Según informa la página mundialdelalfajor.com, el término alfajor proviene del árabe Al-Hasú, cuyo significado es “el relleno”, y tradicionalmente consistía en una base de pasta de almendras, nueces y miel. Luego fue introducido en España cuando los árabes invadieron la península Ibérica y por cientos de años de influencia árabe, la cultura española los adoptó junto con otras preparaciones y recetas típicas.

Con las inmigraciones españolas a nuestro país, el Al-Hasú comenzó a encontrarse en algunas confiterías pero sin mucha demanda más que aquellos españoles que estaban acostumbrados a esa pieza pastelera.

Hasta ese momento el alfajor, también llamado tableta era rectangular. La forma redonda que lo llevó a la fama fue creada por el químico francés Augusto Chammás cuando en 1869 inauguró en Argentina una pequeña fábrica dedicada a la confección de dulces y confituras.

Desde entonces el alfajor creció hasta convertirse en una golosina favorita, que gana adeptos todos los días. En la década del 80 el mercado del alfajor creció 600%. Hoy está presente en todos los kioscos ,almacenes y casas de pastelería, en la mano de cientos de vendedores ambulantes, en ferias, cumpleaños y eventos de todo tipo. Hay de muchas preparaciones y tamaños diferentes: doble, triple, de dulce de leche, de fruta, veganos,  de cerveza, de fernet, de vodka, y hasta salados. Muchos productores utilizan los ingredientes de la zona geográfica donde se realiza, aportando un valor cultural y un significado emocional inigualable. En Tucumán, se destacan los de miel de caña.

Jorge D’Agostini,  en el libro “Alfajor Argentino, historia de un ícono revela que llegó de Andalucía en el siglo XVIII, pero que desde ese momento estuvo ligado íntimamente a nuestra historia. “La Constitución Nacional de 1853 fue redactada en una alfajorería de la provincia de Santa Fe y, los constituyentes llevaron por primera vez el alfajor de dulce de leche como recuerdo en el regreso a sus provincias”, detalla