En el arcón de los recuerdos todavía estaban frescos la violencia de los 9 de Julio y los encierros de la pandemia. El objetivo de esta jornada patria era olvidarlos. Para ello, los tucumanos Jaldo y Manzur montaron un operativo especial, para que el aniversario de la Independencia fuera una fiesta.
La ambición política fue más allá.
Un mensaje que llamó a la unidad y al consensoLas discusiones de todos los días del Presidente y de la Vicepresidenta y los no saludos del 25 de Mayo son la muestra de las dificultades que tiene la dirigencia política para gestionar.
Por eso también se propusieron que el 9 de Julio se convirtiera en una jornada que alentara el consenso para salir de la crisis. Indudablemente, fue demasiado pedirle algo así a la fecha patria.
Objetivo cumplido. Cuando desde el poder se ponen a trabajar en pos de determinadas cuestiones -sean buenas y productivas o malas y agresivas- es muy difícil que el tiro les salga por la culata. Y ayer no fue la excepción.
Objetivo fallido. Para lograr la segunda intención el oficialismo no estaba alineado. Habían venido muchos ministros. Estaba hasta el mismísimo Sergio Massa, que hace siete días nada más había pedido que se desplace a Manzur para que él tuviera más poder. Sin embargo, el faltazo tanto de Cristina como de Batakis eran una mancha para la unidad.
Pero fue Alberto Fernández quien embarró la cancha cuando habló en el lugar por el que hace 206 años habían deambulado los próceres. Alberto se sumó al discurso de consensos y de acuerdos, pero nunca dejó de despotricar contra los que no viajaban en su mismo tren. Hizo exactamente lo contrario a lo que había propuesto monseñor Carlos Sánchez en el Tedéum. Ceremonia a la que, días atrás, ya había decidido no asistir.