El camino que han recorrido no ha sido nada fácil. Sus investigaciones implican horas y horas de trabajo. Hay pruebas de laboratorio, cálculos, experimentos, encuestas. A algunas les tocó viajar para perfeccionarse: cruzaron el océano, y lo hicieron con hijos y niñeras a cuestas. Les apasiona lo que hacen. Por eso, a veces enfrentan una gran carrera de obstáculos. No se acobardan ante los prejuicios. Y miran desafiantes el famoso “techo de cristal” que todavía sigue siendo muy contundente para las mujeres en la ciencia.

En pleno siglo XXI aún se topan con comentarios como: “esta es una carrera para hombres”, “deberías dedicarte a otra cosa”, “¿y para cuándo los hijos?”. Si deciden ser madres, saben que eso seguramente tendrá un alto costo en su carrera como científicas. Las cifras les demuestran que no están equivocadas. Aunque ellas son mayoría (el 59,7%% de los científicos son mujeres), solo ocupan el 20% de los cargos jerárquicos en la ciencia en la Argentina. Siguen estando subrepresentadas en muchos ámbitos de toma de decisiones o elaboración de estrategias.

¿Cómo compatibilizan la vida de familia con su carrera? ¿Qué opinan del papel de la mujer en la ciencia? ¿Qué avances creen que son necesarios? Charlamos con cuatro científicas en el marco del Día Mundial de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra hoy.

Guadalupe Vizoso Pinto, de 45 años, es doctora en microbióloga. Trabaja en el Laboratorio de Biología de las Infecciones (Insibio), dependiente del Conicet y de la UNT. Está al frente de importantes investigaciones, entre ellas el desarrollo de tests de diagnóstico serológico para Hepatitis E y la búsqueda de antimicrobianos para infecciones por bacterias multirresistentes y levaduras patógenas.

Cuando habla de su conexión con la ciencia, su mente viaja directamente a cuando tenía 10 años y los Reyes Magos “le trajeron” un juego de química. “En la secundaria me fascinó estudiar la célula”, cuenta la profesional, que hizo su doctorado en Alemania.

Vizoso Pinto tiene dos hijos, de 11 y 13 años. “Hay un antes y un después de ser madre. Te puede apasionar mucho lo que hacés, pero cuando tenés chicos no te querés perder ciertos momentos de ellos; y además hay cosas para las que dependen mucho de vos. Soy una agradecida por mi trabajo y mi familia, aunque también es cierto que una no se quiere perder el tren… eso nos pasa a todas. En las carreras científicas te evalúan por productividad, y cuando estás en medio período de maternidad no podés publicar la misma cantidad de cosas; creo que debería cambiar la forma en que nos evalúan en esos momentos”, propone.

Mónica Cecilia Tirado tiene 59 años. Es doctora en Física. Su especialidad es la investigación de nanomateriales aplicados a sensores, biosensores o celdas solares o térmicas. Es la directora del Laboratorio de Nanomateriales del INFINOA (Conicet -Facet) y dirige el Grupo de Investigación NanoProject. Su amor por la ciencia se despertó cuando tenía apenas 12 años. En ese entonces vivía en Salta. Un día escuchó que iban a dar una charla sobre energía nuclear. Le llamó la atención y le pidió a sus padres si la podían llevar. Fue un camino de ida, recuerda.

Las mayores dificultades durante su carrera las sintió cuando iba a la facultad. Más del 90% de sus compañeros eran varones. Hubo profesores que le decían que se fuera a la casa. O le preguntaban: ¿para qué querés estudiar si sos linda?

Al igual que muchas de sus colegas, hizo grandes sacrificios cuando sus hijos eran pequeños. Dormía apenas tres horas por día, tenía que viajar para estudiar y hacerse pulpo para cumplir con todas las obligaciones. “A eso hay que sumarle que a las mujeres todos nos cuesta más esfuerzo. Por algún motivo, siempre tenemos que demostrar más cuánto podemos hacer”, evalúa la profesional, que tuvo tres hijos.

Paula Boldrini, de 43 años, es arquitecta, magister en psicología social, doctora en ciencias sociales e investigadora del Conicet. Estudia los índice de Vulnerabilidad Territorial. Siente pasión por lo que hace: tratar de que su profesión, la arquitectura, vaya mucho más allá de los negocios inmobiliarios, que sea un espacio de transformación social y también de ayuda para aquellos sectores que no tienen recursos. “Hay una manera de ver la profesión que fomenta la desigualdad”, apunta Paula, mamá de dos niños, de 11 y 13 años.

Necesarias

¿Por qué la ciencia necesita de las mujeres?, les preguntamos. El aporte de ellas es fundamental para construir una sociedad más diversa y representada por todos sus integrantes. Es un pilar para el desarrollo y crecimiento de las sociedades, opinan las tres. Coincide Virginia Albarracín. Es bióloga y doctora en bioquímica. Dirige el Centro Integral de Microscopía Electrónica ((Cime-UNT-Conicet).

Albarracín tiene 43 años y es mamá de un pequeño de siete años. Su primer contacto con el mundo del microscopio electrónico fue a través de la revista Muy Interesante (que le compraba su papá) desde los 10 años. Ahí supo que a eso se quería dedicar. Define la microscopía como el poder de hacer visible lo invisible. Entre otras cosas, está al frente de investigaciones sobre el microbioma urbano para identificar cuáles son los microorganismos que nos rodean en una ciudad; entre ellos, el coronavirus.

Para ella, la ciencia es una pasión; una herramienta para trasformar la realidad y generar algo de utilidad para las personas. “Hoy en día se le da más espacio a la mujer en la ciencia.

La crisis pandemia, por ejemplo, ha permitido demostrar el crucial papel de las investigadoras en los diferentes frentes para desarrollar vacunas y tratamientos. Sin embargo, todavía nos falta mucho para superar la mirada masculina; hay que visibilizar más el aporte de las científicas”, sostiene.

Albarracín pone otro ejemplo de la masculinización de la ciencia: “hasta en los laboratorios, los trabajos son hechos con ratones varones. Por eso muchos medicamentos producen más efectos secundarios en las mujeres porque no fueron testeados en ratonas”.

Según Tirado, la mujer tiene una mirada más detallista y minuciosa en la ciencia, una paciencia mayor para repetir un experimento las veces que sea necesario. Por eso, siempre insiste, cuando arma un equipo, que haya un equilibrio: la misma cantidad de mujeres y varones.

La profesional ha chequeado en varios trabajos un dato que llama lo atención: hasta los 45 años la mujer está algo más atrás que sus pares varones en las carreras científicas. “Pero después de esa edad da un salto cuantitativo. Es evidente que se enfrenta a más responsabilidades domésticas y de cuidado familiar, lo que le resta energía y tiempo a la tarea científica” sostiene.

Para Boldrini, además, uno de los grandes prejuicios que deben enfrentar las investigadoras es el de “conflictivas”. “No somos conflictivas; somos transformadoras y eso les incomoda a muchos”, apuntó.

Anhelos

“Que haya una oficina de apoyo a las mujeres donde se puedan denunciar micromachismos, casos de abuso profesional No hay un lugar seguro y de contención real donde decir esto está pasando”, sostiene Tirado. Sus pares también creen que es necesario el apoyo del Estado (con instituciones y salas de primera infancia y licencias tanto maternales como paternales). Todas sueñan con ver más mujeres en posiciones con responsabilidades de conocimiento y de poder. Y desde ese lugar mejorar la ciencia; hacerla más diversa y más justa.