Por José María Posse - Abogado, historiador y escritor.

El 1° de mayo de 1982, (un día como mañana, 40 años atrás), las fuerzas británicas rompieron las hostilidades bombardeando el aeropuerto de Puerto Argentino en Malvinas. La reacción argentina no se hizo esperar y respondieron al ataque enviando aviones interceptores a las islas, en lo que se conoció como el “Bautismo de Fuego de la Fuerza Aérea Argentina”.

La fecha y los homenajes programados para rememorarla, nos permiten recordar a uno de los pilotos legendarios de aquella guerra.

Carlos Manuel Varela, (conocido por su apodo: Trucha), nació en Concepción, provincia de Tucumán, el 13 de febrero de 1948. Estudió en su ciudad natal y luego en San Miguel, en el colegio Tulio García Fernández, cuna de pilotos de guerra.

Desde pequeño demostró su pasión por los aviones. Contaba su madre que con el solo ruido de uno de ellos, se paraba en la calle a mirar al cielo buscándolo.

A temprana edad tuvo clara su vocación de aviador militar. Dejó el secundario luego de tercer año para ingresar a la escuela de Aviación Militar (por entonces se ingresaba a la misma con 3° año del secundario). Luego de una serie de vicisitudes pudo terminar felizmente el curso.

Primeros pasos

Su primer destino luego de recibirse de Alférez, fue en Córdoba y luego en Ezeiza, donde le tocó vivir todos los acontecimientos de la llegada de Juan Domingo Perón al país.

Tiempo después fue destinado a Reconquista (Santa Fe), donde voló los Aviones Pucará. Allí conoció a su esposa María Teresa Gorleri, con quién se casó en noviembre de 1978.

A principios de diciembre partió toda la 3° Brigada Aérea de Reconquista con los Pucará, con destino al sur, a cubrir el escenario de conflicto con Chile, donde estuvieron a horas de comenzar el combate. Gracias a la intercesión del entonces Cardenal Antonio Samoré, se logró evitar la contienda armada.

En Reconquista vivieron todo el año 1979, donde en agosto nació Paula, su primera hija. A principios de 1980 partieron a su nuevo destino, la 5° Brigada Aérea con asiento en Villa Reynolds (Villa Mercedes), San Luis. Allí Varela realizó el curso de Piloto de Combate - CB-4 volando el Mc Douglas A4-B Skyhawk, avión que lo colocaría en la leyenda de los pilotos de combate, dos años más tarde. En noviembre nació María Soledad, su segunda hija.

Su esposa nos cuenta la vida de los pilotos en aquellos años: “en Villa Reynolds conformamos una verdadera familia con todos sus compañeros, señoras e hijos; entre ellos Antonio (Tony) Zelaya, Luis (Tucu) Cervera, Moroni, (Pipi) Sánchez, Raffaini, el Vicecomodoro Mariel, recientemente fallecido… y tantos otros que no me vienen en este momento a la memoria. Digo que éramos una familia porque al estar todos tan lejos de nuestros afectos nos respaldábamos unos a otros como si lo fuéramos”.

De carácter recio, Varela fue un líder natural, obsesivo por los detalles, no ordenaba nada que él no pudiera realizar con el ejemplo.

Gorleri se refiere a él de ésta manera: “Carlos siempre fue un tipo muy respetado, de un carácter difícil, duro, pero sumamente justo y noble. En él no cabían las medias tintas; no había grises, se era o no se era, y él era un ejemplo de honestidad. Eso si, no cambiaba de opinión tan fácilmente, casi diría rayano en la terquedad. Fue un jefe realmente destacado, siempre transmitiendo a todos sus conocimientos, no se guardaba nada. Fue muy exigente con sus pupilos, lo que fue luego reconocido por ellos”.

Su vida transcurría 15 a 20 días en Villa Reynolds y el resto del mes volaba un Douglas DC3 con el que llevaban pertrechos al sur muy asiduamente.

A combate

El 2 de abril de 1982, Varela se despertó con la noticia de la recuperación de las Islas Malvinas. Su mujer recuerda haberlo visto agarrándose la cabeza y diciendo: No tienen idea en la que nos metimos. Pero levantándose al toque para ir al casino de oficiales a ver cuando partía. “Salió la primera camada, y él no. Recién a los días lo enviaron; estaba impacie nte, parecía que el espacio le quedaba chico, quería ir a combatir. Yo la verdad estaba desesperada, con dos criaturas de dos y tres años, y sabiendo a los que se exponía, pero él me decía: para esto nos pagan gorda y para esto nos venimos preparando hace tantos años…”

“Su amigo, el comodoro Tony Zelaya, nos contaba que a veces Varela se quedaba toda la noche haciendo cálculos acerca de alturas y coordenadas, para que alcanzara más el combustible. Y si debía eyectarse, a cuantas millas de la costa tenía más probabilidades de ser rescatado. Para él la misión lo era todo, el cumplimiento del deber por sobre todas las cosas”, evoca.

Continúa el relato: “Toda nuestra ‘familia’ de Reynolds comenzó desde ese momento cadenas de oración y rezos de rosarios todas las noches… Carlos no quiso que me quedara allí y me pidió venga a casa de mis padres. Él me llamaba todos los días a las 9 de la noche. Era la hora que nos enterábamos si había regresado de su misión de ese día… pues la 3° brigada aérea es la que más bajas sufrió”.

La última misión

El 13 de junio de 1982, el capitán Varela junto a sus comprovincianos Zelaya y Cervera, partieron desde la base de San Julián para atacar objetivos terrestres en el monte Dos Hermanas, en la Isla Soledad. Allí estaba el campamento base del alto mando británico en Malvinas.

De aquella misión, el capitán Varela afirmaba: “Nos tiraron con todo”. Él estuvo al frente de la escuadrilla “Chispa”, mientras que el entonces capitán Zelaya dirigió a la “Nene”. Durante la recarga de combustible, en el aire, el avión de Zelaya chupó combustible, se recalentó la turbina y tuvo que regresar. Cervera asumió como jefe y se puso detrás del grupo de Varela. Sólo siete aviones siguieron en vuelo rasante sobre el mar, una táctica que siempre sorprendió a las tropas inglesas.

El capitán Varela precisó que cuando llegó a la isla, subió rasante por una lomada y se encontró de frente, en la cima, con un soldado inglés a quien casi le arrancó la cabeza con el avión. Comentó que cuando se repuso del encontronazo, vio al frente de su horizonte a cientos de soldados, transportes pesados y helicópteros.

El comandante británico Jeremy Moore (Comandante en jefe de las Fuerzas inglesas) manifestó en un reportaje años más tarde que esa fue la jornada en la que conoció el temor real. Su campamento fue atacado por los siete A4B, y providencialmente pudo escapar de su carpa de campaña, segundos antes de que una bomba argentina destrozara todo el lugar.

Varela, al ver las tropas inglesas, aceleró a fondo y ordenó tirar las 12 bombas. El tucumano remarcó que en su huida disparó con sus cañones a los helicópteros y a todo lo que se le cruzó en el camino. “Hasta que alguien me gritó: ¡Chispa uno... eyección!”, dijo con vos firme. Uno de los pilotos vio cómo un misil se dirigía al avión de Varela y a los gritos le pidió que se eyectara para no sufrir el inminente impacto.

“Sentí el sacudón y solté los tanques de combustible. El avión comenzó a temblar y la temperatura de las turbinas llegó al máximo -detalló-. Bajé la potencia, logré reducir la temperatura y dejé la isla en vuelo rasante para evitar los Sea Harrier“.

Precisó que cuando quiso ascender, el avión comenzó a temblar. “En ese momento pensé en eyectarme en tierra, pero me acordé de los gurkas. Entonces bajé la potencia al 2%, que es demasiado para estos aviones, y me alejé de la isla”, confesó.

Llegaron al aeropuerto de San Julián con el último soplo de combustible. El teniente Cervera no marcaba reserva alguna en su marcador. Al capitán Varela el motor se le clavó en vuelo, y aterrizó en una arriesgada maniobra, salvando al mítico “Tordillo”, como era conocido su A4B sin camuflar, y al que los ingleses conocían como el “Fantasma.”

Sobre aquella misión, rememora María Teresa: “Y así llegó ese 13 de junio con la misión de la que no debía volver, si aplicamos el criterio práctico de las circunstancias… pero no era su hora y contra todos los designios regresó. Recuerdo que me contaba que cuando aterrizó los mecánicos le decían que era imposible que ese avión haya volado con el motor como estaba”.

Coraje inaudito

Es famosa la historia cuando en una de las misiones, el radar de Malvinas le informó que tenía aviones enemigos, volando encima de él en todas direcciones. Le preguntó entonces al radarista, si él lo está captando en la pantalla, al contestarle que no lo veía, el capitán Varela refutó: “entonces ellos tampoco me ven; continúo la misión…”. Considero que ésta anécdota pinta de cuerpo entero al Trucha Varela, y el porqué ha ingresado en la constelación de los héroes de la aviación de guerra argentina.

Su señora prosigue: “Carlos realizó siete misiones de combate a las islas. Si no me equivoco es el que más misiones tiene y con el orgullo que no cayó ninguno de su escuadrilla. Es más, a mitad de la guerra les dieron un permiso especial a todos para regresar un par de días a visitar a su familia; él lo denegó porque no quería dejar sola a su gente. Sufrió mucho la ‘rendición’, él siempre sostuvo que de resistir unos días más, ganábamos la guerra”.

“Al año siguiente le salió el pase a Moreno, donde volaría los Mirage. Con éste avión recuerdo qie lo mandaron a visualizar un objeto volador no identificado (un punto en el cielo) que estaba estático sobre Buenos Aires… Me contaba que subió tan alto como daba el avión (iba a la máxima velocidad que daba el avión, Mach 2.2), si no recuerdo mal 44.000 pies. En ese momento se habló mucho de un OVNI sobre Buenos Aires”, recordó.

Últimos años

Años más tarde se retiró a la vida civil, con 18 años de servicio, pidió el retiro por discrepancias en el manejo de la Fuerza.

Desde cero organizó una compañía de aplicaciones aéreas. Para ello, tuvo que vender su único bien, un departamento en Buenos Aires. Lo cierto es que habiendo comenzado desde muy abajo, logró forjar una empresa de fumigaciones muy competitiva para su época. Ese guerrero por naturaleza, de ningún modo se rindió ante la adversidad.

Su pasión por la aviación jamás decreció; nunca dejó de ser en el fondo, ese niño grande que miraba a los cielos el paso de cualquier avión, con sólo sentir el motor de la aeronave.

María Teresa Gorleri concluye su semblanza: “con sus hijos fue un padre muy presente pero muy estricto. Logró transmitirles valores muy hondos, que hicieron de ellos personas de bien. Pero siempre acompañándolos en todas sus aventuras, para lo que recibían su incesante impulso y compañía. Se fue muy joven y con mucho para aportar todavía, Dios lo quiso así, pero perdura en el recuerdo de todos los que lo quisimos tanto. Dio clases de pilotaje en el Aéro Club de Tucumán, y siempre siguió de una forma u otra ligado al vuelo, aunque renegaba del desmantelamiento de la Fuerza Aérea. No le agradaba hablar acerca de los tiempos de la guerra; decía que no le gustaba que le dijeran Héroe, prefería que le dijeran Patriota. Para él, los verdaderos héroes, fueron los que murieron en Malvinas”.

El capitán Varela, uno de los máximos pilotos tucumanos de la Guerra de Malvinas, falleció en octubre de 2016 a los 68 años, luego de haber sufrido un accidente cerebrovascular. Un monumento en su memoria se encuentra en el Boulevard “Héroes Tucumanos en Malvinas”, de Yerba Buena. También el Concejo Deliberante de ese municipio sancionó una ordenanza por la cual una calle de la referida ciudad (donde vivió sus últimos años), lleva su nombre. A las 10 de mañana, en el cementerio Parque de la Paz se inaugurará un monumento alusivo, en homenaje al capitán Varela y a los caídos y veteranos de Malvinas.

Su legado vive en sus cuatro hijos: dos mujeres (quienes le dieron varios nietos), y dos varones: Facundo y Mateo.