“Gran parte del fracaso se explica por las características del presidente, las opciones que se tomaron, cada vez más alejadas del mandato popular, las deficiencias de gestión y, por supuesto, en un contexto de restricciones muy fuertes. Cada uno de los que participamos tenemos un grado de responsabilidad política en este fracaso y hay que hacerse cargo de esto”.
Cristina hizo renunciar a los responsables del fracaso de la gestión nacional e impulsó nombres con los que apuesta a revertir el traspié electoral del domingo pasado. No asumió las propias, por cierto; hizo recaer toda la culpabilidad en Alberto; el gran perjudicado político de las maniobras de la ex jefa de Estado. Cristina, la jefa, él el subordinado. Aquella frase inicial bien podría pertenecerle, pero no, no lo manifestó. Ya veremos quién lo dijo.
Desde el día 12, todo se redujo a quién ganó y quién perdió; así por ejemplo: ganó la vicepresidenta, perdió el Presidente; perdió Cafiero, ganó Manzur. Ocurre en el terreno nacional, pero en el provincial podríamos plantear otro pero con signo de pregunta a partir de los vertiginosos sucesos luego de la decisiva carta de la presidenta del Senado: ¿perdió Manzur, ganó Jaldo? Antes, el gobernador era un referente de consulta, el triunfante de las primarias abiertas, el que ratificó su liderazgo en el peronismo tucumano y uno de los pocos mandatarios victoriosos del oficialismo en todo el país.
En su debilidad, Alberto le pidió a su leal amigo Manzur que lo colabore desde la Jefatura de Gabinete. Primero se animó a esbozarle un no, como el resto de los gobernadores a los que el Presidente les hizo el mismo convite. Todo cambió cuando la vicepresidenta salió a sugerir su nombre para ese puesto; no era lo mismo, no podía decirle que no; justamente a la que con sus acciones ratifica quién conduce el Frente de Todos. Pasará a jugar en las ligas mayores, como siempre soñó el tucumano, aunque en otras circunstancias, no obligado y menos en medio de una crisis social y económica y de una debacle política del poder central. No es el mejor escenario.
Pero dio el sí, y pidió solo una cosa: que arreglen su entuerto con Jaldo en Tucumán. En otras palabras, que desde “arriba” frenen la posibilidad, legítima y legal, de que el tranqueño lo suceda en el Poder Ejecutivo. Pareció una última carta, en medio de la resignación de tener que salir de la provincia, para no darle a su contrincante interno algo por lo que debía pelear dentro de dos años. A Manzur le duele que Jaldo reciba tal recompensa cuando ya lo había limitado a moverse en una Legislatura fracturada.
Más hiere y les molesta a los manzuristas que se trenzaron en una recia disputa interna, cargada de tensión y de duros epítetos contra el vicegobernador. Entienden pero reniegan del paso que dio Manzur, comprenden que haya aceptado el cargo de Cafiero, pero se resisten a que la persona a la que vencieron los gobierne. Es indigerible y políticamente insoportable, tanto que hasta ya se habla de motorizar una resistencia a la gestión “J”.
Sin embargo, así como hay halcones, también anidan palomas. Perdido por perdido, algunos de los últimos han tendido puentes y dialogan para que la sangre no llegue al río, para que el 14 de noviembre se repita el resultado de las PASO en la provincia, y en adelante con Jaldo como jefe de campaña. Esto dependerá en mucho de lo que Manzur les diga, de las indicaciones que les baje para que no estalle el PJ y, consecuentemente, la gobernabilidad se afecte.
También el gobernador deberá brindar explicaciones a los suyos sobre por qué decidió abandonar un barco que políticamente iba bien para subirse a otro que está naufragando. Para algunos es incomprensible, se sienten huérfanos, abandonados a su suerte y, peor, que los dejó en manos del enemigo. Con un detalle no menor, a nadie le adelantó lo que haría.
Los más pesimistas temen venganzas, desplazamientos y ajustes en el gabinete por parte de los jaldistas; muchos de los cuales, por cierto, ya están invitando a sus adversarios internos a subirse al nuevo bote y subordinarse al nuevo capitán. De repente, tienen una sensación distinta, la de vencedores. Nos salió la virgencita; apuntaron varios.
Ayer el jaldismo dio una señal de calma, para frenar los ímpetus de los que estiman que se les viene lo mejor de lo mejor: suspendió el asado para festejar los 190.000 votos obtenidos en la interna. Para evitar que algunos loquitos empezaran a cantar: borombombon, Osvaldo Jaldo, gobernador..., según confiaron. O sea, impedir que los más extremistas embarren la cancha y frustren negociaciones de paz.
Sin embargo, de ambos lados hay sectores que acotan su pensamiento político al pago chico, en cómo debe continuar el proceso interno irreconciliable entre manzuristas y jaldistas. Pero, Manzur, en su nuevo rol, tendrá que ampliar la mirada; sus problemas personales con Jaldo serán una minucia al lado de los conflictos nacionales que tendrá que atender.
El hecho de que haya delegado en Sergio Massa, Aníbal Fernández y hasta en el propio Alberto la responsabilidad de presionar al vicegobernador para que dé un paso al costado y no lo suceda, indica que ya comenzó a mirar el complicado escenario nacional más que lo que deja atrás. Planteó que se lo resuelvan los que lo llamaron.
¡Qué relevancia podría tener la “cuestión Jaldo” frente al drama económico y social que tiene que enfrentar! En Tucumán ya ganó, en los dos meses que vienen debe centrar más su acción en Buenos Aires y en las provincias en las que el Frente de Todos perdió por poco margen como para tratar de revertir la derrota. Lo eligieron para eso, y nada menos que la propia Cristina. Que haya puesto como única condición que el tranqueño no lo suceda es demasiado poco frente a lo que puede reclamar si es que sale airoso en este tiempo. No es ingenuo Manzur, debe sopesar que puede fracasar y volver a Tucumán, y así también que le puede ir bien y ser considerado hombre de recambio para el 23.
Soñaba con llegar al escenario donde se toman las principales decisiones, donde juegan unos pocos elegidos y privilegiados; y debe haber calculado los perjuicios y los beneficios, si acierta. Desde la oposición lo están atacando desde muchos flancos, pero uno, especialmente, acusó que llega para imponer el esquema electoral clientelar y de prebendas que viene llevando a la victoria al peronismo en la provincia.
Entonces, ¿quién es Jaldo frente a la crisis que atraviesa el Gobierno nacional y el Frente de Todos? Mañana, cuando asuma como jefe de Gabinete, Manzur deberá mostrarse más eficaz que Cafiero desde el primer minuto, atender cuestiones económicas, mirar el amplio territorio nacional con una visión electoral y cumplir con una premisa que Alberto planteó pero que no pudo cumplir: gestionar con los 24 gobernadores.
El tucumano mantiene buenas relaciones con los mandatarios peronistas, y en ese marco deberá sumar a Jaldo. No tendrá más remedio. Una intervención federal a la provincia es imposible, por más que algunos incómodos manzuristas lo hayan esgrimido como alternativa extrema para sacarse al tranqueño de encima. Al margen de que no hay causales para que se llegue a tan drástica salida, avanzar en esa línea sería fracturar al oficialismo y generar un conflicto político mayúsculo en el peronismo, a escasas semanas de afrontar otra elección general. Es un lujo que no se pueden dar.
De cualquier forma, no está cerrado el capítulo nacional para presionar a Jaldo para que abandone la provincia o renuncie. El vicegobernador sabe que lleva las de ganar, que la Constitución lo ampara -por decirlo de alguna forma-, es el único que puede suceder al gobernador, por eso rechazó toda presión de gestores nacionales para sacarlo del tablero. Lo más lejos que me voy es a Trancas, les dijo a sus amigos. Se aferra a Tucumán. Está dispuesto a asumir la gobernación y ejercer las funciones del cargo, pero sin tensar la cuerda, según deslizan algunos de sus colaboradores. En otras palabras que no enloquecerá y empezará a sacar ministros y funcionarios del Ejecutivo, aunque hay algunos jaldistas que se están probando trajes para instalarse en la Casa de Gobierno.
De cualquier forma, no falta quien teme las venganzas, la devolución de “gentilezas”. Porque la interna del Frente de Todos transcurrió entre acusaciones graves, de las que no se vuelve así nomás, de un lado y del otro. La relación será difícil, incómoda, y la gestión con más razón. La única forma de que las aguas se apacigüen, de que finalmente haya una tregua, es que de una vez y por todas, con sus nuevas responsabilidades por los próximos meses, o años, Manzur y Jaldo se sienten a pactar y ofrezcan la foto que no se ve desde marzo pasado.
La responsabilidad está en ellos, de comportarse como referentes de dos espacios que no se aceptan, que se rechazan y que se han enemistado a niveles impensados. Madurez que le dicen.
Buenos Aires, geográfica y políticamente, es inmensa comparada con Tucumán; allí el Gobierno nacional debe recuperarse y tratar de ganar la definitiva madre de las batallas. En Tucumán se impuso y solo debe preocuparse por ratificar esa victoria. En ese marco, para Manzur, la cuestión Jaldo, por más que renieguen y pataleen sus adláteres y simpatizantes, se presenta como un tema menor frente a la crisis nacional del peronismo.
Jaldo sabe que cuenta con estos elementos en su favor, por eso puede darse el lujo de rechazar presiones; pero así como su ex socio tiene nuevas responsabilidades, él también quedó entrampado en sus propias palabras al cuestionar durante la campaña la gestión de Manzur: deberá probar que es apto para modificar la realidad que criticó, especialmente en las áreas de Seguridad y de Educación. Maley y Lichtmajer deberían preocuparse en ese sentido, aunque los ahora “victoriosos” jaldistas avisan que no se los tocará, sino que se los exigirá más.
Todo lo que viene sucediendo en los últimos días es sorprendente, nuevo, expone que hay muchos perdedores y algunos pocos ganadores; y que los desafíos son tremendos para el Gobierno nacional, más para Manzur y para Jaldo. Y que todo tiene una explicación, como lo sugiere la frase del inicio de esta columna; la que pertenece a Carlos “Chacho” Alvarez. (Sin excusas. Editorial Sudamericana. 2002. Capítulo IV: un Gobierno sin rumbo)