Nora Rivadeneira era una típica mujer de campo. Con sus 64 años, se encargaba de administrar la pobreza del hogar para que pudieran subsistir esposo, hijos, nietos y bisnietos. Sus brazos tenían esa fuerza característica de aquellas que amasan kilos y kilos de harina para producir el pan que luego vendía para aportar dinero a su hogar. Por problemas de salud que nunca fueron tratados a tiempo por los médicos, normalmente tenía los pies hinchados y siempre respiraba agitada. La presión, esa enemiga invisible que la tiraba a la cama, nunca le impidió cumplir con sus obligaciones. No sabía leer ni escribir, pero la necesidad y el hambre de su familia la habían transformado en una gran economista. En Villa Quinteros todos la conocían como “La Pocha”. Pero su nombre tuvo trascendencia internacional por un hecho que generó conmoción y dudas.
El sábado 7 de enero de 2006, la mujer cocinó para ocho personas, la mitad de los que normalmente alimentaba. Adultos y niños. Había preparado guiso de pollo. De ese plato, preparado con fideos secos y “puchero de pollo” (los restos de las aves), se alimentaron cinco personas y una ración había quedado reservada para su hijo que estaba trabajando en una quinta de limones de la zona. Ella no se alimentó porque, según dijo, no se sentía bien, aunque sus vecinos dijeron que no lo había hecho para que la comida alcanzara para todos. Su nieta, de 15 años, por el embarazo, sólo se había preparado dos huevos fritos. Su nuera, Rosa Carabajal, tenía cara de pocos amigos. Algo había sucedido con su suegro y la relación se había quebrado.
Pero no hubo tiempo para discusiones o reproches. Carlos Ledesma, de un año y siete meses, se descompuso al poco tiempo de haber comido. “La Pocha” lo llevó al dispensario más cercano. Los médicos lo vieron y decidieron que fuese trasladado al hospital de Concepción porque estaba sufriendo un grave cuadro de intoxicación. Rivadeneira volvió a su casa a buscar ropa. Al llegar, se encontró con su esposo, José Florencio Herrera (64), y sus nietos Nancy (9), María (12) y Héctor Vildoza (13), con principios de asfixia, convulsionando y lanzando espuma por la boca. Los enfermos fueron trasladados en un auto y en una bicicleta para que recibieran atención. Todos murieron, salvo María, que fue trasladada al Hospital de Niños, donde le salvaron la vida.
Teorías de vecinos
El caso generó un gran revuelo en Villa Quinteros. Se sabe que “pueblo chico, infierno grande” y en cuestión de horas comenzaron a florecer todo tipo de comentarios. Buenos y malos. Creíbles e increíbles. “Creo que el resto no comió porque lo hacen por turnos; son como 15 y muy humildes; y, según me dijo doña ‘Pocha’, no tenían qué comer y lo mandó a su marido a sacar fiado puchero de pollo”, relató Alicia Juárez (64), vecina y amiga de los Herrera. Pero en la casa sí había más comida: los fideos que usó Herrera para el guiso y, por lo menos, dos paquetes más (uno de tallarines y otro de fideos para sopa, ambos con poco más de la mitad del contenido), fueron encontrados sobre una mesada, junto a varios pedazos de cebolla, cáscaras de huevo, condimentos, cacerolas, un colador de fideos y platos con restos de comida. Aparentaban haber sido usados recientemente.
Los vecinos recordaron que días antes de la tragedia, una avioneta había fumigado un cañaveral cercano a la casa de los Herrera. Otros dijeron que la muerte se había producido porque la comida estaba en mal estado. Los investigadores no podían dar ninguna respuesta. La fiscala de feria, Cecilia Tasquer, dijo que debían esperar dos semanas para tener los resultados de los análisis bromatológicos y otros 15 días para contar con los toxicológicos. En medio de tanto misterio había una certeza. “No tenemos nada que ver. “No tenemos nada que ver con el caso y queremos demostrarlo”, afirmó Rosa de Medina, dueña de la pollería donde se compró el ingrediente de la comida que mató a cuatro personas. “Desde el domingo no volvimos a vender nada”, se lamentó.
Primeros indicios
Tasquer había informado que, mientras se esperaba los resultados de las pericias, estaban indagando por otro lado. “Por ejemplo, en cómo se desarrollaron los días anteriores hasta el momento en que la familia almorzó”, dijo la fiscal. Calificó de muy complicada y extraña la situación, ya que no se sabe con exactitud cuál fue el tóxico que contaminó la comida, y menos aún cómo llegó a los alimentos. “Es difícil establecer si el hecho fue intencional, porque es gente que no tiene problemas en su núcleo familiar, ni con sus vecinos. Lo comprobamos tanto por sus declaraciones, como por las de las personas del lugar”, afirmó.
El caso comenzó a esclarecerse en febrero, ya con Mónica García de Targa como fiscal de la causa. Los estudios revelaron que la comida estaba en buen estado y que las personas habían fallecido por haber ingerido alimentos con parathion, veneno de venta prohibida en nuestro país. “No sé nada; no sé cómo sucedió esta desgracia, yo simplemente cociné”, dijo Rivadeneira. El 6 de marzo de 2006 fue detenida en su casa. El operativo generó un caos. Sus familiares, a los gritos y con estridentes llantos, juraban por su inocencia. Los vecinos, que se habían acercado a la casa de los Herrera, observaban sorprendidos el desarrollo del procedimiento. “Soy una mujer atormentada por lo que sucedió. Jamás anduve en estas cosas ni pensé pasar por esto en mi vida”, fue lo que dijo Rivadeneira antes de ser trasladada a un calabozo.
“Es la única persona que elaboró la comida y está confirmado que los fallecimientos se produjeron por envenenamiento”, dijo en esos días el juez Mario Velázquez, al fundamentar la detención. “Aún falta mucho por hacer”, agregó.
Y realizó esas declaraciones porque en el expediente comenzó a tomar fuerza el apellido Carabajal. El magistrado señaló que la sospechosa también había estado en el lugar del hecho, pero que hasta el momento no existía ningún elemento en su contra. Días antes de que se conocieran los resultados de las pericias, comenzó a circular que la nuera de la detenida podría haber sido la que puso el veneno en la comida cuando Rivadeneira se retiró al baño. Pero no hubo nadie que lo declarara oficialmente.
Hipótesis sin comprobar
La situación de doña Pocha comenzó a cambiar cuando asumió su defensa María Raquel Ferreyra Asís, una joven profesional. Pidió el cese de prisión de la acusada y solicitó que se citase a declarar a Gregoria Lezcano, suegra de Rivadeneira. “Ella dispone de testimonios comprometedores contra Carabajal, quien vivía cerca de la casa de Rivadeneira y después de la tragedia se mudó”, sostuvo la abogada. María Herrera, hija de Nora y madre de dos de los chicos que murieron envenenados, declaró ante la fiscala y directamente involucró a su cuñada como autora del cuádruple homicidio.
Ferreyra Asís insistió con la inocencia de la única imputada. Denunció las irregularidades en las pericias que se realizaron. “No se respetó ningún parámetro que se necesita para realizar este tipo de estudio. Por ejemplo, según las normas, los análisis para comprobar la existencia de sustancia se deben realizar a las 48 horas como máximo y, en este caso, se hicieron a las 313 horas”, explicó la profesional. De nada sirvieron los reclamos y los planteos de la abogada. A Rivadeneira le dictaron la prisión preventiva y estuvo casi dos años detenida en la cárcel de mujeres de Banda del Salí.
Trascendencia internacional
En marzo de 2007, la periodista de LA GACETA Alicia Fernández publicó una nota haciéndose eco de una producción editada en Brasil que fue una de las más leídas. “Bajo el título ‘Asesinas de Tucumán’ la revista brasileña “Veja” reparó en las anécdotas de cinco mujeres muy conocidas en estas tierras, tras haber sido acusadas de haber protagonizado los crímenes más comentados de los últimos tres años”, escribió la colega.
Esa lista estaba integrada por Ema Gómez (condenada por el crimen del ex juez Héctor Agustín Aráoz); Rivadeneira (acusada del cuádruple homicidio de Villa Quinteros), Susana Acosta, Nélida Fernández (sentenciadas por la desaparición y posterior muerte de la docente Betty Argañaraz) y María del Valle Dip (penada por la muerte de la contadora Liliana del Valle Cruz). Fueron, según la nota, las autoras de cuatro de los siete homicidios más sorprendentes que ocurrieron en la provincia desde 2004.
“En Argentina, las mujeres representan sólo el 11,5% de la población carcelaria. Sin embargo, Tucumán se encuentra abatido por homicidios sorprendentes. De acuerdo con las tradiciones locales, sería más aceptable que los crímenes ocurran en una villa de emergencia. Pero no es así: tres de las asesinas tucumanas son de clase media”, señaló la revista.
Comparando los casos, la publicación esbozó un perfil de las “asesinas tucumanas”. “Ellas prefieren un crimen limpio, sin sangre ni signos de brutalidad y cuidadosamente planeado”, describió en su edición del 14 de marzo de 2007. “El ejemplo perfecto -según “Veja”- es el de la mujer de Villa Quinteros. ‘El año pasado, Rivadeneira, de 62 años, adicionó al guiso de fideos que preparaba gruesas cantidades de pesticida. Su marido y tres nietos, que tenían de uno a 13 años de edad, murieron. Sólo una nieta de 12 años sobrevivió. Nora, que es analfabeta y vive en el campo, dice que no comió de su propio veneno porque no tenía hambre’, resumió Fernández.
“Aunque admite la efectividad del supuesto método de la anciana, la revista dictamina que existe un caso más impactante en esta provincia. ‘El crimen mejor planeado fue el que provocó la muerte de la profesora Beatriz Argañaraz, quien desapareció el día en que debía asumir la dirección del colegio donde enseñaba. La Policía no encontró su cuerpo, pero descubrió vestigios de su sangre en el departamento de dos compañeras de trabajo. Una de ellas habría pedido a su hermano (que en el juicio terminaría siendo absuelto) que entierre el cadáver’”, concluyó a nota en LA GACETA.