Por Juan José Sebreli

Lo primero que llama la atención al revisar los espléndidos poemas que Alina Diaconú ha reunido en este libro es que la mayoría de las líneas no supera las tres palabras. A veces mucho menos. Hay piezas que son hileras, torres de palabras solitarias. Este rasgo le confiere a los poemas una especie de geometría musical, una drástica verticalidad apoyada sobre el margen izquierdo de cada hoja, por lo que ya antes de leerlos estamos en presencia de una obra de arte visual, espigada como las figuras de Alberto Giacometti o los rostros de Amedeo Modigliani. Pero, cuando dejamos atrás ese primer deslumbramiento plástico y nos adentramos en los textos, nos sorprende la poeta en busca de felicidad: tropezando, yendo en zigzag, cayendo a veces, pero siempre dispuesta a levantarse y a dar batalla. En el tomo titulado Paciencia, Alina me ha dedicado la pieza El 2020. Sin duda en esas páginas habla de la pandemia que nos anonadó, paralizó y azotó en el fatídico 2020, ese fenómeno que, agravado por la soberbia de ciertos tecnólogos y la ignorancia de los políticos, nos aisló de los amigos, de los amantes, de los otros cuerpos, nos encerró en nuestros domicilios y suspendió nuestra vida privada. Hace bien en llamarlo “carnaval del terror” porque canceló todos nuestros placeres, y hace bien también en vincular conmigo el episodio de la peste: prohibir libertades a un hombre que ronda los noventa años más que una amputación es una leve forma de asesinato. Completan el libro las ilustraciones del gran dibujante, acuarelista y muralista Guillermo Roux, que justo en estos días nos ha dejado. Como alguien dijo alguna vez, con los años el mundo se va despoblando. Roux se negó a seguir las bogas: empezó a pintar a mediados del siglo XX, con los últimos estertores de la Escuela de París. Pese al auge del arte abstracto, a contracorriente, siguió reivindicando la figura, incluso cuando se plegó a cierto surrealismo. Digo cierto surrealismo, y no surrealismo a secas, porque no es un surrealismo clásico sino muy personal, en el cual los personajes se entretejen en amasijos de cuerpos fragmentados que atisban la realidad desde lugares insólitos, como en esas películas en las que la cámara enfoca desde el piso o desde el techo. Dentro de la figuración Roux trabajó intensamente el erotismo de las flores y de los desnudos, dos temas que son satanizados por la pintura de vanguardia y que a mí me llenan de alegría. En este último registro se inscriben las ilustraciones de este libro: extraordinarios desnudos femeninos en blanco y negro. Roux fue mi amigo; Alina, lo es. Este libro indispensable también es una celebración de esas largas y ricas amistades que atraviesan, ilesas, dos siglos.