Sucedió lo que todos temían en La Ciudadela. El golpe que le había propinado Tigre, el pasado lunes, puso de rodillas a un equipo que jugó el primer partido del Reducido atado de pies y manos, al borde del nocaut, casi esperando el golpe de sentencia. Y lo que debía ser una muestra de rebeldía, terminó siendo todo lo contrario.
Tal como había sucedido en 2018, en la serie contra Villa Dálmine tras la derrota contra Brown de Adrogué que había dejado al equipo que dirigía Darío Forestello afuera de la lucha por el primer ascenso a la Superliga, ayer San Martín volvió a saltar al campo con la cabeza en otro lado.
Salvo la jugada de pelota parada que no pudo aprovechar Juan Orellana antes de los 5 minutos, casi no inquietó a Marcelo Miño. Equivocó los caminos, erró pases simples y nadie logró ponerse el equipo al hombro cuando la mano venía cruzada.
Los puntos bajos fueron mayoría. Futbolistas que en varios pasajes del torneo se habían transformado en el motor del equipo, ayer no aparecieron. Para colmo, dio la impresión que el plan de juego también fue el equivocado, porque esa línea de cinco defensores que se mutaba en tres cuando el equipo tenía la pelota no apareció nunca.
Claro, Juan Imbert y Gonzalo Rodríguez, dos puntos claves en la levantada del equipo que dirige Pablo De Muner no estaban en su función. El volante perdió el puesto hace algunas fechas por bajo rendimiento, mientras que “Turbo” estaba en el banco, pero sentado junto a la dupla Favio Orsi-Sergio Gómez.
Con muy poco, Ferro desnudó todas las falencias que evidenció el “Santo” en la calurosa tarde de lunes. Orden, entrega y buenas decisiones fueron las claves que le permitieron al “Verdolaga” llevarse una victoria con gusto casi a clasificación a semifinales.
Pese a no tener la posesión del balón, la visita hizo lo que debía. Se plantó en el medio con un equipo “corto”, achicó los espacios y salió rápido de contra.
Y como si todo eso fuera poco, y como si algo le faltaba a una imagen paupérrima, fue que el equipo durmió en una pelota parada. Tomás Molina estuvo solo en todo momento y aprovechó para meter un cabezazo certero, que se transformó en el 1-0.
Si San Martín parecía perdido en el empate, verse abajo en el marcador fue un golpe del que no logró recuperarse casi en ningún momento. Los errores se sucedían uno tras otro y, tras una pérdida en el medio producto de la locura, llegó el 2-0.
El tanto de Lucas Diarte lo puso en partido justo antes del descanso. Pero en el complemento no alcanzó la ráfaga de fútbol porque la falta de contundencia volvió a jugarle en contra al dueño de casa.
La diferencia estuvo en que Ferro aprovechó cada situación y que San Martín, además de haber mostrado su peor cara, falló cada vez que se acercó al arco rival.
“En Caballito tendremos que hacer el partido perfecto”, dijo De Muner; y no es para menos. Pero para lograrlo, primero tendrá que poner de pie a un grupo que parece haber tirado la toalla antes de tiempo.