Los golpes dejan secuelas, siempre. Anoche, el que volvió a recibir Atlético en la cancha con un resultado en contra se sintió. Es de esos que lo vienen afectando hace tiempo, que lo incomodan, lo molestan, lo alteran en su clima institucional. Lo emplazan.

El golpe se escuchó en las palabras del DT al final del partido, dichas en un tono de voz que trasuntaron señales de impotencia, después de haber probado de todo.

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Otra secuela de los golpes se ve en el campo de juego. Los jugadores intentan torcer la pendiente, buscan revertir la situación, pero no encuentran cómo. Un atisbo de recuperación anímico como el empate ante San Lorenzo se borra de un plumazo cayendo en casa ante un rival que apenas si sacó ventaja. Peor: la impotencia juega en contra, hace cargar de tarjetas amarillas, y de rojas, como las que recibieron Bianchi ante el “Ciclón” y Carrera, anoche.

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En las tribunas el público puede empujar con su aliento, para eso va. Pero el golpe aparece cuando arroja rollos de papel, que pasan de nota color a proyectiles, al punto de poner al árbitro ante una decisión de suspensión de partido.

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Todo tiende a ser confusión ante los golpes, frente a las derrotas. Cabeza fría, buenas decisiones, fortaleza anímica, apoyo y aliento es lo que hace falta. No hay mal que dure 100 años.