¿Quién puede dudar de la contracción productiva en esta cosecha? Y no solo de soja, sino también de otros granos; principalmente, maíz. ¿Es posible que el aumento de precios compense la baja en la producción? Todo es posible, pero no seguro. En definitiva, Brasil enfrenta la peor sequía en los últimos 70 años y no es muy distinta la situación en los restantes productores de Sudamérica. “Estas preguntas nos las hacemos buscando la manera de entender que es lo que pasa”, dijo Manuel Alvarado Ledesma, economista y docente, de AgroEducación. Seguidamente, vertió otros conceptos.

Nuestro país está ingresando en un mar embravecido. El escenario pesimista se presenta como el más probable. Pese al aumento de precios, la economía del país sentirá el impacto. Arriesgar una estimación sobre el número es una irresponsabilidad, porque al volumen de la cosecha hay que agregar la inestabilidad de precios; especialmente, debido a la posibilidad de que la demanda queda afectada por la suba de la tasa de interés en Estados Unidos. La tasa de inflación en este país es tan elevada que resulta lógico aguardar un cambio en la estrategia monetaria de la Reserva Federal de este país.

Por supuesto, existen además múltiples factores que vuelven impredecible el nivel de precios para los próximos meses. En suma: lo único seguro es que el cuadro es impredecible. Pese a ello, las autoridades hacen cálculos, como si fueran adivinos y se niegan a reconocer el papel gravitante del campo.

Nivel de vida

El peligro sobre la reducción de dólares por exportaciones de la agricultura amenaza el nivel de vida de los argentinos. La economía camina sobre una cuerda floja y aguarda desesperadamente la entrada de dólares frescos. Las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA) son casi nulas.

Hay una cuestión central para el futuro inmediato. Se trata de las exportaciones; es decir, de la cantidad de divisas que ingresen. Ellas determinarán la capacidad de realizar importaciones, imprescindibles para mantener la economía y crecer. La industria necesita aproximadamente el 80% de estas para el agregado de valor. Son vitales.

A ello se debe sumar la situación de las reservas. Es imprescindible alcanzar una posición de fortaleza en el BCRA, con el fin de poder amortiguar cualquier fluctuación a raíz de impactos especulativos y de hacer frente a las obligaciones.

Pero, además de esta y de otras amenazas, hoy se presenta una que surge del oportunismo fruto maligno de la política intervencionista del Gobierno nacional y de la imperiosa necesidad de huir de la moneda nacional. Nos referimos a la impactante brecha cambiaria, que supera el 100%.

En nuestra historia, las brechas cambiarias por encima del 70% han mantenido una permanencia promedio de tres meses y medio. En la actualidad, la brecha lleva más de cinco meses. Pese a que el tipo de cambio se halla más o menos un 15% más elevado que cuando la salida del cepo.

Problema de confianza

El problema no está, claramente, en el nivel del tipo de cambio, sino más bien en la confianza y en el horizonte de altísima incertidumbre. Con tal brecha, la liquidación de divisas queda desalentada y la demanda de importaciones premiada, en un momento que urge la entrada de dólares. A su vez, semejante brecha lleva al contrabando de la producción dado que el premio por vender la cosecha en el exterior -países limítrofes- es muy elevado. Mientras el productor brasileño o paraguayo, logra un precio próximo a U$S 600 por tonelada, el argentino apenas llega a U$S 400 por tonelada.

A su vez, lleva a comportamientos elusivos; es decir, a hechos de sobrefacturación de importaciones y de subfacturación de exportaciones. Las brechas siempre han incentivado este tipo de oportunismos, que redundan en un menor ingreso de dólares.

La cuestión, en este sentido, no está en perseguir al oportunista, sino en eliminar la brecha, mediante un programa económico consistente que vuelva a recrear la confianza en la alicaída o moribunda moneda argentina.

En suma, la próxima cosecha es un enigma. Donde no existe enigma alguno es en la enorme dependencia que mantiene la economía con el clima, con las variables financieras a nivel global y con las políticas económicas internas, donde el intervencionismo, pese a ser evitable, sigue siendo un factor de destrucción en la economía.