Como parte de una familia vinculada al rugby, Juan Carlos Rojas nunca tuvo una vida anterior a la ovalada. La vida de club estuvo ahí desde que tiene memoria, y al igual que mucha gente, se considera un apasionado y un agradecido por todo lo que esta disciplina le ha dado. Por eso, jamás dudó en enviar su hijo mayor a seguir sus pasos en Natación. El problema fue cuando la que también quiso jugar fue su hija Candelaria, en ese entonces de apenas cinco años.
“Ella, muy papera desde siempre, me acompañaba al club cuando yo era coordinador de rugby infantil. Y un día me preguntó si podía jugar. Al principio sentí el temor de cualquier padre de que se golpeara y le dije que prefería que siguiera jugando al hockey. Al final me convenció, así que la empezamos a integrar con los varones. Desde el día en que le pusimos la camisetita ya no se la sacó más, así que hoy practica las dos disciplinas: hockey y rugby”, cuenta “Cabezón” Rojas, la identidad que más usa dentro del ambiente rugbístico.
Así, sin saberlo todavía, ambos se habían embarcado en la tarea de reflotar el rugby femenino en Natación. Cabe recordar que el club “blanco” llegó a tener un equipo femenino hace algunos años y ganar una Copa de Plata en un torneo tucumano, pero la experiencia no se sostuvo. Hasta que hace unos tres años, surgió la inquietud de “Cande”. En ese momento era ella sola, así que para el resto fue un poco extraño. “Al principio, se sentía un poco como sapo de otro pozo. Los nenes no la terminaban de reconocer como una más de ellos, hasta que hizo un try. Ese día, se volvió una más del grupo”, recuerda Rojas, sorprendido por ese cambio.
Sentido de pertenencia
A partir de la integración de “Cande” a las infantiles del club, se produjo un efecto contagio. “Al estar cerca las canchas de rugby y de hockey, ella podía hacer las dos cosas. Y cuando algunas amiguitas hijas de ex compañeros míos la veían con la camiseta de rugby, también quisieron probar”, cuenta Rojas cómo fue “prendiendo” nuevamente la semilla del rugby femenino en el “decano” tucumano.
Actualmente, son seis nenas las que componen el rugby femenino de Natación, cada una en su respectiva división. La más grande tiene 12 y la más chica, apenas cuatro. “En infantil, jugamos mixto. No hacemos distinción entre varones y mujeres, así que cada una participa en el equipo de su respectiva división. Cuando hay algún encuentro o evento de rugby femenino, ahí sí las llevamos como un equipo, todas con su camiseta”, explica Rojas. Por caso, jugaron una exhibición en el marco del Regional femenino que se jugó en Cardenales, en septiembre.
Para “Cabe”, es importante trabajar en el sentido de pertenencia. Por reglamento, sólo se puede jugar mixto en infantiles; es decir hasta M14. A partir de entonces, las mujeres solo pueden jugar en un equipo femenino. Por eso, Juan Carlos espera seguir sumando chicas. Porque sino, las que pasen a juveniles tendrán que elegir entre dejar de jugar o hacerlo en otro club. “Acá en la capital son pocos los clubes que tienen equipos femeninos. La primera opción sería Cardenales, pero yo quiero que sigan vistiendo la camiseta de Natación. Por eso, espero que cuando juguemos con los clubes del sur, que tienen equipos femeninos mucho más desarrollados, los de la capital podamos juntar a nuestras nenas en un equipo de Desarrollo”, propone.
“Cabezón” espera que esta nueva semilla de rugby femenino que empezó antes de la pandemia prenda de manera definitiva en Natación: “yo también tuve el prejuicio de que las chicas se iban a golpear y por eso prefería que no lo jugaran. Y si bien es cierto que lloran un poquito más que jugando al hockey, en este tiempo que llevo viéndolas, me di cuenta de que también aprenden mucho. El rugby les enseña a hacerse más fuertes, a levantarse ante cualquier adversidad”.