vale preguntarse: ¿si a fuerza de trabajo en equipo, dedicación y compromiso Los Pumas lograron torcer la historia es realmente imposible revertir una realidad tan decadente como la que atraviesa el país?

Repensar la derrota

Aunque a esta altura ya parezca imposible revertir nuestra tendencia a poner todo en términos de blanco o negro, Los Pumas también aportan otro motivo para reflexionar ¿El que no gana siempre es un fracasado? ¿O deberíamos empezar a mirar la derrota con otros ojos? ¿Qué podemos sacar de ellas? ¿Qué entendieron los jugadores argentinos de los incontables partidos perdidos frente a los All Blacks para poder empezar a ganarles? ¿Seremos capaces de aprender algo de las crisis que nos vuelven cada vez más pobres para no repetirlas, para tomar mejores decisiones en las urnas, para exigirle mucho más a nuestros representantes que hoy se mueven tan cómodos en la mediocridad?

Si tantas veces se ha hablado de “derrota digna” para calificar (a veces con ironía) algunos de los inapelables resultados que los All Blacks solían imponer a los argentinos, el sábado eso ha cambiado.

Líderes que no lideran

Es interesante detenerse un momento en los líderes y en el rol que cumplen en sus entornos. Michael Cheika es el head coach de Los Pumas (el DT, si lo llevamos a términos futbolísticos). Es australiano. Sin embargo, quienes están cerca suyo resaltan el esfuerzo que viene haciendo desde que asumió por aprender español y, de ese modo, llegarles de mejor modo a sus dirigidos. Dicen que a veces se le mezcla con el italiano, que aprendió durante su carrera como jugador, pero que sus progresos con nuestro idioma son notables. También son destacables los resultados que obtuvo el equipo desde que él está a a cargo: disputaron seis partidos y alcanzaron cuatro victorias (dos frente a Escocia, una frente a Australia y la última frente a Nueva Zelanda) y dos derrotas (Escocia y Australia). Si bien es relativamente poco el tiempo transcurrido, todo parece indicar que la influencia de este líder es positiva.

El consultor estadounidense Jim Selman -quien, entre otras cosas, asesoró al Gobierno de Canadá- invita a pensar el liderazgo como la expresión de la responsabilidad individual frente a la creación del futuro. “Pasar del ‘aquí no van a cambiar las cosas dado que…’ al “qué sucedería si…’ requerirá tomar acciones diferentes a las que normalmente realizaríamos y desafiar la mayoría de nuestros puntos de vista básicos acerca de la naturaleza de nuestra ‘realidad’”, instruye en un artículo.

¿Se adaptan a esta idea las figuras de Alberto Fernández, Cristina, Juan Manzur, Sergio Massa, Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Osvaldo Jaldo, Germán Alfaro, Roberto Sánchez y tantos otros? ¿O parecen más concentrados en mantener un statu quo que nos va llevando al borde del abismo? No hay que olvidar que el vodevil de Juncal y Uruguay no tiene como único protagonista al oficialismo encolumnado detrás de la vicepresidenta en guerra contra la Justicia; también representa un papel importante la oposición, que se desangra en luchas internas por el poder.

Una vez más, Los Pumas nos ofrecen otro espejo para interpelar a aquellos que hoy se presentan como líderes políticos frente a los atribulados argentinos: es el del grandote Cheika y su remarcable esfuerzo por ponerse al servicio de sus dirigidos.