Cuando en la Argentina se menciona a un “superministro” inmediatamente el pensamiento se dirige hacia Domingo Felipe Cavallo, que tuvo su momento de gloria en tiempos de la Convertibilidad "uno a uno" (peso/dólar) durante la administración presidencial de Carlos Saúl Menem.
Pero Sergio Massa, a quien también le pusieron ese mote por efecto de la concentración de funciones en la cartera económica, llegará al cargo con más similitud al Cavallo de la segunda época, al de la presidencia de Fernando de la Rúa, con una crisis profunda en la que no hay posibilidades de endeudarse (porque nadie le presta a la Argentina), tampoco de emitir más de la cuenta (una conducta natural de toda gestión hoy vedada por los acuerdos alcanzados con el Fondo Monetario Internacional -FMI-) y mucho menos subir la carga impositiva (el país están al límite y la sociedad toda ya no resiste tantos tributos, por eso la estrategia de vivir de moratoria en moratoria).
Pocas veces antes un ministro de Economía tuvo tan pocas herramientas financieras para poder gestionar. Roberto Lavagna, uno de los asesores directos de Massa, ha tenido la oportunidad de asomar como uno de los de mejor perfomance en las últimas dos décadas, porque la Argentina emergía de una crisis profunda y el precio internacional de la materia prima volaba (como sucedió este año).
Todo era expansivo. El país crecía a tasas chinas. Los superávit gemelos desaparecieron en la administración de Cristina Fernández. Había que corregir los desequilibrios y la política pagó un alto costo de tener tarifas pisadas, con un mayor nivel de asistencialismo, sin generar las condiciones para mejorar la productividad en base al empleo genuino.
Mauricio Macri también tuvo condicionamientos económicos. Trató de corregir aquellos desfases, pero cerró la gestión con un alto endeudamiento en dólares producto del crédito de U$S 44.000 millones que el FMI concedió al país y que luego fue renegociado con Alberto Fernández como presidente de la Nación.
La actual administración no mostró un plan económico real en todo este tiempo y, así, los desequilibrios macroeconómicos fueron creciendo por el impacto de la gestión política interna, otro tanto por la pandemia de la covid-19 y luego con los efectos de la guerra entre Rusia y Ucrania.
Aun así, en el primer semestre, el valor de los productos primarios se incrementaron exponencialmente, pero los agrodólares no pudieron siquiera apuntalar las reservas internacionales del Banco Central. Esas reservas de divisas netas hoy están en tasas negativas.
El peronismo siempre afrontó las crisis con fondos. Esta vez es la excepción. Massa sabe que, sin consenso, será difícil sostener a Fernández como presidente de la Nación. El puesto que aceptó lo expone a alcanzar resultados por lo menos hasta fin de año si es que quiere llegar con aspiraciones serias de ser el candidato natural del oficialismo en las elecciones de 2023.
Los nombres son secundarios si es que el hasta ahora presidente de la Cámara de Diputados de la Nación no muestra un programa económico realista. Si bien es abogado, una profesión inédita para alguien que conducirá el Palacio de Hacienda, detrás del líder del Frente Renovador hay un equipo de expertos que está trabajando en un plan para encarrilar el rumbo.
Claro que el tigrense tiene aceitados contactos en el mercado que pueden contribuir a recuperar la confianza, si es que llega con el consenso suficiente para empezar a realizar los cambios estructurales que necesita una Argentina perdida en el mapa de los inversores.