La experiencia de cerrar las valijas e irse a vivir a otro lado no es nueva. Toda partida implica desarraigo, y es consecuencia de mucho tiempo previo de pensar y sentir. La incertidumbre de llegar a un sitio que -con suerte- solo se conoció de turista conlleva una emoción especial, mezclada con la ilusión de trazar nuevos caminos sin olvidar los andados anteriormente. Y armar y desarmar los bolsos, saber qué cosas llevar y cuáles dejar, implica decisiones y madurez, y la plena conciencia de que lo principal que se lleva es inmaterial: los afectos.

El actor Gabriel Carreras lo experimentó íntimamente cuando dejó Tucumán y recaló en Barcelona hace dos años. “Decidí irme porque necesitaba vivir una experiencia diferente y sentía que mientras más años tuviese, iba a ser más difícil. Conocí Europa con las giras teatrales junto a Martín Giner y me enamoré. Pensé en desafiarme, en romper mis propios límites y realmente siento que crecí un montón en todo este proceso”, relata en diálogo con LA GACETA.

Lo que ignoraba (al igual que el resto de la humanidad) es que el cambio que iba a afrontar venía acompañado de una pandemia que puso el mundo para arriba. “Cuando apareció el coronavirus fue muy difícil ya que venía de seis meses de estar sin papeles. Pese a eso pude laburar haciendo de todo un poco, sin dejar nunca las tablas. Hasta diciembre de 2019 hice funciones de ‘Medio pueblo’ en Madrid y en Barcelona, incluso en un festival de teatro en Valencia junto al gran músico tucumano Daniel Fares, quien me daba una mano desde afuera con el sonido y las luces. Me resultó muy difícil reinventarme en un contexto de catástrofe”, admite.

- ¿En qué momento te encontró la cuarentena?

- Estaba metido en cuatro proyectos con actores argentinos y españoles: en dos actuaba, en uno dirigía y en el otro desempeñaba ambos roles. También iba a empezar a dar clases de teatro en dos espacios de Barcelona. Cuando llegó esta locura me encontraba en Madrid por estrenar otra obra de Giner y tuve que salir huyendo para llegar a mi casa en Barcelona. Una locura, no podía creer lo que estábamos viviendo, un clima de fin del mundo en la calle y todos los proyectos se pincharon. Afortunadamente mi hermosa prima catalana Maite me recibió en su hogar en Comarruga (Tarragona) y pasé toda la primera parte del confinamiento en su casa.

- ¿Pesó la distancia entonces?

- Pesaba mi situación particular, estar a 10.000 kilómetros de Tucumán, sin papeles, sin laburo y sin guita... no fue fácil. Mi sagrada familia catalana, todos los amigos tucumanos que viven acá más los nuevos de todas partes del mundo que fui haciendo, estuvieron siempre ahí. Ni hablar de la incondicionalidad de mi familia y de mis amigos tucumanos. Ahora la perspectiva es distinta. Tot anirá bé (“todo estará bien” en catalá).

- Ahora hay un nuevo tiempo...

- Tengo mucha esperanza y toda mi energía y mi acción están puestas para que surja lo mejor, entre retomar algunos de los proyectos pendientes, audicionar en cuanto casting se presente (no pude hacer antes dado que tengo la residencia española recién desde septiembre de 2020) y conseguir trabajos que disfrute y con los que pueda vivir bien. El próximo mes estreno un infantil de la tucumana Romina Ponce, “Mamarracha”, y un musical, y estoy viendo dónde poder reponer “Medio pueblo”. Volví a principios de año a Tucumán y me traje un reel y un book de fotos gracias a Caro Bloise y a Juampi Parolo para mostrarme y mostrar todo lo que hice. La cosa está mejorando de a poco y volví recargado del amor y de la energía que recibí en esa visita. Lo necesitaba.

- ¿Pusiste en debate la decisión de irte tras este regreso?

- Hay cosas de fondo en mi decisión. La inseguridad en Tucumán fue un tema para mí los últimos años. Sentía que no producía ni el 50% de lo que mis capacidades me permitían, vivía en estado de alarma, y eso me bloqueaba. Es muy triste cómo se vive en nuestra provincia y en mi visita fue algo que me angustió mucho. Ví un Tucumán detonado: no descarto la posibilidad de volver pero por ahora no. A mi familia y a grupos diversos de amigos los asaltaron, es horrible. En cambio, en las calles de Barcelona me siento libre.

- ¿Te sentís con un pie en cada lado todavía?

- Un sueño sería ir a Tucumán una vez al año por unos meses y producir en ambos lugares, y voy a trabajar para eso. Me pica el bichito de volver cuando estoy con mi gente: no sabés lo que los extraño, soy un tipo muy de los afectos, Mis sobrinos creciendo a la distancia sigue siendo algo muy complejo, mis viejos, mis amigues, los compañeros del teatro... Por suerte esos vínculos son eternos y trascienden el tiempo y la distancia. La tecnología me permite estar muy conectado.

- ¿Te encontraste con otro teatro en Europa?

- Sí, me encontré con un teatro muy diferente, pero todo lo es: la lengua, el lugar, la idiosincrasia, todo es muy distinto a lo nuestro. Aunque rescato que Tucumán tiene un gran nivel de producción y de calidad artística; la fuerza de trabajo y la creatividad y el talento de los hacedores es superior al de muchos otros lugares.

- Al haber estado ya en Barcelona, no fue llegar de cero total.

- La verdad es que sentí un gran recibimiento. Había gente que me fue conociendo en las giras anteriores con Calavera Teatro y estaba enamorada de los trabajos que llevamos. Me sentí muy abrazado y valorado, las devoluciones y la respuesta del público fueron preciosas, efusivas y con identificación con las obras. Lo que escribe Martín es universal, pero tiene mucha impronta argentina y mucho guiño del norte, No sabés cómo se reían con un personaje tucumano, no lo podía creer.

- ¿Hacés un balance de costos y beneficios?

- El costo es estar lejos de los vínculos de toda la vida. Falta ese poder subirte a la bici e ir en 10 minutos a llorar o a reír con un amigue. Falta el reconocimiento a mi trabajo; el público tucumano me conoce y acompaña siempre mis laburos, donde sean, teatro, radio, tele, y ahora es un empezar casi de cero con el público catalán. Extraño trabajar con mis amigos artistas tucumanos, me los traería a todes. Pero el beneficio es el desarrollo como ser humano que siento que tengo, los nuevos desafíos, la gente hermosa que conocí y que parece que los conocemos desde siempre, con quienes nos acompañamos siempre e inventamos comidas los domingos. Encontrarme haciendo cosas diferentes, hablando otros idiomas, haber vivido y sobrevivido situaciones que nunca hubiera imaginado. Vivir afuera es un aprendizaje constante.

- Hablaste de la tecnología, ¿cómo te llevás con ella para el desarrollo de tus proyectos artísticos?

- Estoy aprendiendo a llevarme. Tuve una gran resistencia al comienzo pero de a poco me fui aflojando. Si bien no logré aún armar un proyecto virtual concreto, me desafío siempre a generar contenidos en mi Instagram (gabriel_carreras); hice un par de vivos muy divertidos con Juliana González y nos fue muy bien, otros con amigos de Buenos Aires y eso abrió la posibilidad también con gente de España. Se trata de hacer y de tomar las posibilidades que surgen, de romper los límites. Lo primero que hice en pleno encierro fue una propuesta de Menjunje Productora Cultural con unos Microvivos que me encantó y me ayudó a destrabar la quietud.

- ¿Se puede llamar teatro a lo que se hace en internet o hay que consolidar otra categoría artística?

- Es un debate a nivel mundial. Es evidente que está naciendo algo nuevo en las redes y plataformas desde el año pasado, que puede tener mucha teatralidad pero la virtualidad hace que no sea teatro. Es otro lenguaje que tanto creadores como público estamos descubriendo. Me gusta la idea de ofrecer actuación, he visto trabajos hermosos virtuales que me movilizaron, pero es otra cosa. Tampoco creo que venga a reemplazar nada; simplemente son nuevas posibilidades ante la imposibilidad de lo presencial (algo fundamental para quienes hacemos teatro), el miedo, la incertidumbre... Lo ví allá y acá también. Empezamos a volver a la calle, a los espacios abiertos y eso está buenísimo. En Tucumán hay una cuestión de la grupalidad que no veo en España, esa idea de buscar estrategias entre todos, exigir a quienes corresponda la ayuda que sea necesaria y alentarse unos a otros. Que en plena pandemia en nuestra provincia se hayan inaugurado tres salas es algo tremendo, increíble.

- Otro debate es pensar que de esta crisis saldremos mejor o peor que antes como sociedad...

- La consigna tremendista se nos pasa por la cabeza a todos, pero creo que en el medio hay muchos caminos. El primero es transformarse para luego poder transformar. Laburar sobre nosotros mismos, sobre nuestra flexibilidad, nuestra capacidad de adaptación, nuestra tolerancia... Fortalecernos y no dejarnos vencer, resistir en definitiva, que de eso aprendimos mucho en nuestra tierra.

- ¿Qué cosas tienen que pasar para que vuelvas a radicarte en Tucumán?

- Que pregunta difícil... Tendría que sentir que está mejorando la situación a nivel económico y en relación a la inseguridad. También el nivel de homofobia que hay en Tucumán me interpela: me encantaría que todo eso cambie y no son cosas menores. Reconozco que ganas no me faltan, porque amo nuestra provincia en un montón de aspectos. La verdad es que es un gran desafío estar lejos, pero también tengo cosas para probarme a nivel personal y profesional. Por ahí eso sucede dentro de no tanto y pego la vuelta. Mientras tanto, iré de visita cada vez que pueda y seguiré buscando mi misión en la tierra de Antoni Gaudí.