Está pero no la vemos. La sentimos, pero la ignoramos; no notamos el riesgo, ni somos conscientes de que su existencia no es normal. La contaminación acústica es un problema que crece en nuestras sociedades.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó recientemente un preocupante informe sobre cómo el ruido contaminante es “un peligro creciente para la salud pública” del mundo, ya que afecta el bienestar de las personas en lo físico y en lo psíquico.

Según la OMS, un humano puede soportar -sin dañar su audición- hasta 65 decibeles (dB). En un día normal en el centro de San Miguel de Tucumán, se puede registrar (con equipo especializado) hasta 90 dB, según informa Franco Pinello, de la Dirección Municipal de Control Ambiental y Bromatología.

Los datos también son confirmados por la arquitecta Beatriz Garzón, directora del Grupo de Hábitat Sustentable y Saludable (Ghabss), de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). “Las mediciones acústicas indican que, en horario ‘pico’, el centro de San Miguel de Tucumán soporta sonidos de entre 90 y 100 dB -explica-; la ciudad es muy agresiva para el oído humano”. Otra vez: un peligro silencioso.

Situación actual

“Ahora, con las flexibilizaciones, ha ido creciendo todo lo que son las denuncias por ruidos molestos”, explica Pinello a LA GACETA. El podio -dice- lo ocupan las cervecerías, seguido por los gimnasios y los salones de fiestas.

A la contaminación acústica la sufrimos todos por igual, pero algunos la producen más que otros. Los ruidos del tráfico, de las construcciones y de los comercios son una parte importante. Pero eso no es todo. Los particulares hacen su parte. En la oficina de Pinello se reciben sistemáticamente denuncias: aunque la ordenanza municipal regula los sonidos hasta 40 decibeles, muy pocas veces se cumple. Digamos: música fuerte hay en todos lados.

Consecuencias

Parece algo inofensivo, pero sus efectos en el organismo pueden ser graves: “trastornos del sueño, molestias auditivas, problemas cardiovasculares y hasta deficiencias cognitivas en los niños”, dice el estudio.

El otorrinolaringólogo Gustavo Casserá lo ratifica. “La principal consecuencia es el deterioro de la sensibilidad auditiva: empezás a escuchar menos, y mal. A la audición no sólo se la mide cuantitativamente, sino también de manera cualitativa. El ser humano escucha ruidos y sonidos, pero también palabras, y tiene que decodificar esos mensajes. Eso implica una función cerebral superior; cuando se daña el oído, se daña esa posibilidad de decodificar esa información”, indica.

Si bien cada persona reacciona diferente a la contaminación acústica -sigue- la agresión auditiva constante afecta el sueño. “Imaginate vivir al lado de una fábrica, con ruido constante. Se afecta el sueño y, por ende, el metabolismo -dice-; eso te genera angustia y displacer, y siempre termina repercutiendo en el corazón”.

Los más afectados

El análisis de la ONU hace hincapié en que quienes más sufren la contaminación sonora son los jóvenes, los ancianos y las personas de bajos recursos que viven cerca de carreteras o fábricas.

En el último caso se entiende: el ruido es constante, ¿pero qué pasa con los jóvenes y con los ancianos?

Casserá lo explica: “los jóvenes se exponen más a los ruidos por su juventud; son la población socialmente más activa”, dice y enumera: “en el boliche, con parlantes de dimensiones brutales, con los auriculares, en las manifestaciones... Salen a la calle constantemente al hacer trámites”.

En el caso de los ancianos, detalla, influye su edad: “a medida que las personas van envejeciendo, sus órganos también lo hacen. En los ancianos se disminuye la irrigación y eso afecta el metabolismo del oído y sus células se hacen más sensibles a los sonidos. Y eso puede producir traumas acústicos”, agrega.

Soluciones

El informe asegura que, sólo por año, se producen 12.000 muertes prematuras en la Unión Europea, y que además los animales se ven afectados en su comunicación acústica. El problema posee, entonces, muchas aristas. “Tiene implicancias sociales, legales, económicas, educativas, etcétera. Asimismo, se trata de una problemática de mucha complejidad que involucra a cualquier localidad sin importar su tamaño. Y es igualmente imprescindible el desarrollo de acciones de concientización y concienciación sobre el ruido”, expresa Garzón.

Entonces, ¿qué se puede hacer? La arquitecta considera que el primer paso es la concientización. “En cuanto a las normativas, cada ciudad, municipio, país, tiene una legislación distinta sobre el ruido; es fundamental cierta unificación de criterios en torno a ello. También, debemos reflexionar sobre la cantidad de fuentes de ruido a las que estamos sometidos en nuestra vida diaria, existentes tanto a nivel urbano como edilicio”, asegura.

“A nivel edilicio, es imprescindible considerar y lograr un adecuado diseño acústico y materialización de nuestros espacios de vivienda, de trabajo, etcétera; y, sobre todo, considerar si las disposiciones tecnológicas, correspondientes a cerramientos verticales y horizontales, con las que fueron y son resueltos cumplen o no su función en tal sentido. Se ha constatado que, en la gran mayoría de los casos, no lo hacen”, considera la experta.

Más parques

Una de las soluciones que propone en el informe ONU Medio Ambiente es incrementar las zonas verdes en las ciudades. Garzón coincide. “De las investigaciones del Ghabss (realizadas durante 2020) ha surgido que, a nivel urbano, una de las estrategias que podrían ser viables es el uso de la vegetación urbana que podría generar grandes beneficios ambientales y sociales, entre ellos ‘mitigar el ruido’; esto va a depender de sus características, su estructura, su densidad y los patrones de distribución de las especies que se adopten”

La especialista asegura que los parques urbanos podrían considerarse como “pantallas vegetales”, para la reducción del ruido y que aportarían otros beneficios ambientales.

“La vegetación urbana en el mejoramiento de la calidad ambiental en las ciudades debiera fortalecerse, como una herramienta para la planificación y el manejo de la arborización y las zonas verdes. Esto va posibilitar que la toma de decisiones para las intervenciones en el espacio público y privado sea más acertada y se encamine al mejoramiento de nuestro hábitat y de nuestra salud, aumentando así el bienestar de cada comunidad”, sintetiza.