Por José María Posse - Abogado, escritor e historiador. Miembro de la DAT 2021

Nacida en 1822, hija del exgobernador e industrial don José Víctor Posse Tejerina y de doña Tomasa Pereyra Aráoz, dona Tomasa Posse es acaso una de las figuras femeninas tucumanas más destacada de su época y, asimismo, menos conocida por las nuevas generaciones. Fue, junto a su marido, pionera de la modernización de la Industria Azucarera y en lo social, propulsora de las primeras normativas que otorgaron derechos laborales a los trabajadores del azúcar y del urbanismo en el pueblo que formó alrededor de su fábrica.

Tuvo el temple, el carácter y la determinación para sobreponerse a las adversidades y acompañar con firmeza a su esposo en todos los avatares del nacimiento de la primera industria mecanizada en nuestro suelo.

Poco se sabe de su niñez y adolescencia, en medio de las terribles guerras civiles que desangraron al país durante años. Tuvo la educación de las niñas de entonces, con maestros particulares que iban a las casas de los alumnos y acordaban con los padres las materias a enseñar.

Se casó joven y por poder el 14 de diciembre de 1842 con su primo hermano, Wenceslao Posse Talavera, ya que el novio (luego de la Batalla de Famaillá en 1841) se encontraba proscripto y con la cabeza puesta a precio en Bolivia. Era Posse uno de los principales instigadores de la Liga del Norte contra Rosas, y anteriormente lo había sido en la Revolución de los Libres del Sud, contra el Restaurador. Esperó cuatro años el regreso de su marido, a quién casi no reconoció a su vuelta; poco quedaba de aquel audaz muchacho, llegaba a ella un hombre maduro, curtido por la vida dura del exilio.

Una fabulosa sociedad

En 1845 comenzaron de cero en el armado de una hacienda azucarera en Cruz Alta, donde la caña se había aclimatado satisfactoriamente. La bautizaron “Esperanza”, pues en aquella empresa habían puesto todas sus expectativas futuras. Ella aportó una importante suma de dinero, producto de su dote matrimonial, razón por la cual formaron una sociedad comercial además de conyugal.

Doña Tomasa tenía conocimientos de contabilidad, según la tradición familiar, aprendidos de su abuelo Manuel Antonio Pereyra, eterno Tesorero del Cabildo. Lo cierto es que, tal lo que muestran los libros borradores de la empresa, era quien llevaba una detallada descripción de activos y pasivos de la primitiva fábrica, que iba transformándose en un ingenio moderno.

Estuvo al lado de su esposo (no detrás) en todo el proceso de construcción y desarrollo de la explotación fabril, desde aquella onerosa industria manufacturera que producía una azúcar morena sin refinar, que apenas endulzaba, hasta el inicio de la maquinización industrial, con la cual lograban un producto refinado de alta calidad a un costo reducido.

Tiempos peligrosos

Eran tiempos germinales del Estado Nacional y de la Constitución Nacional, de los Códigos y leyes que de ella emanaban iban dando forma a la Nación constituida. Mientras, las luchas entre liberales y federales volvían aquél escenario en un pandemonio de combates, revoluciones y asonadas.

Don Wenceslao fue elegido gobernador en 1866, y aunque desarrolló un gobierno progresista, fue derrocado al año siguiente por una revolución gestada por mitristas.

Mientras todo esto ocurría, doña Tomasa paría puntualmente cada año y medio a sus hijos, que llegaron a 16, aunque muchos fallecieron pequeños. Por entonces, la mortalidad infantil era una problemática sin remedio, lo que afligía a una madre amorosa y muy dedicada a la crianza de sus niños como lo era ella.

Cuando en 1868 se desató una epidemia de cólera en Tucumán, junto a don Wenceslao decidieron poner a salvo de la peste a sus hijos llevándolos a Buenos Aires. Marchaban en la diligencia familiar, custodiados por guardias armados. Por un negro (Pedro Congo), hijo de quien fuera una esclava liberta de la familia, se enteraron de un plan por el cual los escoltas tenían decidido robar y asesinar a todo el grupo al cambiar los animales de tiro en una posta. En un episodio que marca la crudeza de aquellos años, don Wenceslao armado de dos pistolas, logró salvar a su familia, desarmando a la partida y espantando sus caballos.

FOTO FAMILIAR. En la víspera de la llegada del siglo XX, los Posse posan para una imagen que venza al tiempo.

Relato éstas anécdotas para significar lo difícil de la vida de aquellas mujeres, alejadas de cualquier lujo o comodidades mundanas.

Primera industria pesada

En aquellos años no existían créditos para emprender proyectos fabriles de envergadura. Los primitivos industriales azucareros tenían el antecedente de un intento de maquinización realizado por Baltazar Aguirre, quien en sociedad con Justo José de Urquiza (aportó el capital), se embarcó en la importación de máquinas para un ingenio moderno. La aventura terminó en un estruendoso fracaso, dejando en la ruina al tucumano Aguirre.

Aún así, no dejándose desalentar por la mala experiencia de otros, el matrimonio Posse decidió jugar una carta brava. En 1869, empeñando hasta su último centavo en la empresa, encargaron a la casa Fawcet y Preston de Liverpool las centrífugas a vapor para su ingenio. En aquellos años de la Inglaterra victoriana, allí se encontraba la mejor maquinaria posible. Además se contrataron ingenieros civiles que trabajaban para la empresa, a efectos de montar la fábrica.

Los bultos fueron desembarcados en el puerto de Rosario y desde allí traídos en enormes carretones. Se construyeron armatostes especiales para el tamaño de cada cajón donde venían desarmadas las enormes piezas para montar las máquinas. No existían por entonces caminos regulares, se marchaba sobre sendas que apenas se adivinaban, y que en días de lluvia se borraban. Abriendo a machete picadas en los montes, esperando la bajada de las aguas de ríos infranqueables, recorriendo huellas de antiguas caravanas, el convoy fue desandando un interminable camino hasta Tucumán, en una odisea digna de figurar en los anales de la historia industrial Argentina.

Por fin, luego de sortear innumerables dificultades en la que no faltaron salteadores de caminos, inundaciones y enfermedades, los agotados transportistas, comandados personalmente por Wenceslao Posse, llegaron a Tucumán. Cuentan que toda la población salió a recibirlos como a un ejército victorioso. Faltaban años aún para que el ferrocarril llegara a Tucumán (1875), y con ello se abaratara el costo del transporte de las modernas máquinas.

A partir de allí, el Ingenio Esperanza tomó la delantera en todo lo que fue innovación industrial, mejorando la calidad y el rendimiento. El proceso de cristalización del azúcar, que antes llevaba semanas o meses, con las centrífugas demoraba contados minutos.

Todo ello le valió a don Wenceslao ser el representante del Banco de Londres para el interior del país. El crédito es el gran motor del comercio, es la palanca de Arquímedes para el desarrollo de los Estados según palabras del propio Posse. Ello benefició a otros industriales quienes pudieron embarcarse también, con la llegada del ferrocarril, en la maquinización de sus fábricas. Nacía así la Industria Azucarera moderna a 1.400 kilómetros del puerto de Buenos Aires.

El Ingenio Esperanza se puso a la cabeza de la fabricación azucarera, al punto que ganó el primer premio a su producto en la Exposición Mundial Colombina de Chicago en 1893. En la siguiente Exposición Universal en París, en 1889, también el azúcar del Esperanza cosechó logros. Por entonces la maquinaria íntegra del Ingenio había sido provista por la casa Cail y Cía, de París. A modo anecdótico consigno que fue en esa muestra en la que se construyó la Torre Eiffel.

La urbanista

Instalada la fábrica moderna, dando inicio a la Revolución Industrial en Tucumán, se comenzó a formar a la vuelta del Ingenio una población conformada por los trabajadores y sus familias. A poco andar, doña Tomasa, seguramente influenciada por la corriente europea urbanista, comenzó a dar forma detallada al pueblo obrero de su fábrica.

En 1867 había mandado a construir el oratorio (que aún se conserva), donde se oficiaban las misas. También un dispensario médico y un almacén de ramos generales. Lentamente se edificaron las casas; todas de buena factura, eran amplias, ventiladas y frescas. Tenían jardín en el fondo, donde los operarios cultivaban su propia huerta. Las aguas del canal de riego que alimentaba la fábrica, enmarcaban las viviendas obreras.

Materializaron así, de alguna manera, los ideales del urbanismo utópico y ecológico que se estaba experimentado en los países industrializados, evitando los males que el hacinamiento estaba produciendo en las grandes urbes europeas. El propio socialista William Morris hubiera quedado maravillado de lo que con esfuerzo se construía en una lejana provincia Argentina, en los confines del mundo conocido.

Caridad bien entendida

El matrimonio Posse realizó incontables obras de caridad en Tucumán y otras provincias, pero jamás permitieron que sus nombres refrendaran sus donaciones. Por un escrito del educador José María Gutiérrez, sabemos que donaron la fabulosa suma de $200.000 pesos fuertes del año 1880 para la creación de varias escuelas. Su lema fue el “devolver a la sociedad el bien que de ella se recibe”.

Como amigos de Domingo Faustino Sarmiento y partidarios de la educación universal, fundaron una escuela para los hijos de los obreros. En ella no solamente se educaban los niños, sino que los trabajadores tenían un seminario nocturno donde aprendían las primeras letras y nociones matemáticas.

Los jóvenes del Ingenio, luego de su paso por la escuela elemental, podían ser becados para realizar sus estudios avanzados en la ciudad de Tucumán e incluso en otras provincias, en las postrimerías del Siglo XIX. Entre tantas obras, destaco la construcción del altar del Señor de la Salud en la antigua Iglesia de la Merced, como agradecimiento por la cura milagrosa de su hija Hortensia. También la donación del terreno donde actualmente se erige la Plaza San Martín.

Ese espíritu inquieto y a la vez sensible a las necesidades de su prójimo, como fue doña Tomasa, tempranamente cayó en cuenta que debía proteger y garantizar la dignidad de los trabajadores de su fábrica. En ello volcaría el resto de sus días y aunque su nombre se perdiera en la memoria, los frutos de su trabajo perduraron, ya que fueron el modelo a seguir para el resto de la Industria, tal como lo describe Juan Bialet Massé en su célebre “Informe sobre el estado de la clase obrera” de 1904, que desarrollaremos en otra nota.

Fuente bibliográfica:

Catedral de Tucumán, Matrimonios V, fs. 28, 14/XII/ 1842, lo representó el padre del novio, don Vicente Posse Tejerina.

Paul Groussac: El Congreso de Tucumán, en el Viaje Intelectual, impresiones de naturaleza y arte. Buenos Aires 1920.

Juan Bialet Massé, “Informe sobre el Estado de las Clase Obrera”, Dos Tomos; Hyspamerica, 1986.

Calos Páez de la Torre: Los Posse de Tucumán, en la Revista Todo es Historia, Buenos Aires, N° 62; año 1972.

Pedro Lautaro Posse Navarro: “La Familia Posse”, monografía inédita.

Carlos Páez de la Torre; “Un Industrial Azucarero, Wenceslao Posse”, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo (compiladores), Argentina, del Ochenta al Centenario, Bs As. 1984.

Manuel Bernárdez, “La Nación en Marcha”, Buenos Aires, 1904.

Colección de los Diarios El Orden y La Gaceta, referidos en el texto.

José María Posse, “Los Posse, el Espíritu de un Clan”. Editorial Sudamericana 1993.

Jose María Posse, “La Ingeniería Civil en Tucumán”. Edit. Colegio de Ingenieros Civiles de Tucumán, 2016.