El primer objetivo de un club de fútbol que compite en el alto rendimiento es ganar. Más aún si ese equipo se llama Boca. La discusión sobre cómo ganar no es menor. El propio Boca vivió en pocas horas la falsa contradicción, ese debate estéril que alimenta desde hace años al fútbol. El debate que pregunta qué es más importante: si ganar o jugar bien. Como si a un equipo (Boca o el que fuere) no le interesara ganar. Sucede que el sábado pasado Boca ganó (por penales) jugando mal contra Racing en semifinales de Copa de Liga y, tres días después, jugó bien pero debió resignarse con un empate 1-1 contra Corinthians y complicó su clasificación a segunda rueda de la Copa Libertadores. Sus hinchas respondían casi masivamente tras el partido que hubiesen preferido ganar. “¿Ganar o jugar bien?”, preguntaba la tele. Como si para “ganar” fuera necesario “jugar mal”. Ridículo. Boca juega hoy otra final (ante Tigre en Córdoba por la Copa de Liga). Y las finales, dice un viejo dicho futbolero, no se juegan. Se ganan. Es decir, ¿licencia para volver a “jugar mal”? Eso sí, esa licencia solo se concede si Boca garantiza que saldrá campeón. El debate es simplista, como muchos otros debates futboleros.
A veces, sin embargo, el tema va mucho más allá de “ganar o jugar bien”. Sucede precisamente desde hace varios días con el caso del atacante colombiano Sebastián Villa y la denuncia por abuso sexual, tentativa de femicidio y lesiones contra el jugador más desequilibrante de Boca. Hasta el abogado de la víctima, Roberto Castillo, acepta que Boca está en todo su derecho de alinear hoy a Villa, no obstante la gravedad de la denuncia. Nadie es culpable hasta que la justicia lo determine. Y, sabemos, ya hubo casos en los que la justicia absolvió efectivamente al acusado (en el fútbol, el caso de Neymar fue el más renombrado de los últimos tiempos). Castillo dijo que pedirá la prisión preventiva de Villa, algo que muchos medios consideran “inminente” casi desde el mismo momento en el que estalló el caso. Pero también es cierto que, si Villa no mostró intenciones de profugarse y no entorpeció la investigación, la ley establece que podrá seguir libre, y jugando, hasta que la justicia, eventualmente, lo condene. Puede sonar indignante para algunos. Pero hay muchos otros acusados que atraviesan situaciones absolutamente similares. Solo que sus nombres no generan tanto ruido como el de Villa.
Dicho esto, ¿no hubiese sido mejor que Boca fuera algo más prudente sobre el tema? No sólo porque la inutilidad de su publicitado Protocolo quedó en evidencia (¿qué víctima iria a ratificar su denuncia en el club, casi a la segunda casa del victimario?). Sino ante todo porque Juan Román Riquelme, siempre astuto para declarar, sobreactuó su discurso al pueblo boquense y, sin que ni siquiera se lo preguntaran, calificó a Villa como el mejor jugador de la Liga argentina y separó, sin más, su condición profesional y “su tema personal”. Peor aún, el saludo público de Boca por el cumpleaños del colombiano sonó casi como una afrenta. Riquelme siempre se declaró “jugadorista”, es decir, dirigente que protege ante todo al jugador. Olvidó acaso que es vicepresidente del club más popular del país. Y que su palabra no es solo la del ex jugador, ídolo de la institución. Que no le habla solo al pueblo boquense. Lo escucha también una sociedad que sufre casi un femicidio por día.
Los clubes de fútbol no tienen la misma obligación y responsabilidad que otros actores que, por su naturaleza, sí deben atender a mejorar los problemas sociales. Fue dicho. Boca, ante todo, tiene como objetivo prioritario ganar partidos. Pero suena ridículo pretender que todo se agota allí. Si los clubes argentinos reivindican su condición de asociaciones civiles en manos de sus socios, de vínculos históricos y sociales con su comunidad, entonces tienen también otro tipo de obligaciones. Representar a esa comunidad. No mirar exactamente en el sentido contrario, como parece suceder con Villa. Porque puede entenderse que Boca decida hacer jugar hoy al colombiano. Pero es más difícil de comprender tanta reivindicación del jugador cuando hay una víctima en el medio. Y un cuadro que excede al nombre del acusado famoso y también a la propia víctima. Es un cuadro que habla de un problema al que casi toda la sociedad ha decidido decirle basta. Es cierto, el fútbol no tiene por qué cargar con todas las rémoras sociales. Pero tampoco mirar exclusivamente al marcador de un partido, a la definición de un título. Si lo hace, corre el riesgo de sufrir la vieja ley del boxeo: si golpea bajo, puede quedar descalificado.