Con uno o dos llamados diarios a los amigos ucranianos, la diplomática tucumana jubilada Lila Roldán Vázquez intenta mitigar la zozobra que le genera la guerra en curso desde el 24 de febrero. Sus lazos con Kiev (ella pronuncia “Kyiv”) provienen de los ocho años y medio que pasó allá como embajadora argentina. En el presente, Roldán Vázquez mantiene un vínculo profesional en su condición de directora de los estudios euroasiáticos del CARI (Consejo Argentino de Relaciones Internacionales). Para ella Ucrania es algo tan próximo como la empanada: quizá por eso lamenta el desconocimiento sobre aquel país y su historia que advierte por doquier en la Argentina. Didáctica, Roldán Vázquez ensaya esta comparación por teléfono: “la invasión de Rusia a Ucrania es equiparable a que la Argentina bombardee Uruguay”.
Después de cumplir numerosas misiones, la embajadora se retiró a comienzos de 2020, pero, según dice, no dejó espiritualmente la Cancillería, la institución donde depositó su vida. Esta comprovinciana que se fue hace más de 40 años para hacer carrera en la diplomacia quizá sea la máxima autoridad que hay en la Argentina sobre la Ucrania y los ucranianos contemporáneos, y su complejísima relación con Rusia. “Si hablás con alguien de allá, te dirá que la guerra empezó hace ocho años, cuando (el autócrata Vladimir) Putin anexionó la península de Crimea”, manifiesta desde la Ciudad de Buenos Aires, donde reside con su esposo de origen francés.
- ¿Cómo ve el desarrollo de esta guerra? ¿Varió la opinión que tenía al comienzo?
- Al igual que la mayoría de los analistas, yo pensaba que esta operación iba a estar focalizada sobre Dombás (región del este) en apoyo de estas dos autoproclamadas repúblicas independientes, Donetsk y Lugansk, que había reconocido Putin tres días antes de lanzar la invasión. Se creía que Rusia iba a ingresar por ahí para lograr el control del territorio porque los separatistas no dominan todo el Dombás, ni las dos provincias, sino una tercera parte de estas. Las porciones restantes permanecen bajo la administración ucraniana. Pero el decreto de reconocimiento que hizo la Duma rusa y que su presidente suscribió comprende el total del territorio. En un contexto de altísima irracionalidad, era razonable esperar un avance sobre las dos provincias para lograr una secesión, como ya había sucedido con Crimea. A mí me preocupó mucho una noticia del domingo previo a la invasión en la que Bielorrusia había anunciado que los ejercicios militares que tenían con los rusos se iban a extender por tiempo indeterminado. Ahí me sonó una señal de alarma.
- ¿Por qué?
- Porque conozco el territorio, y sé cuán cerca están geográficamente Kiev y otras provincias ucranianas importantes, como Chernóbil, de Bielorrusia. En ese momento tuve la primera sensación de que Putin no iba sólo por el este de Ucrania. Desgraciadamente es lo que sucedió: un ataque por distintos frentes.
- En los ocho años y medio que usted vivió allá, ¿percibía el temor de que algo así fuera a ocurrir?
- Antes de 2014, no. A partir de Crimea, sí. Si hablás con alguien de Ucrania, te dirá que la guerra empezó hace ocho años, no 24 o 25 días. Ellos estiman que el proceso actual arranca con la anexión de Crimea y la implicación de Rusia en un enfrentamiento que debió haber sido civil porque fue originado por unos separatistas que no querían escindirse de Ucrania, sino un estatus distinto. A partir de allí, Ucrania se militarizó, y reforzó sus ejércitos y armamentos. Los residentes del norte, del centro y del oeste no percibían el peligro como los pobladores del Dombás, que estaban en escaramuzas permanentes con los separatistas. Ese conflicto produjo más de 14.000 muertes y 1,5 millón de desplazados internos. Muchísimas familias se fueron del este. Entonces, esta situación tiene su origen en algo más profundo y antiguo, y se remonta a las raíces de Ucrania y de Rusia.
- ¿Podría explicar cuál es ese origen compartido y por qué genera tantas fricciones?
- El nacimiento de Ucrania es anterior al de Rusia. Primero existió la Kiev Rus, que data del año 885, mientras que Moscú fue fundada en 1147. Tanto los rusos como los ucranianos consideran a la Kiev Rus como la madre de todas sus ciudades. Pero la cultura ucraniana apareció antes, aunque su historia es muy accidentada porque parte de muchos principados y tribus diferentes que no se ponían de acuerdo, y que, por ello, fueron víctimas de las potencias que estaban alrededor: Polonia, el Imperio Austrohúngaro, los condes de Lituania y Rusia en sus diferentes períodos, Imperio, Unión Soviética y Federación. A los ucranianos siempre les estuvieron dividiendo el territorio: los rusos los invadieron varias veces.
- ¿A qué se compara la invasión de Putin?
- Yo digo que lo que está pasando es como si a Brasil se le ocurriera apropiarse de Paraguay o como si nosotros, los argentinos, decidiéramos ocupar por la fuerza Uruguay con el argumento de que habíamos compartido el Virreinato del Río de la Plata, de que somos más grandes o de que todos tomamos mate. Uruguayos y argentinos tenemos puntos de contacto, pero somos muy diferentes, pese a que nos consideramos rioplatenses. Esto es lo mismo: tal vez Rusia y Ucrania tuvieron un mismo origen, y desarrollaron lenguajes parecidos, porque no es cierto que el ruso y el ucranio sean iguales, pero son muy diferentes.
- Usted vio de cerca a las autoridades ucranianas. La pregunta es si, en función de su conocimiento, la resistencia del presidente Volodimir Zelenski le llama la atención.
- A mí me parece que él encarna esto que fue una sorpresa para todo el mundo y que es la fuerza de la nacionalidad ucraniana. Zelenski ganó las elecciones con el 77% de los votos en unos comicios donde sus rivales eran poco relevantes, excepto por su antecesor en el cargo, Petró Poroshenko, que había generado decepción por incumplir su promesa de arreglar el problema del Dombás. Zelenski ganó con el apoyo de un oligarca, que era el dueño del canal de televisión donde trabajaba, Ihor Kolomoisky. Al principio tuvo un desempeño poco expectante. No es un político tradicional, pero la guerra extrajo su costado más convincente. Zelenski es joven y no vivió la época soviética, y viene precisamente de una zona fronteriza con Rusia. Habla ruso y nació en una familia judía, algo que, por cierto, no detiene a Putin en su afán de llamar nazi a Zelenski y de asegurar que pretende “desnazificar” Ucrania.
- ¿Coincide con los que creen que la invasión no está saliendo como Putin imaginaba y que le vendría bien terminarla?
- Siempre y cuando haya ganado algo. Putin no va a soltar Ucrania sin obtener alguna clase de rédito: no se puede esperar que diga “perdí y me retiro”. Él debería conseguir algo para sacar las tropas. Y me parece que ese algo es lo que Zelenski empezó a sugerir en los últimos días cuando dijo que estaba haciéndose a la idea de que Ucrania no va a ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Este giro en un punto está dado por el hecho de que la OTAN decidió no reaccionar como tal ante el accionar de Putin, sino que los países miembro individualmente están ayudando a Ucrania.
- ¿El hecho de que los ucranianos se resignen a seguir afuera de la OTAN es suficiente ganancia para Putin?
-Sí. Uno de los objetivos principales del Kremlin es que Ucrania no ingrese a esa institución. Putin afirma que la seguridad de su país está en juego si Ucrania se une a la OTAN porque es tener a la OTAN en la frontera. Ahí hay una línea roja, pero todo es relativo, porque si Putin llegara a tomar toda la extensión de Ucrania, como parece que quiere hacer, tendrá fronteras con varios Estados de la OTAN, no con uno: Polonia, los Bálticos, Hungría, Eslovenia, Rumania…
- Si se pudiera firmar un Tratado de Paz, ¿cómo haría Rusia para borrar el daño que hizo?
- Es inconmensurable. Rusia eventualmente podría recuperar, con el tiempo, la relación con el mundo que perdió, pero una de las consecuencias más graves de lo que está pasando es que se quebró la confianza entre los Estados, y que eso conllevará una reconfiguración del orden mundial y de las esferas de influencia. Todo lo que viene es muy complicado.
- ¿La Argentina pudo enmendar la circunstancia de que días antes del inicio de la invasión el presidente Alberto Fernández visitó a Putin y le ofreció ser la puerta de entrada de Rusia a América Latina?
- Creo que la falla estuvo más en lo que dijo el Presidente que en la visita en sí porque seguramente esta estaba programada desde antes y coincidió con esta situación. Dos días después, también fue al Kremlin (el mandatario brasileño Jair) Bolsonaro. Lo que hizo daño fue la actitud en Moscú y el reclamo público hacia los Estados Unidos porque la visita podría haber pasado inadvertida. Pero creo que el Gobierno argentino realizó un gran esfuerzo para tratar de revertir la situación y ahora a los Estados Unidos no les va interesar ningunear a ningún país del área justamente por esa necesidad de recomponer las esferas de influencia. No hay un malentendido irreparable, pero la Argentina sí va a tener que pensar bien sus acciones futuras para conservar la independencia y la autonomía para relacionarse con todo el mundo, y equilibrar sus posiciones en los organismos internacionales hacia el lado de la paz y la seguridad globales.
- Más allá de condenar la invasión rusa, ¿la Argentina está ayudando de alguna manera a Ucrania?
- El país está abierto para los refugiados. En la Argentina hay alrededor de medio millón de ucranianos, pero es difícil llegar hasta aquí. Además, los refugiados tienen la idea de que volverán pronto a sus hogares. En general, las familias se dividieron: las mujeres y los niños se fueron, y los hombres se quedaron a luchar. Hay un cisma muy grande y muy triste, con repercusiones personales y colectivas. Lo que pase con esta guerra va a impactar en las posiciones de Kazajistán, Turkmenistán, Kirguistán, Chechenia, Armenia y Azerbaiyán. También hay que ver qué sucederá con Turquía…
- El tablero internacional se está moviendo como no lo hacía desde hace tiempo.
- No estaba tan quieto. En la Argentina no tenemos información sobre el mundo y eso es un problema enorme. En el último tiempo ha habido movimientos significativos en China y en Rusia en el contexto de la transformación de un planeta bipolar en otro multipolar. La guerra en Ucrania ha sacado a la luz una serie de tensiones y lo que viene es un sacudón tectónico, que generará cambios no progresivos, sino brutales.