Para recuperar fragmentos de la crisis de 2001 hay que ir al archivo. Encontramos todavía imágenes en blanco y negro, videos en una calidad hoy intolerable por cualquier adolescente nacido bajo el manto del 8K y el streaming. El registro que existe de esa época está resguardado por los medios de comunicación que escribieron y fotografiaron por esos días el borrador de la historia. De esos días no existe un registro multimedia realizado por los usuarios: no había cámaras en los teléfonos celulares y dichos dispositivos eran todavía poco accesibles para la mayoría. No teníamos redes sociales, ni siquiera 3G. Puede entonces que los enfrentamientos entre los manifestantes y la policía en Plaza de Mayo, los saqueos en distintos puntos del país y los cortes de ruta de ese diciembre hayan sido uno de los últimos eventos históricos de nuestro país que fueron transmitidos por fuera del registro de los usuarios. ¿Cuántos de nosotros tiene una foto propia de la crisis del 2001?
Eran años en los que todavía escaseaban los “cibers”. Esos reductos en donde se podía tener un vínculo con la información disponible en internet eran contados en las ciudades de provincia. Google ya había sido creado pero aún no tenía el monopolio sobre los buscadores. Existían páginas como las de América On Line que indexaba y listaba el contenido disponible en línea y exploradores como Internet Explorer o Netscape, marcas que hoy podrían ya resguardarse en un museo. Las principales empresas tecnológicas habían sufrido los embates de la crisis de las punto com, con una violenta caída en sus acciones de la bolsa de Wall Street, por lo tanto el crecimiento del mundo digital estaría acorazado por una serie de regulaciones que evitarían otra burbuja financiera. Eran tiempos de dominio absoluto de la computadora de escritorio, de programas que no estaban en la nube y que cada tanto nos sorprendían con virus alojados en diskettes. Eran los primeros años del bluetooth, los mensajes WAP y de unos dispositivos táctiles que luego se convertirían en los antecesores de los teléfonos inteligentes, llamados Palm.
En 20 años el cambio de los dispositivos fue rotundo. Ese escenario tecnológico que apenas describimos en un párrafo es totalmente ajeno para aquellos que nacieron en esos años. La mente de un adolescente que hoy se informa a través de redes sociales y su celular está habituada no solo a imágenes en alta calidad, sino también a un aspecto que es más trascendente aún: el tiempo real.
El fin de semana pasado, el parque Avellaneda fue el escenario de una tragedia causada por el derrumbe de un árbol sobre juegos infantiles. Cinco niños resultaron heridos y el horror fue descripto por los testigos en múltiples plataformas. Fue un hecho que duró segundos, “momentos de terror”, según los presentes, que plasmaron en sus redes sociales su versión de los hechos. Y como este, ocurren todos los días accidentes, peleas, momentos de felicidad, hechos que quiebran el devenir de los días normales para convertirse en trascendentes. De todos ellos, hoy tenemos registro en tiempo real.
“Un drama épico de aventura y exploración”. Con estos calificativos el director Stanley Kubrick presentaba en 1968 una de sus obras más importantes y sin duda uno de los íconos en la historia del cine: “2001, Odisea del espacio”. La aventura futurista en realidad plasmaba la mirada sobre la evolución del ser humano, desde sus inicios en el continente africano hasta su hábitat desolado, rodeado y dominado por inteligencias artificiales. Sin embargo, la odisea que tendríamos en Argentina 33 años después del estreno de Kubrick nada tendría que ver con el futuro. En diciembre de ese año el porvenir se desplomaba en las calles y en los pasillos del poder. Si el director norteamericano hubiese registrado aquellos años con su cámara, seguramente el 2001 no estaría representado por naves espaciales, sino más bien con aquellas primeras escenas en la que los primates descubren al hueso como herramienta y se libran en una batalla rústica por la supervivencia.
Los 20 años de la crisis del 2001 pueden servirnos para una retrospectiva motivada quizás solo por el número redondo, pero también nos ayuda a pensar qué cambió desde entonces en nuestra manera de registrar los hechos. De vivirlos, asimilarlos y pensar sobre ellos. El tiempo real que hoy nos regalan los dispositivos móviles nos dan acceso a la inmediatez de los hechos, pero siempre la memoria vuelve a reinterpretar lo ocurrido en un tiempo y espacio. Lo inmediato a veces también es efímero y no hay dispositivo técnico que defina qué es lo trascendente, lo significativo para la historia personal o colectiva. Para eso, afortunadamente, todavía estamos nosotros.