POESÍA

HOTEL CARBALLIDO

ROGELIO RAMOS SIGNES

(Libros del Hangar - Tucumán)

Lo primero que me trajo este nuevo libro de Rogelio Ramos Signes fue la imagen de una pintura de Hopper que muestra a una mujer en un hotel de paso, a la espera de alguien con quien seguramente ha convenido un encuentro. Por la ventana la inmensa llanura, la soledad y la trompa de un auto que acaba de estacionar. En la habitación ella espera al borde de la cama con una valija pequeña, todavía sin desempacar.

“Y entonces apareció frente a mí, / así, surgido de la nada, / como un fantasma apto para chicos buenos, / con su puerta sin alardes, pero insinuante, / con su pérgola apaciguadora, / con sus sillas reposeras, / y una mano afectuosa / acercándome un trago de vaya a saber qué  / pero exquisito. / Así empezó nuestro romance. / Señoras y señores: / bienvenidos al Hotel Carballido”.

La asociación sucede pronto, mucho antes de llegar al poema en el que aparece mencionado Hopper y la referencia a su rara sobriedad afectiva, lo que brinda, por supuesto, más claves de lectura. El leitmotiv que organiza este libro, es un hallazgo y sostiene todo. El hotel Carballido. El ombligo del mundo, un Aleph, (“¿Cuál es el punto donde se cruzan todos los caminos incluyendo los visibles? ¿Y si el ombligo del mundo es la habitación 27 del Hotel Carballido?”) que condensa y desde el que se despliegan todas las comunes cuestiones humanas; las preocupaciones e intereses de un hombre entre los hombres, en el apretado nudo de los días. “Nada puede decirnos con exactitud en qué punto del planeta se encuentra este hotel. Nada puede indicarnos con precisión dónde se toca nuestra historia con esta acuarela”, pero el lugar tiene sin duda una raigambre, una genealogía, un hombre llegado de Pontevedra, un escudo de familia; su hija, y la hija de su hija, y las hijas de esas hijas.

Hace muchos años que leo a Rogelio Ramos Signes, su poesía y su narrativa, incluso en algún momento (fugaz) de editora, incluí en una colección a mi cargo su novela En busca de los vestuarios. Mirando hacia atrás y leyendo hoy este libro puedo ver cómo pasan por un hotel, a la vez imaginario y absolutamente real, todos los asuntos de sus libros anteriores. Pero hay aquí un giro, un algo de espectáculo, de levedad y ligera diversión, un malabarista que ofrece lo suyo como quien está ya de regreso, con disimulada contención de lo emotivo y con ese toque irónico que les viene tan bien a los poemas.

“Señoras y señores: bienvenidos”, dice el presentador en el primero de los poemas, como quien nos abriera las puertas de la magia. Pero bajo ese disimulo, habita la melancolía de libros anteriores, el tiempo detenido, la soledad que no se calma (“no hay animales en medio del desierto, salvo veloces lagartijas que van de la arena a la arena sólo por no tenderse a morir”), la tristeza (“ha llorado toda la noche. ¿Quién la engaña?”), lo cotidiano, lo imprevisible (“ha llegado sin maletas y no sabemos de dónde viene”) y la oscuridad y el miedo que a todos nos asiste (“no sabemos qué esconde en ese cuaderno, pero no nos preocupa”). Se habla de la vida de un hombre escondido bajo el yo plural; de la vida y, por cierto, de la escritura, de su añoranza de palabras (“Voy a decir: pedernal, terraplén… / voy a decir pérgola, maquila, contertulio. Con pretensión de poesía voy a decirlas, como quien tira una flecha a la luna… / Voy a decir: azafrán, cobertizo, retortuño, palabras cercanas a mis mejores recuerdos. Resignado a no tener asiduos voy a decir: caterva, ombligo, y el verbo ensimismar y la letra de alguna canción todavía no escrita y el Salmo 35 que dice “ponte la armadura, toma el escudo y ven a socorrerme”).

En Hotel Carballido se habla de la poesía, se hace al mismo tiempo un arte poética y un arte vital que organiza los textos, se confiesa que “no es fácil mantener un jardín en el desierto. Agua. Abono. Paciencia. No es fácil un jardín sin la complicidad del cielo”, aunque el viaje entre las dunas bien valga el esfuerzo. Y se habla de la sinuosa construcción de una identidad: el San Juan de sus amores, ese desierto donde crecen las raíces, aunque no esté el árbol, ese donde “calmó su sed el hijo de una difunta célebre”, el de los huarpes reciclado en Europa que regresa y el de las ráfagas de arena que el Zonda trae hasta la galería que mira al Sur, en la inmensidad de la nada.

“Aquí me convertí en el edecán de tus caprichos. ¿Quién es la mujer que en sueños visita mi cama? ¿Cuál de los dos (ella o yo) despertará primero o se derrumbará sobre el otro desde ningún paisaje?” Como una mujer esquiva, tampoco la poesía “quiso formalizar una actuación en la pequeña salita de cámara”. Es notable cómo pasa Ramos Signes desde lo más cotidiano a lo más hondamente existencial, en ese balanceo, esa oscilación que no es sino balance de lo vivido y de lo escrito. “¿Dónde seguirá esta historia? ¿Tendremos una historia? ¿Tuvimos una historia?” se pregunta el maestro de ceremonias con preguntas que también a mí, compañera suya de generación, mucho me interpelan.

© LA GACETA

María Teresa Andruetto