Han transcurrido 35 años del “Doble crimen de los Gardelitos” y el halo de misterio que cubrió a este caso desde el 31 de diciembre de 1986 sigue sin disiparse. Por los homicidios de Santos Pastor Aguirre y Enrique Soria fue condenado Ángel “El Mono” Ale a tres años porque la justicia consideró que se excedió en defenderse. La tentativa de homicidio en contra Juan Carlos Beduino -sobrevivió junto a otras dos personas pese a haber recibido tres disparos- quedó impune porque se terminó sobreseyendo a Rubén “La Chancha” Ale que había sido acusado de ese delito. Nunca se conocieron los móviles del cruento enfrentamiento, pero sí fue el primer hecho grave que se registró en la provincia que dejó al descubierto que algo malo estaba ocurriendo.
El juez Emilio Gnesi Lippi, el segundo juez que tramitó el expediente, en una entrevista publicada por LA GACETA también dio su interpretación de los hechos. “No se originó en una emboscada ni en una encerrona, sino en un hecho circunstancial que ocurrió en cuestión de segundos. Si no hubiera sucedido así, no habrían muerto dos personas, sino las cinco que viajaban en el auto”, indicó. Idéntico criterio tuvo su par Carlos Costanti que fue quien acusó de doble homicidio agravado y tentativa de homicidio a los hermanos Ale, pero en un fallo de una Cámara de Apelación le cambiaron la imputación. “Quizás nunca logremos descubrir los verdaderos móviles de ese asunto”, anticipó el ya fallecido Gnesi Lipi. Al consultársele si se estaba desarrollando en nuestro medio una guerra de bandas, sostuvo que el término de bandas era exagerado y “propio de una película”, pero admitió que “algunas personas están armadas en Tucumán. No es lo lógico ni lo deseable, pero es la realidad”.
Pelea
“LA GACETA también recolectó esa versión sobre el posible origen del gran odio entre los grupos. El dicho se remonta a un año atrás, cuando en un baile que se realizaba en el barrio El Cruce se enfrentaron miembros de las dos familias. En esa ocasión -recordó el informante- Aguirre le dio una paliza histórica a “El Mono” Ale. Hubo algunos tiros, pero sobre todo trompadas y la mayor parte las recibió él. Esa noche ‘El Mono’ y varios de sus amigos juraron que la cosa no se quedaría allí. Así empezó la serie de entredicho, cada vez más graves, hasta llegar al 31”, publicó nuestro diario en la edición del 14 de enero de 1987.
Esa versión, de alguna manera, fue respaldada por un familiar de las víctimas. María Mercedes Soria dijo en una entrevista que la única cuestión que había entre las dos familias era que “a ellos les gustaba una de mis sobrinas y ella se mandaba la parte en los bailes”. Pero en medio de esta hipótesis, nunca se logró establecer cuál fue el papel que jugó María Ester Nieva, miembro de los “Gardelitos” que estuvo con los hermanos Ale el día que se cometió el doble crimen.
“Ya veníamos con varios enfrentamientos y todos los habíamos ganado. Éramos fuertes con Rubén y sabíamos pelear. Están las pruebas que ellos (los ‘Gardelitos’ nunca habían ganado)”, indicó “El Mono” Ale que rompió el silencio. El acusado del crimen también relató que tuvo un problema con el grupo rival donde recibió dos balazos en el brazo. “A los dos años lo crucé al que me había disparado y casi lo mato. Se metieron los ‘gardeles’ y ahí lo hicimos cagar. Después, cada vez que los cruzábamos lo volvíamos a hacer cagar. Por eso ellos después quisieron matarme”, añadió.
Los viejos comisarios ya retirados sostienen otra teoría. Aguirre era una especie de caudillo dentro de su familia y un “pesado” en el mundo del hampa. “Era un tipo muy atrevido. A diferencia del resto de su familia se había volcado al ‘caño’, es decir, era un asaltante hecho y derecho. Era un hombre grandote, muy picante para la pelea”, explicó una fuente que pidió que su nombre se mantuviera en reserva. Como contrapartida, los Ale también tenían el mismo perfil y querían ser los únicos pesados de Tucumán por lo que comenzaron a disputarse el poder cada vez que se encontraban en un lugar hasta que se registró el trágico hecho.
“Se tejen diversas conjeturas sobre el motivo de la agresión contra los ‘Gardelitos’ y los Ale. Algunos observadores sostienen que el episodio se originó a raíz de una cuenta pendiente entre Aguirre y los Ale, por otros ‘negocios’ en los cuales no participaron los restantes de la familia de la víctima”, publicó LA GACETA, seis días después de haberse producido el doble homicidio. “Para los investigadores estaba en otro negocio distinto al que habitualmente despliegan los ‘Gardelitos’, como organización dedicada al hurto y al arrebato en las calles de la ciudad. Aguirre habría efectuado varios viajes al norte del país en los últimos tiempos, por lo que se presume que podría haber estado en el asunto del narcotráfico o el contrabando”, insistió nuestro diario.
Los familiares de Aguirre desmintieron categóricamente esa versión. Pero fue el sobreviviente Beduino el que aportó mayores precisiones en el escrito que presentó sus abogados Juan Carlos Ponssa al asumir como querellante en la causa. “Los Ale son el escuadrón de la muerte de Tucumán, los ‘pesados’ del Mercado de Abasto, y es así que por encargo de alguien deciden eliminar, según su propia moral, a la familia Soria, puesto que para ellos son ‘choros baratos’, un obstáculo y posibles informantes”.
Más hechos
A partir del doble homicidio, con el correr de los años, se registraron otros casos en los que se vieron involucrados tres grupos. Los “Gardelitos”, los Ale y los integrantes del tristemente célebre “Comando Atila, el azote de Dios” que pretendieron hacer creer que lucharían contra el avance de las maquinitas de azar; la prostitución y el tráfico de drogas, pero en realidad, varios de sus integrantes habrían estado involucrados en esas actividades ilícitas.
Los “Gardelitos” fueron los que más bajas sufrieron en esos años. Además de los homicidios de Aguirre y de Soria, sufrieron otro golpe. El 5 de enero de 1989, Daniel Carrizo fue asesinado después de haber sido torturado en la sede de la ex Brigada de Investigaciones donde trabajaba Mario “El Malevo” Ferreyra. El cuerpo del hombre, que había sido detenido por un robo, fue encontrado por sus parientes en el suelo de la morgue del Cementerio del Norte con signos de haber sido torturado. Seis días después, desconocidos ingresaron a esa necrópolis y profanaron la tumba del fallecido. Al cadáver le arrojaron ácido y cal para que no fuera analizado en una autopsia. Por el hecho, fueron acusados más de 10 policías que formaban parte del Comando Atila, pero todo quedó en la nada. Los familiares del fallecido sufrieron al menos dos atentados en esos días para que no siguieran con la denuncia. Los integrantes de este clan, después de tanta persecución, terminaron radicándose en otras provincias.
El 27 de octubre de 1987, personal de Robos y Hurtos, donde prestaban servicios la mayoría de los integrantes del grupo parapolicial, recibió una llamada anónima para alertarles del paso por la provincia de un grupo de delincuentes de Buenos Aires que se dirigían a Bolivia con autos robados. Lo esperaron en El Colmenar y cuando los ubicaron, se produjo un intenso tiroteo en el que murieron Vicente Alvarado y Cristian Perondi y lograron escapar otros tres, uno de ellos seriamente herido. Con el tiempo, se descubriría que el grupo se dirigía a Bolivia a cambiar esos bienes por cocaína que luego podría ser distribuida en esta y otras provincias. Lo de la “llamada anónima”, en esos tiempos y en estos, significaba que algo irregular existía en la investigación. Pero hubo más. La versión extraoficial indicaba que a los sospechosos los habrían detenido en la estación de servicio de avenida del Líbano e Italia y de allí lo trasladaron a las afueras de la ciudad para, supuestamente ejecutarlos.
Los protagonistas del Comando Atila protagonizaron otra tragedia. En su afán por quedarse con el juego clandestino de las maquinitas, recorrían los bares para destruirlas a las que no les pertenecían. En la madrugada del 7 de abril de 1989, hombres encapuchados se dirigieron al bar El Chavo donde rompieron la maquinita y después al bar Las Vegas donde destrozaron otros seis aparatos. Al salir de ese lugar, sintieron un ruido y se asustaron. Uno de los miembros del grupo disparó una ráfaga con una ametralladora. Los proyectiles impactaron en un colectivo de promesantes salteños. Resultaron heridos Carmen Gamboni (48 años), Ernestina Orquera (64), Wenceslao Simón Ríos (68) y Susana Ramoa (57). La primera fue trasladada hasta el Hospital Padilla para ser atendida por el disparo que recibió en la cabeza, pero falleció a las pocas horas.
Conocida enemistad
Siempre se supo que los Ale estaban enfrentados con los Atila, ya que ambos se habrían el dominio de las máquinas de azar. Otros dirían que también habrían mantenido diferencias por el tráfico de drogas y por la prostitución. Ambos grupos siempre desmintieron esas versiones, pero hubo un hecho que dejó al descubierto que no era tan errada esa versión.
El oficial Juan Salinas era uno de los policías que estaba en contra de los integrantes del grupo parapolicial que actuaba al margen de la ley. En un asado del que participó, se enteró que los Atila tenían planeado asesinar esa noche a “El Mono” Ale. Decidió entonces ir a advertirle los planes que tenían sus camaradas y que su vida estaba en peligro. Lo fue a buscar a su bar y lo invitó a dar una vuelta. En la madrugada del 30 de enero de 1992, en la esquina de España y República del Líbano fueron sorprendidos por varias personas que se movilizaban en un Ford Falcon. Varios hombres se bajaron y dispararon a mansalva. El policía murió y Ale salvó milagrosamente su vida. Otros dicen que se la perdonaron, pero nunca se supo el por qué. Los atacantes hasta habían utilizado una ametralladora de la fuerza en el homicidio.
El crimen quedó impune porque la Justicia rechazó el pedido de elevación a juicio solicitado por los ex fiscales Esteban Jerez y Gustavo Estofán y ordenó que se realizara una nueva investigación. El expediente pasó a las manos del ex fiscal Carlos Albaca que no avanzó mucho en la pesquisa y el homicidio terminó prescribiendo. El investigador le dio a la pesquisa el mismo ritmo que al expediente de la desaparición y posterior muerte de Paulina Lebbos y por la que acaba de ser condenado en un hecho sin precedentes en las historia de la provincia. Sí llegaron a juicio los Ale, porque a las horas después de que se produjera el ataque, se descubrió que tenían en su poder un arsenal para defenderse de un probable nuevo ataque. Los cabecillas del grupo terminaron siendo absueltos.
Más pistas
Tuvieron que pasar 30 años para que se confirmara la hipótesis de que los Ale estaban involucrados en distintas actividades ilícitas. En diciembre de 2017, la Justicia Federal, después de un extenso debate, condenó al “Mono” y a “La Chancha” Ale por considerarlos líderes de una organización que se había dedicado al lavado de activos que se originaron en actividades ilícitas como la usura, extorsión, explotación económica del ejercicio de la prostitución y el comercio de estupefacientes. Vale la pena aclarar que la causa que terminó con la condena comprendió los ingresos que consiguieron entre 2002 y 2013 que fue valuado en más de $ 63 millones, unos U$S 4 millones en diciembre de 2016, fecha en el que se inició el extenso debate que concluyó luego de 11 meses de audiencias.
Todos saben que en Tucumán es un pañuelo y siempre es más fácil atar cabos. En este juicio, una testigo de identidad reservada indicó que los Ale manejaban la distribución de cocaína y marihuana en la provincia. La mujer, cuyo testimonio fue duramente cuestionado por los defensores de los acusados, identificó a las personas que eran responsables de distribuir la droga en toda la provincia. Entre otros, nombró a César “El Monito” Manca como uno de los hombres que realizaba este trabajo.
Se trata del mismo joven que había sido acusado de tratar de esconder las armas que habrían utilizado los Ale en el doble homicidio de los “Gardelitos”. En esta oportunidad, al igual que sus jefes, Manca no pudo escapar del largo brazo de la Ley. Fue condenado a seis años de prisión por integrar esa asociación ilícita. Los líderes Ángel y Rubén Ale, también recibieron una pena de 10 años. Han pasado 35 años del doble homicidio y aún no se sabe bien cuál fue el móvil del crimen. Sí se supo que nada sería igual.