Por Diego Aráoz
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que hay una fotografía madre, nuestro santo grial, nuestra Mona Lisa. Es la imagen tomada por el italiano Ángel Paganelli, tantas veces mencionado en las crónicas históricas que Carlos Páez de la Torre publicó en LA GACETA. O en las profundas investigaciones que viene volcando en textos el fotógrafo, conservador e investigador en historia de la fotografía Carlos Darío Albornoz, quien lleva adelante una exhaustiva (y necesaria) biografía sobre el gran Paganelli y su legado.
En la más conocida, difundida y reproducida fotografía de la fachada de la Casa Histórica, tomada en 1870, podemos ver inmortalizadas a tres personas: un hombre con sombrero que mira a cámara, un niño inquieto y, más abajo, la sombra proyectada en la acera de un tercero. Probablemente Ángel Paganelli, el fotógrafo.
Cuatro años más tarde, en 1874, paradójicamente durante la presidencia de un tucumano, Nicolás Avellaneda, se demolió gran parte de la casa, incluido el frente. Sólo se conservó el Salón de la Jura. En 1904, durante la presidencia de otro tucumano, Julio Argentino Roca, se demolió lo poco y ruinoso que quedaba.
Estos dos episodios indefectiblemente nos interpelan sobre el origen del desapego que tiene la sociedad tucumana con su patrimonio arquitectónico. Si no cuidamos nuestra casa más importante, ¿por qué cuidaríamos el resto? Somos auténticos amigos de la piqueta.
Dos características sobresalen de esa imagen fijada en albúmina; hasta el momento es la única fotografía de la fachada del solar donde se declaró la Independencia. Cierto es que en ciencias (la historia lo es) estamos condicionados por el hallazgo. Entonces esto será así hasta que aparezca otra fotografía.
La segunda es que la foto carga con un tipo de misticismo especial, por ser la que le permitió al arquitecto Mario Buschiazzo -junto con los planos e información histórica- la reconstrucción de lo que años más tarde llamaría “mentira piadosa”; la casa tal cual se encontraba cuando Paganelli hizo la foto.
La búsqueda
Retratada hasta el infinito y más, inmortalizar a la Casa Histórica de calle Congreso se ha convertido en un desafío para el fotógrafo -casual, amateur o profesional- que quiera sorprender al espectador.
Subirse a un balcón, asomarse a una ventana vecina, aprovechar un reflejo o una instalación fugaz, una iluminación particular, incluso encontrarse con una imitación en alguna ruta tucumana, son recursos válidos para tan noble propósito.
Así fue como el director de teatro Benjamín Tannuré, luego de ser entrevistado en una radio, se acercó a una ventana y se encontró con la Casa Histórica rodeada de árboles, apretada y comprimida por una cantidad incontable de edificios en altura. Toda una metáfora contemporánea de la cuestión inmobiliaria y de las tensiones con el patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad.
Tocar el timbre. Esperar. Insistir. Hablar con la vecina afortunada. Escucharla. Aceptar un té, y por fin, asomarse a su balcón con vista privilegiada. La reportera gráfica Inés Quinteros Orio obtuvo así una fotografía que tiene un detalle especial. Es el colorido que le dan las flores de lapachos amarillos y rosados. Una ciudad florecida y el recurso de hablar con la gente siempre dan buenos resultados.
Simoca, San Pedro de Colalao y la localidad de García Fernández se apropian del símbolo de la Declaración de la Independencia y lo comparten al turista o viajero ocasional.
El cruce de dos rutas se hace visible gracias a un especie de portal que fue aprovechado para pintar con líneas la Casa de la familia Bazán.
En el caso de Simoca, dos representaciones se vinculan en una simbiosis patriótica. En la Capital Nacional del Sulky no podía faltar el medio de transporte más autóctono y característico del NOA. Así, un gaucho que sostiene una bandera argentina posa delante de la fachada más famosa.
San Pedro de Colalao ofrece al visitante un monumento al Bicentenario a una escala un poco más pequeña que la Casa “original”. Con un frondoso verde que la enmarca, una torre de alumbrado y un cableado aéreo terminan arruinando la postal.
Segunda generación de reportero gráfico y con un apellido cargado de misticismo en la historia de la fotografía en Tucumán, compartimos dos imágenes de Fabián Font. Visceral, irónico, preciso, Font apela al olfato que le han dado años de oficio callejero y comparte con el espectador una representación descontextualizada, insípida e incolora, que golpea con una pregunta seca: ¿qué hace esto acá?
La segunda vista, mucho más amable, se acerca a una postal costumbrista y actual. El uso de un dron aporta la novedad del punto de vista que incluye al primer patio, la cúpula de la Iglesia Santo Domingo y un fondo de edificios modernos.
Acostumbrada a las coberturas matutinas, Analía Jaramillo construye una imagen austera y prolija, con una estética escolar que nos recuerda a las figuras coleccionables de la revista Billiken. Dos granaderos continúan las líneas de las columnas, dándole una rigidez y simetría a la imagen.
Contradictoria, casi violenta, un elemento disruptivo encierra y apaga el grito de libertad. Eran los tiempos de gobierno de José Alperovich y la utilización de vallas para evitar la presencia de manifestantes resulta chocante. La costumbre de vallar la ciudad cuando se acerca la fecha más grata para nuestra identidad nos enoja, nos hace sentir ajenos a una celebración que nos pertenece y que nos es arrebatada.