Las decisiones adoptadas por compromiso y a las apuradas padecen el inevitable efecto del cortoplacismo. Son como pequeñas bombas de tiempo destinadas a explotar en manos ajenas, más pronto que tarde. Y si no fueron producto de alguna clase de consenso, peor todavía. Es el caso de la avenida Kirchner/Roca, cuyo cambio de nombre fue producto de un arrebato cuyas consecuencias no midieron ni Domingo Amaya -entonces intendente de la Capital- ni la abrumadora mayoría peronista del Concejo que votó a favor de la ordenanza (15 a 3). Sucedió el 4 de noviembre de 2010, ocho días después de la muerte del ex Presidente, y justo es subrayar que no se trató de un invento tucumano, porque la nuestra fue una de las tantas playas a las que llegó el tsunami “Néstor”. Veloces como el rayo, en una escalada de oportuna empatía hacia la presidenta Cristina, funcionarios K de todo el país -y Amaya era uno de los más fieles- se apuraron para rebautizar calles, plazas y edificios públicos con el apellido Kirchner. ¿Qué hacer en Tucumán? El chivo expiatorio, revisando la geografía urbana, no podía ser otro que Julio Argentino Roca.
Pidieron al Concejo restituir el nombre de Roca a la avenida Kirchner* * *
La forma lo dice todo. La obligación política de ese momento -la anatomía del instante, la definiría Javier Cercas- obturó cualquier clase de debate. Había que ponerle Kirchner y punto, porque así lo establecía la liturgia del duelo presidencial. La celeridad del trámite impidió las discusiones. Fue una imposición inconsulta, y como tal, con el correr del tiempo empezó a generar rechazos y objeciones. Consecuencias, salta a la vista, de la falta de participación ciudadana, un fenómeno que explica en buena medida la pésima calidad de vida que nos cruza como sociedad. Otro sería el cantar si, por ejemplo, el cambio de nombre de la avenida hubiera contado con el respaldo de los vecinos, o si hubiera surgido de un foro integrado por especialistas: historiadores, cientistas políticos, urbanistas. No hace falta irse a Europa o a Australia para comprobar que esa clase de espacio funciona como catalizador de las necesidades, de los deseos y de los proyectos que impulsan los propios habitantes de una ciudad, de un barrio. Son señales del ejercicio de una democracia real y plena. Y, de paso, se acaban -o al menos se atenúan- las polémicas.
Piden que se restituya el nombre de Julio Argentino Roca a la avenida Kirchner* * *
Por ejemplo, ¿quién analiza los trastornos que implica para un vecino que le modifiquen el nombre de la calle en la que vive? Es, en cierto modo, como sufrir el cambio del número de DNI. Esta arista, la netamente práctica, también forma parte de la toma de decisiones, de lo contrario se legisla sobre mesas de arena. De nuevo: la participación es clave.
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La nomenclatura de avenidas, calles y pasajes está ligada con los usos, costumbres y orientaciones ideológicas de la época, es bueno recordarlo. Nada es caprichoso. Durante décadas, en la capital el criterio casi inamovible pasó por tres ejes al momento de imponer los nombres: 1) Héroes, batallas y fechas decisivas de la Independencia americana; 2) figuras del quehacer político provincial y nacional; 3) provincias y países. No fue casual que a los dos gobernadores que durante más tiempo ejercieron el poder a lo largo del siglo XIX, Alejandro Heredia (1831-1838) y Celedonio Gutiérrez (1841-1852, 1853), les hayan tocado papeles de reparto en el tejido urbano. Pagaron el precio de haber sido federales cuando a la historia la escribieron los gananciosos unitarios. Recién durante la segunda mitad del siglo pasado fue aflojando este ranking de merecimientos estrictamente ligado a lo castrense y a lo político. Bautizar calles apelando a figuras de la cultura, de la ciencia, de la vida espiritual, hasta del deporte, fue naturalizándose y refrescó la ciudad. Hay quienes proponen que, para salir de la grieta, la avenida no se llame ni Roca ni Kirchner, sino René Favaloro. Hay muchas otras posibilidades por el estilo. Es cuestión de pensarlo.
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La iniciativa impulsada por el ex vicegobernador Julio Díaz Lozano no es nueva; se registraron otros intentos para que la avenida volviera a denominarse Julio Argentino Roca. El formulado en 2016 por la oposición, cuando Germán Alfaro ya era intendente, incluyó un sensato razonamiento del radical Agustín Romano Norri: dejar sentado, por ordenanza, que deberían pasar al menos 10 años de la muerte de una persona antes de bautizar con su nombre una calle o una avenida. En 2018 fueron los ciudadanos agrupados en el “Grupo del 81” los que volvieron a la carga. El entonces titular del Concejo Deliberante, Armando Cortalezzi, les respondió: “hay problemas mucho más graves en Tucumán que analizar el cambio de nombre de las calles”. Claro que los problemas eran igualmente graves en 2010, cuando sí hubo tiempo para esa clase de análisis en el Concejo que encabezaba Ramón Cano. Una curiosidad de 2018 fue la intervención a los carteles de la avenida: un día amanecieron con el nombre de Kirchner reemplazado por el de “Avenida Fiscal Jorge Lanata”. Y, de paso, siempre viene bien oxigenar algunas perlitas del archivo, como esta opinión de Ricardo Bussi: “me intriga el cambio de opinión del intendente Alfaro, ya que cuando era kirchnerista acompañó la medida de llamar Kirchner a la avenida Roca. El travestismo a la orden del día”.
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Quedó dicho que no fue azarosa la decisión de Amaya y compañía. Si le hubieran puesto Néstor Kirchner a -por ejemplo- la avenida Sáenz Peña, seguramente no habría tal agite. Pero fue Roca. Y si hay algo absurdo e injusto es el intento de arrancar a Roca de la historia argentina, de la que fue una figura central. Pero al mismo tiempo simplificando la discusión, bajándola a un nivel futbolero de blanco vs negro. La construcción hagiográfica de Roca, casi un santo de la espada, mantiene sus cultores y es tan falsa como su caracterización de un genocida a secas. Las corrientes historiográficas no dejan de ser pendulares, con sus consecuentes revisionismos, pero si de algo no prescinden es del método científico en las que se basan. Pero hay demasiados aficionados, en ambos lados del mostrador, jugando partidos más que nada imaginarios. La acción de gobierno de Roca -12 años en la Presidencia- termina siendo víctima de un reduccionismo infantil: o fue el mejor o fue el peor. Todo sin considerar el contexto, el país, las ideas dominantes de la época. Roca, hombre de Estado con aciertos y errores, merece, al menos, un debate de mayor nivel.
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Para cerrar, una muestra de por dónde pasan las urgencias y los intereses de los vecinos, expresada en el foro de LA GACETA: “no importa el nombre que le pongan a la avenida, pero por favor que la pavimenten, porque está destruida”.