Por José María Posse - Abogado, escritor e historiador, integrante de la DAT 2021.

La célebre Fortunata García de García nació en la pequeña aldea que era San Miguel de Tucumán hacia 1802. Descendía de familias fundadoras de su ciudad cuya genealogía asciende hasta los primeros conquistadores de estas tierras.

Poco se sabe de su niñez, pero sin duda fue testigo de los sucesos que acaecieron en la región a partir de las Invasiones Inglesas, luego la Revolución de Mayo, la Batalla de Tucumán, la Declaración de la Independencia y los comienzos de las luchas fraticidas entre Unitarios y Federales que desangraron la sociedad de entonces.

Se casó muy joven con el Dr. Domingo García, un ciudadano expectable, quién había sido Gobernador Intendente de Salta en tiempos de las guerras por la Independencia. El novio era mucho mayor que ella, viudo y de regular fortuna; juntos formaron un hogar distinguido con varios hijos.

Hacia1841, la guerra civil estaba en su apogeo y la derrota del Ejército Unitario en Tucumán significó no sólo el fin de la Liga del Norte contra Juan Manuel de Rosas, sino también un período oscuro de venganzas, asesinatos y persecuciones por parte de los triunfadores.

En uno de los sucesos más sangrientos de aquella época, un fatídico 3 de octubre de 1841, en el paraje salteño de Metán (y por orden del general Manuel Oribe), fue degollado salvajemente el doctor Marco Manuel de Avellaneda, líder de la Liga Unitaria. Esta coalición agrupaba a Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja, contra el gobierno central que ejercía Rosas. Habían osado quitarle, al todopoderoso gobernador de Buenos Aires, el manejo de las relaciones exteriores de la Confederación, lo que significó un período de calamidades nunca antes vista.

No vamos a detallar la atrocidad de esta ejecución, llevada a cabo en el campamento federal y sin las formas de juicio previo. Además de Avellaneda, fueron asesinados los oficiales José María Vilela, Lucio Casas, Gabriel Suárez, José Espejo y Leonardo Souza.

En un oficio enviado a Rosas ese mismo día, Oribe informaba complacido sobre las ejecuciones, y expresaba: “mandé cortar la cabeza” al “salvaje unitario Avellaneda”, y ella “será colocada a la expectación de los habitantes en la plaza pública de la ciudad de Tucumán”.

El trofeo fue expuesto, clavado en una pica en el centro de la plaza, mirando hacia el Cabildo. Era una advertencia y también una venganza, puesto que desde ese edificio había comenzado la insurrección.

Es de imaginar el horror de las familias tucumanas al ver el tamaño espectáculo de la cabeza putrefacta, descarnada y llena de moscas, de quién había sido uno de los jóvenes más brillantes de aquella pequeña sociedad. Los vahos de la testa en descomposición se esparcían por el lugar repugnando a los transeúntes.

ACTO DE PIEDAD. Dibujo del docente e historietista César Carrizo.

Sólo podemos especular los sentimientos piadosos de doña Fortunata, quién vivía, en esa época sobre la actual calle San Martín, al lado del edificio consular. La señora de García tenía entonces 39 años y era viuda desde 1834. Sacando fuerzas y valor de su interior, se dirigió al comandante de la guarnición, un coronel apellidado Carballo (a quién se había visto obligada a hospedar en su casa) y le rogó que le permitiera quitar la cabeza de Avellaneda, que por cierto era lo único que había quedado de él, para darle cristiana sepultura. Ya todo estaba dicho en los días que estuvo expuesta, seguir manteniéndola allí, era morboso y anticristiano.

Los argumentos que utilizó, quedan en la especulación que podamos hacer, pero lo cierto fue que el comandante permitió que (la noche en que Oribe y su ejército se retiraron de la ciudad), un grupo que lideraba doña Fortunata, quitaran los restos del infortunado Marco Avellaneda del lugar.

La tradición que nos llega de esos días indica que luego de lavada y perfumada, la cabeza fue llevada envuelta en un cofre al templo de San Francisco y luego enterrada de manera secreta en el cementerio local. Años más tarde, esos restos serían trasladados por sus hijos al Cementerio de La Recoleta, donde descansan en un importante mausoleo que recuerda al “Mártir de Metán”, como fue conocido.

Paul Groussac, en cambio (recogiendo sin duda lo que escuchó en Tucumán en la década de 1870), no menciona a Carballo y afirma que fue la señora quien extrajo personalmente la cabeza, de noche y sin que nadie la viera.

También la tradición le adjudica, en esos tiempos de luchas civiles, haber tragado papeles con mensajes de los unitarios para evitar que cayeran en manos del enemigo.

Doña Fortunata no volvió a casarse, vivió el resto de su vida dedicada a la crianza de sus hijos y nietos. Ocupada del bienestar de su prójimo; presidió la Sociedad de Beneficencia de Tucumán en épocas en las que el Estado no se ocupaba de los desvalidos.

En los últimos años de su vida, adquirió una casa frente a la Plaza Independencia, al lado del Cabildo.

La señora de García falleció el viernes 29 de abril de 1870. Interesa rescatar cómo la despidió la prensa de la época. La nota necrológica del periódico local El Nacionalista, del 1 de mayo, empezaba diciendo que doña Fortunata había dejado de existir “víctima de una súbita enfermedad”, a las siete de la tarde.

“Esta señora, estimable en todo sentido, era el consuelo de muchos menesterosos, porque a su piedad la ejercitaba especialmente con ellos y jamás ninguno salió desconsolado de su lado. No era ésta sin embargo su única virtud, porque era innata en ella la de un patriotismo inimitable, y nunca hombre ninguno que ocurrió a ella en momentos de peligro para la patria, en defensa de la buena causa, dejó de hallar un consejo, una idea que robusteciera la opinión aún de los menos decididos“.

Expresaba que “la provincia, pues, ha perdido un corazón siempre lleno de entusiasmo por la libertad; la sociedad, una buena amiga y una excelente madre de familia; sus parientes, un miembro afectuoso y leal“. Terminaba: “acompañamos a su familia en su justo dolor“.

Uno de sus hijos, el abogado Próspero García, fue un progresista gobernador de Tucumán en tiempos de virulencia política.

Sin duda alguna, doña Fortunata representa el símbolo de la auténtica mujer tucumana, que se revela ante la injusticia, que no cede ante las presiones de los tiranos; solidaria, valiente y justa.

Su nombre perdura en calles de Tucumán y en una escuela provincial.