Restos de vasijas, tinajas, platos de cerámica, cabecitas de puma, cuentas de collar pintadas, piedras de hacha, trozos de piedras volcánica que servían para el trueque y varias puntas de flecha de distintos tamaños, en cuarzo blanco y puntas de lanza en piedra negra conforman el patrimonio que custodia Rodolfo Chocobar, en su casa, hasta que se construya un museo en Anfama. No hace falta caminar mucho por la montaña para encontrarlos. Con solo prestar un poco de atención a las piedras se pueden observar los vestigios de la comunidad diaguita, primeros pobladores del lugar.
Anfama: la heroica bajada de los enfermos en andas, por la montañaRudy, como le conocen todos, es un apasionado de la cultura de sus antepasados. Desde 2014 acompaña al Equipo de Arqueología del Sur de las Cumbres Calchaquíes (Eascc) de la Universidad Nacional de Córdoba a realizar sus investigaciones en el territorio. Los trabajos se elaboran junto con el Centro de Estudios Históricos profesor Carlos S. A. Segreti del Conicet.
Anfama: el paraíso escondido que vive en el pasadoRudy es el contacto que tiene el investigador Julián Zalazar, de la Facultad de Arqueología, con la comunidad indígena del Pueblo Diaguita de Anfama. Cuenta que se hicieron excavaciones, se extrajeron piezas que fueron llevadas a Córdoba para su estudio y que volverán a Anfama una vez que estén clasificadas. “La comunidad va a abrir un museo en la sede comunitaria y la universidad va a colaborar con las vitrinas y la información”, explica.
“Muchos han venido hasta aquí desde Buenos Aires, Santa Fe, Salta, Jujuy y Mendoza para hacer sus tesis doctorales”, cuenta, mientras va abriéndose paso entre la maleza, a machetazos. Cerca de su casa, que construyo él mismo con ladrillos de adobe, hay un yacimiento prehispánico. Asciende hasta un lugar alto desde donde se divisa el río serpentear con furia. Una pirca intacta se extiende varios metros como una línea divisoria y a la vez como protección a una zona de morteros cavados en una extensa piedra plana. En ese lugar las mujeres se sentaban a moler maíz para sus comidas.
Hay 13 huecos en una piedra y nueve en otra cercana. No hay números pares. “Nuestros antepasados decían que los impares son números de la divinidad. Siete son los días de la semana, el nueve contiene a todos los números, tres es la trinidad ...”, explica.
Rudy también es un estudioso de la lengua kakán. Lamenta que en la escuela no se la enseñe como se había prometido con el proyecto de educación interculturalidad bilingüe. Tiene en sus manos el estudio sobre “Tiri Kakán”, la lengua ancestral” elaborado por Rita del Valle Cejas, Felipe Antonio Caro y “la abuela” Guillerma Rosa Soria de Caro, comuneros de la base Talapazo, de la comunidad india Quilmes. Es un material didáctico para la recuperación de la lengua indígena destinado a niñas y niños.
La lengua kakán ya no existe pero ha sobrevivido de alguna manera dentro del ámbito familiar. Rudy dice que es una lástima que después de haber soportado la invasión incaica, la conquista española y el exilio de gran parte de la comunidad de quilmes, esta lengua se termine por olvidar sin que nadie haga algo por recuperarla.