Daniel Campi dice que no hay una periodización definida de la historia económica de la industria del azúcar, pero sí está seguro de que el momento previo al boom de la segunda mitad del siglo XIX fue fundamental para preparar esa expansión. Él estudió esta etapa anterior a la llegada del ferrocarril, y concluyó que sin esas bases coloniales y poscoloniales -muchas veces poco valoradas- no habría habido el crecimiento posterior. También está persuadido de que la provincia debe su mejor época de progreso a lo que aportó esta actividad. “Gracias a esta industria, Tucumán llegó a ser la jurisdicción más avanzada de la región”, medita el investigador durante una entrevista virtual en la que, al lado de las pantallas, están los ensayos que publicó: “Trabajo, azúcar y coacción. Tucumán en el horizonte latinoamericano (1856-1896)” y “Unidades de producción y actores en los orígenes de la actividad azucarera. Tucumán, 1830-1876”.
- ¿Cuáles son los momentos clave para tener en cuenta desde el punto de vista de la economía?
- No hay una periodización o determinación de los ciclos. Creo que durante muchos años se habló de una etapa artesanal que nunca existió. Algunos ingenios previos al tren llegaron a tener 150 trabajadores, cifra que para la época era muy importante. No se puede hablar de artesanía, sino de una manufactura de la caña con un patrón tecnológico colonial.
- ¿Cómo cambió ese modelo de negocio?
- En algún momento empiezan a insertarse novedades de la revolución industrial, que permitían ganar tiempo y eficiencia. Estas máquinas aparecen en el proyecto de Baltazar Aguirre de finales de los años 50 del siglo XIX. Mi aporte a la historia de la industria azucarera es haber estudiado este período preindustrial en el que aparecen muchísimos actores y se constituye lo que sería una cultura del azúcar mediante la formación de técnicos; de obreros más o menos calificados, y de un capital humano y comercial también en el empresariado. La historia no empezó cuando llega el ferrocarril en 1876. En ese momento surgen, además, condiciones jurídicas y económicas que coinciden con una base capaz de aprovechar la coyuntura favorable. Si no hubiera habido gente capacitada, el tren habría pasado de largo, y hubiéramos seguido produciendo azúcar de la manera tradicional, como ocurrió en otros países.
- ¿En qué plazo se da el auge?
- El período de más vertiginoso de crecimiento de la actividad azucarera en Tucumán iría de 1880 a 1896. En este tiempo el sector crece a una tasa del 20% anual. ¡Es una barbaridad! Aquí se fundan o se renuevan 40 ingenios con la ultimísima tecnología de aquel momento.
- ¿Qué impactos produce este boom?
- El salto tecnológico, como decía, es impresionante, pero también lo son el salto productivo y las transformaciones sociales derivadas de aquel. El impacto sobre el paisaje es tremendo también. En 20 años aparecen en Tucumán cuatro líneas férreas distintas. El dinamismo atrae capitales europeos, sobre todo ingleses. El sector privado avanza, pero también lo hace el Estado. Acá se ve una conjunción de lo público y de lo privado: imposible pensar el boom azucarero tucumano dejando de lado al Estado, que desarrolla infraestructura, y alienta el establecimiento de bancos y de créditos. En ese tiempo cayó la tasa de interés, todo se hace más fácil, aunque la actividad sigue siendo de alto riesgo y ese aspecto es algo que no está consolidado en la historiografía. Perdura esa leyenda negra que dice que la actividad azucarera nació prebendaria. Decir que esto no es así no implica hacer una defensa de todos los empresarios azucareros...
- ¿A qué responde ese riesgo alto?
- La agroindustria depende en gran medida de un factor no controlable que es el climático, entonces, uno diría que es muy bueno para una actividad agroindustrial tener un régimen pluvial adecuado y que, por ejemplo, no haya inundaciones. Pero, cuando se dan esas condiciones óptimas, puede surgir otro problema y aquí ocurrió, que es el de la sobreproducción. El azúcar es un producto que en aquel momento tenía una demanda inelástica, es decir, por más que bajes el precio, no lograrás que los consumidores coloquen una cucharadita adicional al café o que reemplacen la milanesa por la pastafrola. Ahora con la posibilidad de fabricar biocombustibles, el panorama cambia...
- ¿Qué pasaba cuando caía el valor de la bolsa de azúcar?
- Cuando se daba esa coyuntura de una alta producción doméstica y de una superproducción en los mercados mundiales, el precio se iba a pique. En esta situación, los productores intentan vender rápido para agarrar lo que puedan y eso empeora el escenario. Se han aplicado un montón de salidas para tratar de regular la producción con éxito limitado y eso llevó a que muchas empresas que no tenían las espaldas, que estaban endeudadas, entraran en cesación de pagos. Esto le sucedió inclusive a gente muy bien vinculada políticamente: pertenecían a la familia Gallo dos de los siete ingenios que cerraron en Tucumán a fines del siglo XIX.
- O sea que ni la mejor época pudo evitar el cierre de ingenios...
- Claro, el último ingenio fundado en Tucumán data de 1937-1938, que es el Leales. Yo creo que quizá no haya habido una década en la que no se haya cerrado un ingenio. Esto tuvo un pico inédito en los años 60, donde es el Estado el que decide cerrar las compañías. Se trata de un Estado autoritario, de una dictadura militar, que interviene con el argumento de que los ingenios no eran eficientes, con el afán de anticiparse al mercado. A esto se suman motivaciones políticas. En un equívoco compartido entre los militares y algunos dirigentes revolucionarios, se pensaba que estaban dadas las condiciones para que surgiera una nueva Cuba en Tucumán. Esta idea aparece en un contexto internacional muy particular dominado por la Guerra Fría. Estados Unidos temía la emergencia de otras revoluciones comunistas en América Latina y eso hace que el Gobierno se decida a solucionar “el problema tucumano”, que había incorporado medidas de protección por decisión del peronismo. La bomba del cierre de los ingenios en 1966 convirtió a Tucumán en una especie de Nagasaki, con la diferencia de que no hubo muertes sino emigración, empobrecimiento, degradación social… Todo esto contribuyó al movimiento de “conurbanización” del país que empezaba a desenvolverse.
- Volvamos al tiempo de esplendor. ¿Qué indicadores económicos llegó a tener la provincia?
- El boom del azúcar en Tucumán ocurrió un poco antes que el boom agroexportador del país. En ese momento, la provincia presenta un índice de crecimiento mayor al que existía en la zona pampeana. Esto se ve en los salarios de ambas jurisdicciones, que se aproximaron muchísimo. A principios del siglo XX, la industria azucarera tucumana era más importante que la paulista (de San Pablo, Brasil). Los ingenios autóctonos disponían de maquinaria importada básicamente de Francia. Pero Brasil, además de un mercado interno gigantesco, se inclinó rápido por la producción de alcohol debido a la imposibilidad de desarrollar la industria petrolera porque todavía no habían descubierto los yacimientos de la Bahía de Guanabara. Empiezan a apostar desde los años 30 al etanol a partir de las experiencias de la Estación Experimental de Tucumán. Es importante decir que el desarrollo científico brasileño mediante la organización de estaciones experimentales es una copia del modelo tucumano. La producción de bioetanol en Brasil tuvo sus altibajos, pero, a partir de la década de 1970, con la crisis del petróleo, toma un impulso formidable. Nosotros, por el contrario, siempre hemos tenido en Tucumán al “lobby” petrolero en contra. Una conjunción de sequía, de visión de negocio de corto plazo y de gestiones favorables al petróleo llevó al fracaso del Plan Alconafta a finales de 1980.
- Si tuviese que hacer un balance, ¿qué le aportó la industria azucarera a Tucumán?
- Gracias a ella, ha sido durante mucho tiempo la provincia más avanzada y desarrollada del norte argentino. Era la única que disponía de una universidad; la que prestaba los mejores servicios y la que presentaba el mayor desarrollo urbano. En una altísima medida, la grandeza que alcanzó la provincia se asentó en la fabricación de azúcar. Basta con ver que la hoy Universidad Nacional de Tucumán fue fundada por un industrial azucarero como Juan B. Terán con el apoyo de otro empresario del rubro, Ernesto Padilla, que era gobernador. La fundamentación de este proyecto educativo contiene en la primera página una mención a la actividad azucarera. Esta cita aparece en el contexto de un gran debate donde desde Buenos Aires se cuestiona el proteccionismo azucarero, y ya se está planteando que la industria azucarera es insuficiente y feudal, y que los consumidores tenían que pagar una azúcar cara para beneficiar a 15 o 20 familias. Terán decía que había que estudiar el asunto para determinar qué había de cierto. De modo que la Universidad surge con ese objetivo de inyectar ciencia a la producción azucarera y a la actividad económica en general.
- ¿Qué ocurrió con el debate que estimuló a Terán?
- Nunca se asumió en la Argentina, como sí ocurrió para otras actividades como el petróleo y la yerba mate, que el azúcar tenía una relevancia nacional. Siempre hubo un conflicto no resuelto, que aparece con mucha fuerza en los años 60, y que considera al sector una especie de rémora que el país debía arrastrar. Otros problemas tienen raíces locales, como la gran dificultad para poner de acuerdo a industriales, a cañeros y a asalariados. Vemos aquí “el costo” de una sociedad más democrática, dotada de una clase media agrícola y muy politizada.
- ¿Cómo ve el futuro del azúcar?
- Creo que el azúcar es un alimento insustituible de la dieta semejante al pan. Además, la caña demostró que es la especie vegetal con la que se puede producir alcohol al más bajo costo y darle un uso como combustible. Se trata de un recurso energético renovable que, para colmo, es mucho más limpio que otros. Entonces, la actividad azucarera tiene que articularse con la política energética nacional, si es que existe un interés en dejar de importar gas y petróleo. Esto además debería articularse con una política social que evite esas tradicionales tensiones entre los industriales y los cañeros, que ahora están afortunadamente un poco aplacadas. El azúcar tiene futuro en el mundo y en la Argentina ¿Por qué no? En este año que estamos cumpliendo dos siglos, pero que son más porque la caña de azúcar se cultivaba cuando el cura (José Eusebio) Colombres no había nacido, es un buen momento para plantear esta discusión.
Académico e investigador
Daniel Campi es perito sacarotécnico, Licenciado en Historia y Doctor en Historia y Geografía (Universidad Complutense de Madrid, España). Director del Instituto Superior de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Tucumán y el Conicet (ISES), se desempeña además como investigador principal de la segunda institución, y como profesor titular de Historia Económica y asociado de Historia de la Historiografía en la UNT. Publicó artículos y libros con sus estudios sobre la industria azucarera.