La reciente distinción por parte de la Alianza Francesa al director de LA GACETA, doctor Daniel Dessein, que lleva el nombre de Paul Groussac, hizo renacer en muchos la curiosidad por conocer más acerca de este francés, que se convirtió en uno de lo pilares formativos de la Argentina del Siglo XIX.

Las letras y la cultura argentina en general, y Tucumán en particular, deben páginas de gloria a la labor de Groussac, una de las plumas más mordaces que conoció el periodismo y la literatura de nuestro país. Testigo de la etapa de formación institucional de su patria adoptiva, trató íntimamente a los más destacados protagonistas de su época.

De sus largos años tucumanos, en la cátedra del Colegio Nacional y luego como director de la Escuela Normal, quedan huellas perennes que por desgracia, las generaciones actuales prácticamente desconocen: el “Ensayo Histórico sobre el Tucumán” como así también la “Memoria Histórica y Descriptiva de 1881” son obras fundamentales para el conocimiento de nuestra provincia.

Asimismo su celebrada novela “Fruto vedado” transcurre, en gran parte, con el telón de fondo de la aldea tucumana que él mismo conoció y en el que apenas se disimulan los rasgos autobiográficos del francés.

Puertas abiertas

Su amistad con Pedro Goyena, con José Manuel Estrada o con el mismo Nicolás Avellaneda, le abrieron las puertas de la Gran Aldea, donde a poco de andar ya era respetado por su estilo cáustico, su vasta cultura de autodidacta y su fina inteligencia para juzgar a los hombres y sus circunstancias.

En su libro “Los que pasaban”, efectuó una extraordinaria radiografía de las principales personalidades de la Generación del 80. Son memorables sus pinturas sobre Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña o Domingo Faustino Sarmiento, para nombrar sólo algunos; son piezas descriptivas únicas, artículos pletóricos de perspicacias, matizadas por una afilada ironía de la que no se exceptuaron sus amigos más cercanos y queridos.

Periodista polémico, fue director del “Sud América” y de “Le Courrier Français”, además de colaborar con los más prestigiosos periódicos de Buenos aires y de París. Entre sus obras principales, además de las citadas previamente, están “Del plata Al Niágara”, los dos tomos de “El viaje intelectual” y “Santiago de Liniers”.

Su titánica tarea al frente de la Biblioteca Nacional durante más de 50 años resultó fundamental para el basamento mismo de esta prestigiosa institución. Desde allí ejerció “una temible vigilancia sobre todo lo que producían los historiadores y literatos argentinos”.

Semblanza completa

Todo lo anteriormente expresado bastaría para encarar una biografía erudita, pero hay más: En Groussac habitaba una personalidad descollante, al decir de Jorge Luis Borges: “Es evidente que hubo en Paul Groussac otra cosa que las reprensiones del profesor, que la santa cólera de la inteligencia ante la ineptitud aclamada. Hubo un placer desinteresado en el desdén”…

Con esta nada maleable argamasa, comienza el doctor Carlos Páez de la Torre el impecable andamiaje de su libro libro “La cólera de la inteligencia, una vida de Paul Groussac”, macerado por el autor durante más de 30 años de búsquedas incesantes, de consultas y descubrimientos. Groussac debe haberse vuelto íntimo de su biógrafo, quien le dedicó eternas horas de admiración por su genialidad y por su obra. Todo ello brota al sólo andar de los primeros capítulos del libro, en los que el biografiado encuentra un catalizador válido en el autor, quien nos enseña la fibra íntima del escritor.

EL BIÓGRAFO. El doctor Carlos Páez de la Torre, retratado por Aldo Sessa, es el autor de “La cólera de la inteligencia. Una vida de Paul Groussac”.

Páez de la Torre nos da en este libro una categórica lección de cómo debe construirse una biografía histórica. No hay en ella una panegírica exaltación del biografiado, ni detalles “menudos” o de mal gusto que tanto exaltan los modernos “historiadores de novelas de bolsillo”.

Por el contrario, es una obra trabajada con el estricto rigor científico del catedrático de fuste y del escritor exquisito que el escritor fue. No existe un calificativo de más ni una palabra de menos, en un equilibrio idiomático admirable.

El libro atrapa tanto al lector profano como al erudito por igual, su lectura es rica y esclarecedora. La estructura cronológica facilita la comprensión del personaje trashumante, quién recorre variados escenarios en su dilatada vida.

Si bien es el autor quien relata, en algún momento se puede percibir el eco de la voz del propio Groussac, gracias al logrado recurso de intercalar en el relato biográfico sutiles pinceladas de la prosa del escritor al que se retrata, en frases “escogidas” sabiamente por Páez de la Torre.

El educador

La historia misma es apasionante, como lo fue la vida de este francés, quien desembarcó en nuestro país a los 18 años, apenas balbuceando el idioma, del cual años más tarde llegó a ser un indiscutido maestro.

Su genio académico, plasmado en innumerables escritos, puede reflejarse palmariamente en una de sus medulosas exposiciones en el Congreso Pedagógico Internacional de 1882. Era, por aquel entonces, director de la Escuela Normal de Tucumán.

Su tema general era “El estado actual de la educación en la República Argentina: sus causas, su remedio”. Insistió, sobre todo, en la misión humana de la educación. En el tramo final, subrayó que la creía “el Norte de todos nuestros esfuerzos”. Esto porque “el gran problema social y político de este país, como de sus vecinos, es más difícil y más glorioso que el de los Estados europeos, donde la raza está unificada, y que el de Estados Unidos, donde las razas indígenas han sido sacrificadas”.

Los pueblos sudamericanos “han aceptado el problema en toda su magnitud: quieren incorporar a la civilización las clases o razas desheredadas”. Entonces, decía, corresponde a “nosotros, los educadores, hacer la verdadera democracia. En nuestras aulas, modestas o lujosas, admitimos al hijo del pobre trabajador, sea cual fuere su matiz y le sentamos al lado del hijo del rico, del patricio de ayer”.

“Y si después de algunos años, el primero es mejor que el segundo, le inspiramos, por el solo hecho del hábito inoculado, un sentimiento de su dignidad, de su valor moral, que ninguna iniquidad de la fortuna logrará destruir completamente”.

Así, “nosotros borramos la maldición recaída en la posteridad de Cam y reemplazamos la sentencia dolorosa del Antiguo Testamento, con la palabra reparadora del Nuevo: ¡A cada uno según sus obras!”.

Como se advierte palmariamente, el problema de entonces es muy similar al problema que padecemos los argentinos de hoy, y es el problema cultural.

Crisis de identidad, de falta de valores, de respeto a las instituciones; falta de austeridad republicana, desconocimiento de la ética y también debe decirse, de la estética elemental en el ejercicio de la cosa pública. Todo ello señalaba Groussac, de manera nada sutil a principios del siglo pasado.

El periodista

La historia del periodismo, y Groussac fue acaso uno de nuestros primeros grandes periodistas, es la de hombres que no claudicaron en relatar los acontecimientos y pareceres, enrostrando errores al poderoso y revelando verdades que a veces duelen, pero deben expresarse como forma de evolucionar hacia un ideal de Estado, que a todos nos contenga de manera equitativa, terminando con odiosos privilegios y ruindades.

CUMBRE DE HISTORIADORES. Páez de la Torre y Félix Luna.

Son pocas las voces independientes, contados los valientes, que como nuestros gauchos y granaderos en tiempos de la independencia, cargan lanza en ristre contra el enemigo común, en salvaguarda de nuestros derechos y dignidad ciudadana. Paul Groussac fue un verdadero quijote en su época, arremetiendo contra los gigantes, reprochándoles sus errores y mostrándoles un camino alternativo.

La caricatura de CAO

La distinción otorgada por primera vez por la prestigiosa Alianza Francesa al doctor Dessein, nos retrotrae a la famosa caricatura de CAO, sobre Paul Groussac, publicada en la revista Caras y Caretas en su edición del 23 de junio del 1900. Por cierto, aparece también en la tapa del libro que le dedica el doctor Páez de la Torre.

Es un gallo, símbolo de esa Francia combativa, valiente hasta el grado de la temeridad de cambiar el mundo con su Revolución y sus ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Esa Francia que luchó sola contra las monarquías de toda Europa, tratando de imponer un orden más justo. Esa Francia que dio hombres y mujeres, científicos y pensadores que cambiaron el rumbo de la humanidad y que nos han legado obras arquitectónicas y artísticas de inigualable belleza; como la belleza de ese noble animal, cuyo plumaje vistoso y orgulloso andar, de alguna manera nos demuestra desde su altanero andar, que nos debemos más, que nunca seremos pequeños, cuando nuestro sueños sean grandes.

CÉLEBRE CARICATURA. El dibujo en Caras y Caretas.

La cabeza es la de Paul Groussac, un hombre de rasgos interesantes, de mirada penetrante, de quijada fuerte, para que de su boca salieran 1.000 verdades, que dolieran de ser necesario, pero que eran esenciales para instar a cambios radicales.

En la Argentina germinal en la que Groussac desarrolló su ministerio educativo y periodístico, estaba todo por hacerse. Pero él sabía que, como la gota que constante orada la piedra, la verdad y la justicia de las cosas siempre termina flotando, como ley natural que indefectiblemente se cumple.