Brillante, descriptiva, veraz y… agobiante la columna del periodista Federico Türpe en LA GACETA del 4 de septiembre, en la que vuelca su esclarecedor y encendido análisis y desesperanza en frases indiscutibles como: “Es el famoso gasto político. El empleo público como mecanismo de cooptación de voluntades. Una especie de esclavitud refinada, sin grilletes metálicos, sin cadenas visibles”; “Es la clase política que se ha apropiado del Estado, lo ha secuestrado, en beneficio propio, personalísimo”; “Todo está podrido. Y lo más grave es que ya nadie huele la putrefacción, se ha naturalizado en las narices tucumanas. Como el olor de las cloacas derramadas (…) o como la vinaza putrefacta (…) pese a que algunas autoridades nos quieran convencer de que ese olor nauseabundo forma parte del folclore azucarero de la provincia. Como te ven te tratan: como idiotas”. No puedo menos que evocar el suplemento literario de LA GACETA del 29 de agosto, pródigo en semblanzas del Tucumán del siglo XIX, surgidas de la pluma de nuestro prócer Alberdi, y llevados de la mano de Fabián Soberón, quien describe con deliciosas metáforas a su provincia como si fuera la niña de sus ojos, tanto por su belleza natural, como por su pasado histórico y su expectable porvenir. Como bien expresa el historiador Abel Novillo: (…) “muchas celebridades dejaron también, para la posteridad, sus observaciones respecto de haberse hallado con una provincia esplendorosa, rica, pujante, esperanzada”. Paul Groussac, Jaimes Freire, Joseph Andrews, entre tantos, dejaron plasmado en tinta su enamoramiento con la pequeña y bella Tucumán. Me pregunto: ¿Qué nos pasó?, ¿Dónde fueron a parar los sueños de los poetas y patriotas que imaginaron los futuros honores que los tucumanos le tributarían a esta bendecida –pero perdida- tierra?
Ana Lía Toledo
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