Son exactamente las 11 y una pareja hace su ingreso a la escuela Fray Cayetano Rodríguez, justo en frente a la plaza principal de la ciudad de Tafí Viejo. El clima electoral en la capital nacional del Limón todavía no aflora como sí lo han hecho los frutos que le dan el apodo y parte de la esencia a esa parte de nuestra provincia, al menos hasta ese pequeño y al parecer insignificante episodio en la puerta de entrada de esa institución. Las calles y veredas están activas con autos transeúntes, pero las escuelas -hasta ese momento- todavía están con muy poca gente. Incluso menos que a esa altura en las PASO. Como si la ciudad hubiese puesto el despertador y hubiera abierto los ojos, pero no sin moverse de la cama. No es el caso de la pareja en cuestión: Francisco Bautista, de 65 años y Rosa González, de 66. Ambos entran juntos y aunque lo hacen muy lentamente y con bastones en cada uno de sus brazos, simbolizan el clic que hace la jornada electoral en Tafí: mesas con mucha más gente y hasta con amontonamientos.
Puede sonar paradójico que sean justo esta pareja de jubilados los que activen el ambiente electoral en uno de los distritos más importantes de la provincia. ¿Viene a votar con ganas?, le pregunta LA GACETA a Francisco. “¿Usted viene a votar con ganas?”, repregunta él, esperando una respuesta negativa. “Yo no vengo a votar con ganas. No hay futuro y cada vez que venimos a votar es más a ciegas”, agrega el hombre que en ese momento ya votó y espera a que su esposa, Rosa, lo haga. Para los que alguna vez vieron la serie de HBO Los Soprano, Francisco es la réplica exacta de Junior, el tío de Tony. Está pelado (tiene un pequeño borde de pelos blancos a los costados), usa boina y anteojos de marco grueso como el mítico personaje. Incluso hasta tiene un registro de voz similar. Además de estar con pantalón de vestir y camisa, sus ojos se abren con fuerza ante cada consulta y gesticula mucho. Tanto que se nota aún con el barbijo bien puesto. Tiene problemas con el tío “Ju”, pero de otro calibre. “Tengo macaneada la cervical”, avisa mientras se señala (y enseña) detrás de su cuello. Tiene varias vértebras rotas que justifican el bastón de madera y el certificado de discapacidad que tiene en su mano, ya plastificado. El mismo tiene Rosa, que acaba de salir de votar.
“Estamos como el cangrejo (en relación al país). Vamos para atrás. No hay futuro -insiste- y lo sufren mis hijos y lo van a sufrir tus hijos”, se queja. Son pocos los que pueden decirle algo a él o a su esposa: más de 65 años los dos, discapacitados, aún sin un candidato claro y dicen presente para ejercer su derecho cívico. Eso sí, esto no será para siempre: “(Vamos a votar) hasta los 70 y ya”, advierten juntos.
Rosa lo apura para volver a la casa y al salir pasan dos cosas: la directora y los policías que los recibieron atentamente y gestionaron el acceso a su mesa sin espera los despiden con la misma amabilidad. Segundo, al salir se topan con decenas de personas en dirección contraria que cambiaban el clima de votación: de una escuela semi vacía pasaba a ser una bastante ocupada y con colas largas en cada mesa.
En otras escuelas, la ecuación era la misma. En la Congreso de Tucumán, a unas cuadras de distancia, incluso hubo que esperar al mediodía para empezar a ver buena cantidad de gente. Lo mismo en la Libertador General Don José de San Martín. Eso sí: con mucha o poca gente, la mayoría imitaron a Francisco y su señora: barbijo y distancia mientras se podía respetarla, claro.