A lo largo y ancho del Valle Calchaquí, en el Valle Templado y la Quebrada de Humahuaca por estos días ya se sienten olores a levaduras y a vinificación de uvas. La multiplicación de proyectos vitivinícolas en zonas emergentes y la consolidación de otras áreas reconocidas potenciaron al noroeste argentino como un productor de vinos de calidad. Actualmente, según datos de Nación, hay más de 900 bodegas activas y a pesar de tamaña variedad de oferta, profesionales de la enología y sommeliers aseguran que en estas zonas del NOA no se hacen mejores ni peores vinos en relación a los que se elaboran en Cuyo o cualquier otro punto del país, pero remarcan que los ejemplares que se producen de esta bebida nacional son diferentes y tienen un sello distintivo.
De acuerdo a datos del Observatorio Vitivinícola Argentino, en el país hay unas 214.798 hectáreas de viñedos que se distribuyen del siguiente modo: Cuyo con Mendoza, San Juan y La Rioja representa el 94,91% del total de la superficie, luego el Noroeste con Salta, Catamarca, Tucumán y Jujuy es el 3,05% mientras que Patagonia con Río Negro, Neuquén, La Pampa y Chubut suman un 1,73%. A pesar de su baja incidencia nacional, las condiciones geográficas por la altura sobre el nivel del mar y la amplitud térmica en las que se desarrollan los viñedos aportan un toque especial a cada botella que después se consume dentro de los límites de Argentina o el resto del mundo.
Cuando se habla de vinos en el norte, los entendidos en la materia siempre destacan el trabajo artesanal que conlleva la actividad y el ‘terroir’, que puede definirse como el espacio sobre el que se desarrolla un saber colectivo a partir de la interacción entre los medios físicos y biológicos y las prácticas aplicadas para la elaboración.
Unidos por la 40
Además de ser reconocida por la diversidad de paisajes que nos regala la Ruta Nacional 40 desde La Quiaca, hasta Río Gallegos, esta ruta escenográfica también vincula a distintos emprendimientos vitivinícolas que se ubican entre Salta y Tucumán.
En paraje Finca La Silvia (Colalao del Valle), a unos 1800 metros de altura, la bodega Luna de Cuarzo es uno de tantos emprendimientos que sobresale por labor con esta noble bebida. Además de ser la responsable de este establecimiento, Silvia Gramajo es presidenta de la Cámara de bodegas y viñedos del Tucumán y destaca el avance que tuvo el sector en los últimos años. “Muchos quedan sorprendidos por la calidad y los aromas que ofrecen nuestros vinos. Eso se logra porque somos bodegas artesanales, ubicadas en lugares específicos y es por eso que se debe conocer las vivencias de estos vinos”, dijo a LA GACETA sobre la calidad que logran estos productos y su rápido reconocimiento.
Teniendo en cuenta la época de la vendimia, esta sommelier y winemaker realizó un balance positivo de la temporada porque tuvieron la oportunidad de avanzar con el crecimiento de las plantas y no sufrieron inclemencias climáticas, como granizadas. “Estamos felices y contentos por la calidad del mosto obtenido, ahora esperamos la última cosecha de la uva torrontés para hacer el vino dulce y estamos vinificando. En esta época disfrutamos lo que nos brinda la tierra”, enfatizó.
A 190 kilómetros de distancia de Colalao del Valle, en Cachi (a 2.500 metros de altura sobre nivel del mar), la familia Isasmendi abre las puertas de su bodega para adentrarnos en la mística con la que desarrollan su trabajo. “El vino necesita dedicación y pasión porque es un elemento vivo y cuando entrás en sintonía te das cuenta que el vino siente. Y por todo eso que brindamos parece que nos sale un buen vino”, cuenta Ricardo Isasmendi.
En relación al trabajo que se desarrolla en esta zona de la provincia de Salta, el productor subraya que los vinos de altura apuntan a la calidad y a partir de allí edificar su principal rasgo distintivo. “Estos vinos tienen la particularidad de ser explosivos, con mucho color, un poco más de alcohol y más taninos. Poseen una personalidad fuerte y por eso, en la boca, parece que pueden llegar a masticarse”, describió el bodeguero y sostuvo que para lograr esos gustos a los vinos hay que saber esperarlos. “Si a uno de estos vinos lo consumís antes de tiempo vas a sentir todos sus sabores por separada. A nuestras etiquetas, por ejemplo, las guardamos mínimamente por 3 años y si bien es un tema financiero complicado creemos que en esos tiempos se afinan los vinos porque se amalgaman todos sus elementos”, agregó.
Jujuy se abre espacio
Con historia reciente, pero no menos importante y atrapante, la vitivinicultura jujeña suma cada vez mayores producciones y consumidores. El desarrollo en altura, principalmente en el área de los Valles Templados cercana a la capital provincial, y en la Quebrada de Humahuaca viene creciendo notablemente y eso impulsó, incluso, la conformación de un Consejo Provincial Vitivinícola que tiene por objetivo diseñar y generar políticas que potencien la producción.
Ezequiel Bellone, ingeniero agrónomo y estudiante avanzado en un master de enología, asegura que los vinos elaborados en la Quebrada de Humahuaca, zona declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, tienen la capacidad de representar la heterogeneidad del lugar. “Nuestros vinos se caracterizan por expresiones aromáticas intensas, su cuerpo, buenos colores y buena acidez. Además son la clara representación de la cultura, la gastronomía, los paisajes y las épocas festivas como Carnaval”, enfatizó.
En el lugar predominan suelos aluviales y poco fértiles por lo que a las viñas les cuesta crecer a partir de la demanda energética que les representa. A ese cansancio de la planta, el especialista detalla que también deben sumársele las condiciones climáticas, pero justamente esta combinación de factores es la que le otorga al producto final una “concentración y expresión única”. Ante este escenario, Bellone no duda en vaticinar que enólogos de distintas latitudes fijarán su mirada en el norte jujeño para explorarlo y profundizar la elaboración de vinos.
Hace 16 años, Alfredo González inauguró la bodega Amanecer Andino en la localidad de Purmamarca y reconoce que esa actividad, que empezó como un hobby, creció notablemente y hoy produce 40.000 botellas por año. González recuerda que los inicios no fueron sencillos porque a raíz de las condiciones del lugar empezaron a realizar ensayos para determinar las cepas óptimas. “Hablar de estos vinos es hablar de vinos de altura, de vinos potentes, marcados por el color. Y nuestro desafío es demostrar que los vinos de altura pueden ser amigables y tomables fácilmente”, concluyó.