Por Fabián Soberón, especial para LA GACETA - Tucumán

-“…Mientras Putin parece jugar al pulpo anexando territorios, internamente su imagen sube”, sostienes en tu libro Rusos de Putin. ¿Por qué piensas que la imagen de Putin sube cuando él invade o anexa un país? ¿Es solo un apetito de poder de Putin que tiene eco en la población o Putin es sólo un efecto del espíritu expansionista de una gran parte de la población que lo apoya?

-Creo que hasta ayer podíamos hablar de un Putin y a partir de ahora podemos hablar de otro Putin. La invasión a Ucrania es eso: una invasión. No es ni una recuperación ni una anexión. No es el caso de Crimea y ni siquiera el caso de Georgia, en el 2008, en donde había una provocación de parte de Georgia más evidente. Acá no se trata de una operación que pasa solo por el este ucraniano rusófono. Putin está avanzando sobre un país, sobre ciudades que no tienen nada que ver con el conflicto, con la guerra civil que tiene lugar desde hace ocho años. Acá lo que está haciendo Putin es una invasión con todas las letras. No por nada aparecen las comparaciones con Hitler en relación a lo que fue la operación Sudetes después de la anexión de Austria. Lo que aparece es una invasión con toda la furia, con toda la iracundia que por momentos uno mismo –que sigue estos temas– no termina de entender qué fue lo que desató todo esto. Dicho esto no estoy tan convencida de que lo que vaya a pasar con la población vaya a ser un apoyo irrestricto a la invasión de Ucrania. Ucrania es un país muy cercano. Son efectivamente hijos, hermanos, amigos –depende de las épocas y depende de con quién hables–, tienen una cultura completamente en común, una religión y un origen completamente común y no es casual que Putin para iniciar este movimiento haya tenido que recurrir al argumento de que Ucrania no es independiente y que a Ucrania Lenin le regaló una independencia que no supo aprovechar ni utilizar. De manera que al destruir la entidad de Ucrania como país soberano él se autoriza o autoriza a Rusia a invadir. No estoy tan segura de que el resto de los rusos lo acompañen. Así también lo que hay que decir es que toda la movilización que uno pudo ver el año pasado, sobre todo motorizada por gente joven en Rusia y que salían a protestar y demás, fue bastante bien desactivada una vez más por Putin, que suele saber desactivar esas cosas con la detención de los manifestantes y, sobre todo, lo que él desactiva con mucha inteligencia y maña son las figuras de posibles opositores serios. Entonces, en este sentido, el hecho de tenerlo detenido a (Aleksei) Navalni de algún modo desactivó todas las protestas. Pero hay un pasado imperial y hay una sensación en todos los rusos de que el mundo les debe un reconocimiento, para empezar el reconocimiento de haberle ganado a los nazis. Los rusos sienten como una herida muy grande que el mundo no les reconozca eso. Y entonces ese pasado imperial y esa deuda del mundo a veces se saldan anexando territorios o invadiendo a Ucrania. Igualmente, sospecho que con la gente joven, con la gente que tiene menos cabeza de homo sovieticus, no le va a ir tan bien en ese sentido. Me parece que la cuestión expansionista podría no tener hoy la respuesta que supo tener.

-“Ucrania es un país de tensiones dramáticas. Sometido o protegido por Rusia desde sus orígenes, la mitad de su población aspira a integrar la Unión Europea, mientras que el resto… no tiene problemas de identidad”, sostienes en tu libro. ¿Influyen estas tensiones internas en el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania?

-Justamente las tensiones dramáticas tienen que ver con eso. Depende de con quién hables te van a decir “Ucrania quiere ser parte de la Unión Europea”. Pero no toda Ucrania quiere ser parte de la UE. El oeste ucraniano sí, gran parte del país, en todo caso. Pero hay un este prorruso en donde se habla ruso. Si mirás en los mapas en donde está por colores la lengua principal de la zona vas a ver que cuanto más a Occidente te venís (y más al norte) más ucraniano se habla, y más ruso se habla por el lado del este. Ahora bien, no es casual también que el gobierno ucraniano hace un par de años haya determinado que la única lengua oficial es la ucraniana. Ahí hay una pelea y esa tensión interna tiene que ver con lo mismo que en realidad lleva a las diferencias entre rusos y ucranianos. Los rusos están infinitamente más armados en todo sentido. Es un país muy grande contra un país muy chico, a pesar de que Ucrania en términos de territorio europeo es el país más grande de Europa. Pero la situación dramática entre ambos países tiene que ver justamente con lo que no está resuelto internamente en Ucrania. 

Y eso es algo de lo que aprovechan tanto en Occidente como los rusos. Los rusos vienen fogoneando esa secesión, pero del lado de Occidente también lo que vemos es cómo viene coqueteando tanto la Unión Europea como la OTAN con el ingreso posible de Ucrania, que no llega nunca. Te diría que desde el 2004 para acá, desde la Revolución naranja para acá, lo que hacen es fogonear de un lado y del otro esa división. Y es esa división la que hace que en este momento los rusos entiendan que es una intervención excesiva por parte del Occidente próspero. Con eso justifican la invasión.

-“Es casi imposible sembrar miedo entre los ciudadanos rusos”: es una frase de Putin que citás en tu libro. “Solo un ruso puede darle miedo a otro ruso”, citás a continuación. ¿Hay relación entre esta capacidad de resistencia rusa con el poder autoritario de Putin? Quiero decir, ¿hay conexión entre esta falta de miedo (y exceso de vigor) de los rusos con el avance armado de Putin sobre Ucrania?

-El éxito de Putin y el modo en que consolidó y pavimentó su camino al poder absoluto tiene que ver con que él representa mucho aquello que los rusos más respetan. Por un lado está el tema del orgullo. Putin es el que les devolvió el orgullo a los rusos después de haber quedado completamente de rodillas con los dos defaults y con las deudas a partir de Yeltsin. Él les devuelve en todo caso esa cuestión del orgullo y al mismo tiempo lo hace, por un lado, en términos económicos siguiendo los lineamientos del capitalismo más férreo pero en términos ideológicos diría que no tiene una oposición a la Unión Soviética como podían tener otros políticos rusos más cercanos a Occidente sino que él tiene todavía cierto respeto a lo que fue la Unión Soviética, sobre todo en términos del orgullo. Y está esa frase que está al comienzo de mi libro: “Es demasiado pronto para enterrar a Rusia como una gran potencia”. Y la otra frase dice: “Quien no lamenta la desaparición de la URSS no tiene corazón y quien quiere recrearla como era no tiene cabeza”. Ahí está todo el ideario de Vladimir Putin en relación con lo que fue la Unión Soviética. Y el miedo en la Unión Soviética fue un capital único que tuvieron las autoridades para poder manipular del modo que lo hicieron durante 70 años esas mentalidades. Y eso es algo que no se va tan fácil. Pero creo que sí se puede ir en los más jóvenes porque nacieron con Putin y que, si bien es autoritario, no es estrictamente la Unión Soviética. Y por eso también esa idea que queda de “cualquiera puede ser un comisario político” o “cualquiera que está al lado tuyo puede denunciarte”. El miedo es algo que en los rusos sigue muy fuerte, por un lado. Y por otro lado está la idea épica y heroica que ellos tienen de sí mismos –y que tienen de dónde aferrarse–, la cantidad de muertos que ellos entregaron en la Segunda Guerra es una cosa de locos y el sitio de casi tres años, el sitio de Leningrado, demuestra también los huesos duros de roer que pueden llegar a ser. ¡Ojo!: los ucranianos también pueden ser eso, lo están demostrando en estos días. En ese sentido no hay grandes diferencias entre unos y otros. Es como una pelea entre hermanos. El tema del miedo es algo que funciona mucho y Putin es una persona a la que le gusta que lo respeten. Y si no lo respetan no tiene problema en que le tengan miedo porque le da lo mismo. Para él que te tengan miedo es que te respetan.

-¿Se trata de un conflicto principalmente ideológico-político o es un enfrentamiento económico (como diría Karl Marx)? ¿O ambos?

-Si hablamos de enfrentamiento económico estaría siempre y sería un enfrentamiento para ocupar espacios y eso es enfrentamiento económico. No entre Rusia y Ucrania; en todo caso Ucrania como el juguete de Occidente para provocar a Rusia y el objeto querido por Rusia para ser recuperado. En ese sentido me parece que lo que hay es un enfrentamiento sí heredado de la Guerra Fría, sí que pudo haber tenido capítulos más duros que este y por eso tampoco se termina de entender muy bien por qué la invasión ahora y no, por ejemplo, cuando Bush hizo instalar el escudo antimisiles ahí a las puertas de Rusia. Me cuesta pensar la política y la economía completamente disociadas, por otra parte. Me parece que lo que hay es la ambición de recuperar un espacio que Putin lleva 22 años intentando recuperar y si bien consiguió por momentos volver a ser un jugador tenido en cuenta –no te olvides que hubo unos años en donde el G7 pasó a ser G8 (G7 más Rusia)– yo creo que eso se ligaba claramente a los años en donde Rusia económicamente estaba floreciente y por eso les convenía tenerla ahí. Y creo que es político, creo que es económico y creo que es personal, también. Tengo la sensación de que a los casi 70 años esto que se está jugando Putin no deja de ser también una maniobra un poco desesperada. Pero eso es ya un análisis más psicológico y muy modesto.

-¿De qué factores depende que se convierta en una guerra con intervención de otros países europeos y Estados Unidos?

-En la medida que la OTAN no intervenga –por ahora están diciendo que no van a intervenir—no hay posibilidades. Sí aparecen provocaciones como cuando Francia anuncia guerra económica y Medvédev, el Primer Ministro, responde que las guerras económicas pueden convertirse en guerra reales. O sea, ese tipo de amenazas ahora habría que tomarlas un poco más en serio. Me parece que ya no es sólo una extorsión para llegar a un acuerdo sino que Rusia está mostrando que está dispuesta absolutamente a todo y todavía no termina de quedar tan claro porque Ucrania no estaba realmente cerca de entrar a la Unión Europea ni a la OTAN; por más coqueteo que hubiera faltaba mucho. Aunque ahora ya no falta tanto. En todo caso lo que hizo fue acelerar los tiempos para que en Europa haya más presión para incorporar a Ucrania como un jugador propio. Ahora bien, al hacer ellos una guerra preventiva, ¿quién va a acusar a Estados Unidos de hacer guerras preventivas? O sea ¿estuvieron todos estos años con las manos atadas cuestionando y criticando lo que hacía Estados Unidos para terminar haciendo lo mismo? Eso puede tener un costo muy alto. © LA GACETA


Perfil
Hinde Pomeraniec es Licenciada en Letras, periodista y editora. Trabaja desde hace más de 30 años en la prensa gráfica, radio y TV. En la actualidad, es la editora de Cultura de Infobae y conduce el programa sobre libros Vidas prestadas, en Radio Nacional. Entre 1990 y 2010 fue editora de Cultura y de Política Internacional en el diario Clarín y, más tarde, columnista del diario La Nación (2010-2016). Condujo durante varios años el noticiero internacional de la Televisión Pública (premio Martín Fierro 2009 al mejor noticiero de TV). Es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo.

Veinte años en el poder
Fragmento de Rusos de Putin
Por Hinde Pomeraniec

Lejos de cualquier imagen heroica, la aparición de Putin sorprendió porque su aspecto era el de un hombre gris. La designación de un hombre trivial y su falta de distinción respecto del resto de los ciudadanos coincidió con lo que ya se percibía como una suerte de nostalgia, un sentimiento que siguió al vacío provocado por el derrumbe de la URSS. En Putin se fusionaban las dosis ideales de carisma y burocracia que en poco tiempo le permitirían convertirse en un líder al estilo soviético.

Su relación laboral previa con los servicios de inteligencia y con las fuerzas de seguridad en general fueron de gran ayuda para lograr un poder omnímodo a través de presiones salvajes a los empresarios -los llamados “oligarcas”, beneficiarios de las privatizaciones amistosas de Yeltsin-, el férreo control de toda forma de crítica y protesta, la compra y la creación de medios, y las limitaciones a veces criminales de investigaciones de personas y organismos vinculados con los derechos humanos.

“Sé que esto va a terminar mal”, llegó a decirle la periodista e investigadora Anna Politkovskaya a una amiga semanas antes de ser ejecutada por un sicario, un sábado de 2006, en el ascensor de su edificio moscovita. “Sé que no voy a morir en mi cama”, vaticinó. Politkovskaya fue una crítica durísima del gobierno y de la figura de Putin básicamente por la actuación de las fuerzas militares en Chechenia y adquirió estatura de mártir luego de su asesinato. En medio de un clima de sospecha generalizada, Putin halló una poco sutil forma de descalificarla y despegarse del asesinato cuando dijo que Politkovskaya le hacía más daño muerta que viva.

Esa práctica, la de minimizar la relevancia del asesinado, se repetiría años después con otra víctima: el conocido político opositor Boris Nemtsov, acribillado en un puente a pasos del Kremlin un viernes por la noche a fines de febrero de 2015. “No era un político popular”, le dijo entonces a la prensa su vocero, Dmitri Peskov, haciéndose eco del estilo inclemente de su jefe. Esa vez, sin embargo, Putin mandó enseguida sus condolencias a la madre del muerto.