El 29 de agosto se cumple otro aniversario del natalicio de Juan Bautista Alberdi, el más ilustre de los abogados tucumanos en su condición de padre de la Constitución Nacional. En honor a la vida y a la obra de Alberdi es que el día de su nacimiento es también el Día del Abogado. A modo de preparación para esta efemérides, se suele reflexionar sobre una profesión de cuyo prestigio, sapiencia y ética depende el acceso a la justicia.

Alberdi estaba persuadido de que abogados puede haber muchos, pero que sólo son dignos del título los que entienden la dimensión social del derecho. Esta idea está en la cabeza del autor de Las Bases desde su juventud y a ella dedica la obra que comienza a revelar su capacidad intelectual fuera de serie. “Dejé de concebir el derecho como una colección de leyes escritas. Encontré que era nada menos que la ley moral del desarrollo armónico de los seres sociales; la constitución misma de la sociedad y el orden obligatorio en el que se desenvuelven las individualidades que la integran. Concebí el derecho como un fenómeno vivo que era menester estudiar en la economía orgánica del Estado. De esta manera la ciencia del derecho, como la física, debía volverse experimental, y cobrar así un interés y una animación que no tenía en los textos escritos, ni en las doctrinas abstractas”, escribe Alberdi en el prefacio del “Fragmento preliminar al estudio del derecho” (1837).

Insistía en que “saber leyes no es saber derecho”: “conocer la ley… no es solamente conocer sus palabras, sino su espíritu”. Y afirmaba que los abogados debían ser filósofos que se preguntaran de dónde salieron las leyes, cuál es su misión y a dónde conducen.

Alberdi estaba tan convencido de que el ejercicio cabal de la abogacía exigía un método filosófico: “los que, pensando que la práctica de interpretar las leyes no sea sino como la práctica de hacer zapatos, se consagran a la jurisprudencia sin capacidad ni vocación, deben saber que toman la actitud más triste que pueda tenerse en el mundo. El derecho quiere ser concebido por el talento, escrito por el talento, interpretado por el talento. No nos proponemos absolver el vicio, pero no tenemos embarazo en creer que hace más víctimas la inepcia que la mala fe de los abogados”.

La razón y las razones fueron parte de las obsesiones de Alberdi. En su cabeza vibraba la necesidad de instituir un ordenamiento para pacificar y democratizar a los pueblos que se desangraban en las guerras intestinas que acaecieron tras la Declaración de la Independencia en Tucumán. “Nuestros padres nos dieron una independencia material: a nosotros nos toca la conquista de una forma de civilización propia, la conquista del genio americano (…). Esta nueva conquista deberá consumar nuestra emancipación. La espada, pues, en esta parte cumplió su misión (...). Entramos en el reinado del pensamiento (...). La inteligencia es la fuente de la libertad: la inteligencia emancipa a los pueblos y a los hombres (...). Difundir la civilización es acelerar la democracia. (...) Si, pues, queremos ser libres, seamos antes dignos de serlo. La libertad no brota de un sablazo, sino que es el parto lento de la civilización”, escribía.

Las enseñanzas del jurista siguen siendo tan válidas hoy como lo fueron en aquel momento. Alberdi entendía que las armaduras del derecho requerían un alma sensible para comprender el sufrimiento humano y dar soluciones justas a los conflictos, y para comprender las consecuencias nefastas de los abusos y contener al poder con instituciones fuertes.