José María Vernet es un dirigente peronista que hizo historia en Santa Fe y del que muchos se acordaron desde la noche del domingo. Hombre nacido con el peronismo, allá por 1944, fue el primer gobernador de su provincia con el retorno de la institucionalidad en 1983, en una reñidísima elección: ganó por apenas por 13.000 votos. El “Tati”, justamente, vino a la memoria de los “compañeros” por el contexto electoral, pero no para reivindicar aquello de que “ganar por un voto es ganar”, ni tampoco para ponderar la importancia de la juventud en la política (él fue electo mandatario a los 38 años). Lo evocaron por una reflexión suya vinculada con los comicios, que quedó grabada en las conciencias justicialistas como si fuera un susto de plomo. Unas veces como advertencia. Y otras, como una oscura maldición…
Hombre de la militancia, él supo tener una aguda capacidad para acuñar frases imperecederas. El mejor ejemplo es, nada menos, “El apotegma de Vernet”, derivado del hecho de que en Santa Fe no está habilitada la relección consecutiva: el gobernador dura cuatro años y desocupa el despacho. “Es tan torpe estar en contra del gobernador durante sus primeros dos años como seguir estando junto a él en los dos últimos”, supo advertir, en un alarde de pragmatismo. Es justamente por esa mirada descarnada del poder que lo tienen tan presente en estos días. Pero, en este caso, por una aserción menos elegante, sin duda. Mucho más famosa que el “teorema”, aunque no sea necesariamente célebre. Algo más compleja, porque es difícil de explicar, aunque es fácil de entender. Y, eso sí, es una definición de duradera vigencia.
“Perder no es grave”, comienza diciendo este hombre de la democracia, para enaltecer el respeto que debe tenerse por la decisión del pueblo expresada en las urnas. “El problema -explicó- es la cara de ‘boludo’ que te queda”.
Del miedo a ese retrato se alimenta buena parte de la doble crisis del derrotado cuarto kirchnerismo.
La mesa y el menú
Ya se sabe, la poesía no puede ser “explicada” porque el precio a pagar es la cursilería. Pero en un intento por traducir la inspirada sinceridad de Vernet (fue compañero de fórmula de Adolfo Rodríguez Saá en 2011 y el binomio cosechó menos del 8% de los votos), puede leerse allí que siendo el justicialismo un partido que ha hecho del poder un verdadero culto, perder elecciones equivale a que la máxima dirigencia no está entendiendo para qué la colocaron en la cumbre de la representación política del movimiento peronista.
En ese contexto, la primera crisis del oficialismo se da en el plano político: terminaron 2 millones de votos debajo de su antagonista, Juntos por el Cambio. y el Presidente, hasta el miércoles, no reaccionaba. Como si aún estuviera “en la lona”, noqueado por el escrutinio.
Después del peor resultado electoral de la historia de un gobierno peronista, ¿Alberto consideraba que no debía efectuar ningún cambio en el equipo que lo condujo al desastre? A los costos de la debacle los pagan los colaboradores del conductor, o los paga el conductor personalmente. En el poder, o se está en la mesa que toma las decisiones o se está en el menú de lo que van a comer los que estén sentados y a punto de “ordenar”.
Más barato por docena
La segunda de las crisis se da en el plano institucional. Hace 48 horas se produjo una masiva presentación de renuncias de miembros del gabinete y de otros funcionarios de organismos clave de la administración nacional. El elemento común es la profesión de fe kirchnerista que los signa prácticamente a todos. Léase, otra vez la historia del peronismo que no sabe distinguir la frontera entre el Estado y el partido.
La interna entre “albertistas” y “cristinistas” en el poder político es tan antigua como esta gestión. Y es legítimo que así sea: el poder no se pierde, sólo se transfiere. Así que la puja por espacios de poder es propia a todo oficialismo. Ahora bien, cuando esa pelea supera determinados umbrales, el lugar para dirimirla son las urnas. Sin embargo, a las PASO (no son otra cosa sino un mecanismo para ordenar las internas de los partidos políticos), una y otra facción gobernante optaron por presentar lista única en la mayoría de los distritos: sólo en cinco se presentaron dos nóminas para disputar candidaturas. ¿Dónde dirimen sus diferencias internas, entonces? En el plano de las instituciones de la república.
Después de la paliza recibida en 17 distritos (incluyendo los más populosos, como Provincia de Buenos Aires, CABA, Córdoba, Mendoza, Entre Ríos y la Santa Fe de Vernet), Eduardo “Wado” de Pedro presentó su dimisión el miércoles y, en cascada, otros 11 funcionarios de primera línea hicieron lo mismo. El kirchnerismo, se ve, asumió que el Gobierno de Alberto está más barato por docena y decidieron que era buen momento para vaciarle el Poder Ejecutivo al Presidente. Léase, presionar para adquirir más espacios con un verdadero “Ahora 12”. Y si peligra la gobernabilidad, problema del mandatario.
Los intelectuales de Carta Abierta y los pensadores del Instituto Patria, ¿ya no recuerdan el vocablo “destituyente”?
Déficit de claridad
La doble crisis del oficialismo expone, coherentemente, dos escenarios del presente nacional.
Por un lado, explica didácticamente por qué el oficialismo perdió tan estrepitosamente el domingo. A modo de síntesis, el cuarto kirchnerismo tiene un déficit feroz de claridad.
Hay claridades que faltaron desde el día uno. Faltó claridad económica: ¿hay un plan o no? Faltó claridad financiera: ¿habrá acuerdo con el FMI o no? Faltó claridad monetaria: ¿cuánto cuesta el dólar? ¿El precio “oficial”, al que liquidan las exportaciones? ¿El precio con impuestos, al que venden oficialmente los dólares, aunque con las restricciones no se puede adquirir? ¿O el “blue”, que es ilegal, pero el único que se consigue?
Por todo ello, faltó claridad salarial: el sueldo real de los argentinos está 6% por debajo del nivel previo a la pandemia, es decir, febrero del año pasado. Un verdadero desplome en sólo 18 meses.
Ya en campaña, faltó claridad doctrinaria. Dado el desierto socioeconómico nacional y el irrefrenable aislacionismo en el contexto continental e internacional, el peronismo no pudo izar ni la independencia económica, ni la soberanía política, ni la justicia social. ¿Cuáles son las nuevas tres banderas para este gobierno? ¿Con el peronismo siempre se garchó; hay que hacerle una carta astral a la Argentina; y los argentinos somos todos iguales, pero con el “vacunatorio VIP” y el “Olivos-Gate” resulta que algunos son más iguales que otros?
Indudablemente, faltó claridad política. Cuando se produjo la docena de renuncias, el Presidente estaba recorriendo obras en José C. Paz. Se enteró de que se quedaba sin gabinete a través de los medios. ¿Con quiénes coordinaron los funcionarios de Alberto el desplante para Alberto? O lo que es igual, ¿quién gobierna? ¿Él o ella?
Finalmente, faltó claridad electoral. Así como el macrismo planteó en 2019 una estrategia en la que la adversaria era Cristina y ella, inteligentemente, se “corrió” al lugar de vicepresidenta y dejó sin discurso el proselitismo “amarillo”, ahora el Frente de Todos armó una campaña con Macri como antagonista. Pero él ex presidente devolvió la gauchada y se hizo a un lado de toda candidatura.
El oficialismo compitió contra sí mismo y su difusa gestión. Y perdió feo.
Esquizofrenia para todos
El segundo escenario que expone la doble crisis del cuarto kirchnerismo es que la Argentina padece hoy una realidad severamente esquizofrénica.
Esta es la segunda crisis de gabinete que enfrenta Alberto Fernández. La primera, a los 11 meses de asumir, fue por una carta de Cristina Kirchner en la que se advertía sobre “funcionarios que no funcionan”. En cuestión de horas se fueron María Eugenia Bielsa, ministra de Desarrollo Territorial y Hábitat, y Marcela Losardo, ministra de Justicia. El domingo el pueblo le mandó miles de “telegramas de mesa” al Presidente, que le advierten que el rumbo de su gestión no es el que quieren los argentinos. Y él no movió un funcionario. ¿Para quién gobierna el mandatario?
El Movimiento Evita llamó el miércoles a marchar a Plaza de Mayo en defensa del Presidente. ¿De qué hay que defender a Alberto? ¿O de quién? ¿De su socia política? ¿De los funcionarios que él designó y que tiene la potestad de remover?
La CGT sacó un comunicado de apoyo al jefe de Estado. ¿Para cuándo un pronunciamiento en favor de los trabajadores, en contra del desempleo galopante, y en defensa del salario?
La sociedad asiste a la gestación de una épica del fracaso. El fin de semana, los argentinos reclamaron que el Gobierno sea mejor. ¿Y la respuesta, un par de días después, es que hay que movilizarse para pedir que todo siga igual?
No sonrían para la foto
“Con presiones no me van a obligar”, dijo ayer temprano el Presidente. “La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”, aseveró, en directa alusión a su compañera de fórmula.
La vicepresidenta contestó por la tarde con una misiva y le recordó al mandatario su condición de “gerente” de una coalición peronista en la cual no es accionista. Por eso le remarcó que fue ella quien lo postuló para el cargo en 2019 y le exigió que “honre aquella decisión”. Afirmó que no pidió cambios en el Gabinete. Pero escribió un equivalente: precisó que, tras la “catástrofe política” del domingo, “uno escuchaba a algunos funcionarios y parecía que en este país no había pasado nada, fingiendo normalidad y, sobre todo, atornillándose a los sillones”.
El Presidente pone rostro adusto y reclama respeto a la investidura, como si su encrucijada no consistiera en que lo molieron a votos el domingo, sino que hay “fuerzas extrañas” que quieren condicionarlo. Y la vicepresidenta frunce el ceño con gesto crítico, como si no fuera corresponsable de la debacle. Como si el rechazo a la reforma judicial que impulsa una comisión presidida por su abogado no hubiera sido uno de los pilares de la victoriosa campaña de sus adversarios...
En definitiva, están dispuestos a torcer cualquier gesto con tal de ocultar el retrato del domingo. La foto de la derrota. Que no es grave, por cierto. Pero que le deja a la gente una cara tan particular…