Cursaba el primer año de ingeniería en los cincuenta en la UNT lo que me permitió asistir a clases de “Análisis Matemático I” que por entonces estaba a cargo del doctor Félix Eduardo Herrera. Ni una mosca se atrevía a perturbar el aire del aula magna de la calle Ayacucho al 400. Las clases tenían un aura cuasi lindera con lo religioso. El preciso y cuidado lenguaje del titular de la cátedra y la aparente morosidad de su modo expresivo conformaban un todo que era la característica invariable del doctor Herrera. Preciso, cuidadoso, dueño del tempo de la clase, el pizarrón mostraba con claridad sus aserciones sobre una disciplina que me cautivó. Por ese descubrir de lo nuevo y sorprendente al ingresar a un mundo que se configuraba en conceptos tales como “límite de una función”, “derivadas”, “infinitésimos”, etcétera. Y conocer que el cálculo infinitesimal había sido una creación del Siglo XVII simultánea de Isaac Newton y de Gottfried Leibniz que generó controversias en su tiempo sobre quién fue el creador primero, me atrajo sobremanera. Recuerdo que hasta me atreví (sí, vale el término: me atreví) por el entusiasmo que tenía por un libro: Cálculo diferencial e integral de W. Granville y P. Smith escrito en francés. ¡Ofrecí traducirlo! Una osadía juvenil. “Ya está en español”, la respuesta del doctor Herrera.

Un quiebre en la UNT

En esos años -sobreviniendo el cambio de gobierno por imperio de lo que dio en llamarse “Revolución Libertadora”- sucedieron movimientos y persecuciones a todos quienes hubieran tenido una relación franca o lateral o complaciente con el sistema que regía hasta septiembre de 1955: el “peronismo”. Digo “el peronismo” porque en ese entonces la denominación era “Partido Peronista” -creado por el propio Perón a poco de asumir en 1946 por primera vez la presidencia de la Nación- hasta que una ley de facto (19.102) de 1971 obliga a que los partidos no se denominen con nombres de personas o derivados de ellas. Allí nace, entonces, el Partido Justicialista.

Entre las muchas enseñanzas que atesoré del doctor Herrera, rescato una que me pareció definía su personalidad y mostraba a los demás su estructura ética y humanista. Propia de los tradicionales catedráticos de la Historia, dueños de ideas y de pensamientos claros expuestos sin máscaras ni subterfugios idiomáticos. Claridad del pensamiento, como la luz del mediodía.

Una frase contundente, abarcativa, verdadera. Osada, pero precisa. Revolucionaria, pero ampliamente comprensiva de la naturaleza humana. ¿Qué dijo el doctor Félix Herrera en esa caza de brujas que empezó a rozar los ámbitos de la Universidad Nacional de Tucumán en los días que sucedieron al derrocamiento por las armas del presidente Perón? Simplemente dijo, desde esa “cátedra” de su estructura ética y plena de convicción: “Nadie es químicamente puro”. Eso me marcó y me enseñó lo suficiente como para valorar aún más, a lo largo de los años, mi recuerdo agradecido del doctor Félix Herrera.

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CARLOS DUGUECH

TUCUMÁN