Por Rodolfo Alonso

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Es verdad que ensayo, novela, cine, polémica, crítica, panfleto, ironía e injuria fueron algunas de las muchas apariencias que adoptó su insobornable pasión poética, pero ¿cuál de esos textos-imágenes o imágenes-textos puede alcanzar por ejemplo la densidad cabal, la grave hondura, la dolorosa belleza de sus indelebles versos A las campanas de Orvieto?

No se negó a experiencia alguna, ni se negó a ningún combate. Heredero nada complaciente de una gran literatura y de una envidiable conciencia civil, devolvió al mejor neorrealismo su contacto con las nuevas asperezas en Accatone o Mamma Roma; despabiló a no pocos clericales con su Ruiseñor de la Iglesia Católica, pero también reintegró un profundo sentido místico y humano al mejor cristianismo con El Evangelio según San Mateo; supo recuperar la saludable rugosidad primitiva de los clásicos griegos en su sabroso Edipo Rey; teorizó siempre entre Pasión e ideología; fue capaz de inquietar a un comunismo ya tan poco dogmático como el italiano dialogando fecunda y libremente con Las cenizas de Gramsci. No dejó insulto, ofensa o diatriba sin devolver. Y se sentía fieramente orgulloso de que su propio rostro, de agudos planos cortados a pico con sólida prestancia francamente popular, le diera un parecido con Sekú Turé, entonces Presidente de Guinea.

Raíces en el viento

Vio la luz en Boloña, pero sus raíces estaban en el viento. En el viento de Italia, que es Africa en el sur y Europa en el norte. En el viento del cambio y del nomadismo que obligaron a su infancia los oficios de su padre. Nació en 1922, el año de Trilce y del modernismo brasileño. El año del Ulises y de Tierra Baldía, el año de la muerte de Proust. Pero también el año que siguió a la represión del Ejército Rojo contra los obreros revolucionarios de Kronstadt, o el año mismo de la Marcha sobre Roma, aquella caminata ostentosa que dio pie a los veinte años siniestros del fascismo. Su estrella aparecía entonces indisolublemente ligada con la historia, vivida ya no desde las bases sino desde el subsuelo, el humus mismo y a la vez fecundo pero también contradictorio de una inestable y tornadiza frontera entre lo proletario y lumpen, que conocería de primera agua al tener que volver a “adaptarse”, en 1949, a las violentas barriadas plebeyas de Roma, donde torna a arroparlo un dialecto, esta vez urbano y de avería. Porque en su sangre venían bullendo los jugos agridulces, macerados, fermentados, de la lengua friulana, heredada de su madre, nacida en aquella Casarsa donde él también tuvo que refugiarse, en 1943, durante la guerra.

Y ya desde entonces, desde 1940, el joven Pasolini escribe en friulano sus primeros libros, y suya es la intentona de una Academiuta da Lenga Furlana. Si alguien llega a preguntarse qué es una lengua materna, he ahí una respuesta. Y por eso la vida y la obra de Pier Paolo Pasolini están indisolublemente ligadas con la poesía. Mejor dicho, con esa encarnación de una lengua viva que es la poesía lograda.

Porque, a qué se llama dialecto sino a la irrupción, orgánica, no controlada ni regimentada, no socializada administrativamente aún, de una comunidad sumergida junto con su lengua. Lo que ello arrastra, hecho luego teoría, aunque en verso, claro, sigue y seguirá siendo para Pasolini una verdad primaria, elemental, en el mejor sentido, tan bellamente bárbara como sanamente fecunda: “Todos juran ser puros: / puros en la lengua... naturalmente: / señal de que está sucia el alma”. Y también, magníficamente: “¡La Lengua es oscura / no límpida - y la Razón es límpida, / no oscura!”. Y más aún: “Son infinitos los dialectos, las jergas, / el pronunciar, porque es infinita / la forma de la vida: / no hay que hacerlos callar, hay que poseerlos...”.

Lengua viva

Asesinado en 1975, lo que mantiene vivas a las cenizas de Pier Paolo Pasolini, es lo mismo que lo hizo ineludiblemente poeta: la conciencia visceral de que la lengua es un organismo vivo, en combustión, activo, que gasta y que consume, que vive y muere, hecho a la vez de sublimaciones y detritus, pura y feroz materia nunca inerte, como la vida misma, gran mar nutricio y la vez devorador, matriz y forma inevitable de lo humano, lengua viva en los hombres, de los hombres, por los hombres.

© LA GACETA

* Publicado originalmente en estas páginas en 2011.

A las campanas de Orvieto

Por Pier Paolo Pasolini *


Signo del único dominio, de la miseria

absoluta: ¿por qué entonces tan inciertas, múltiples,

sonáis, campanas, en la mañana dominical?

Al tren detenido, a la estación blanca y bañada

de esta ciudad, quieta en su viejo silencio,

traéis, fresquísimo, un espasmo de vida.

Casas, alrededor, apartadas, caminos, palacios, prados,

pasos a nivel, canales, campos neblinosos,

son la materia, no de vuestro fugaz, intacto sonido,

sino de una íntima y eterna dulzura vuestra...

¿Quiere decir que en el fondo del despiadado poder

hay un miedo vital, en el fondo de la resignación

un poder misterioso, y feliz, de vida?

* Traducción de Rodolfo Alonso

Perfil

Pier Paolo Pasolini nació en Bolonia, el 5 de marzo de 1922. Novelista, poeta, dramaturgo, ensayista, activista, actor y director de cine, fue uno de los artistas más reconocidos de su tiempo. Controvertido, provocador, amado y odiado, siempre encendió el debate, nunca pasó desapercibido. Dirigió revistas culturales y colaboró asiduamente en el Corriere della Sera. Publicó más de 50 libros. El Evangelio según San Mateo, Teorema y El Decamerón son algunas de sus películas más conocidas. Con el estreno de Salò o los 120 días de Sodoma, en 1975, se multiplicaron las amenazas de muerte contra él. El 2 de noviembre de 1975 fue asesinado en circunstancias poco claras.