“En el peronismo siempre se garchó”, afirmó la precandidata a diputada nacional del Frente de Todos por la provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz. La aserción de la ex titular del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, se sabe, provocó reacciones que dominaron la coyuntura electoral bonaerense durante la semana. Pero con independencia de provocaciones o de provocados, el argumento con que la ex funcionaria nacional contextualizó su afirmación lleva la cuestión más allá de la coyuntura de una campaña electoral.

“Nosotros vinimos para hacer posible la felicidad de un pueblo y la grandeza de una patria, y no hay felicidad de un pueblo sin garchar. Perdón, nosotros somos así. Lo que digo, es parte importante de la vida, el baile, el disfrute, el goce, no lo vamos a ocultar. Somos seres humanos, nos gusta gozar, nos gusta divertirnos”, señaló Tolosa Paz, entrevistada por Pedro Rosenblat (conocido en Twitter como “El Cadete”) y por Martín Rechimuzzi.

Este predicado sustrae el asunto del proselitismo y lo migra de la arena pública al ámbito privado. Concretamente: las ideologías políticas, ¿inciden en la sexualidad?

Tres especialistas consultados por LA GACETA no tienen dudas al respecto. Los seres humanos poseen maneras diferentes de interpretar la realidad. Y de esa interpretación derivarán normas para proceder en la esfera pública y también en la esfera privada. Ello predispondrá a cada uno a adscribir a sistemas de ideas, es decir, a ideologías políticas, por un lado. Por otro, también incidirá en lo que haremos y lo que no haremos en la intimidad. Es decir, abrirá fronteras o pondrá límites, interpreta la sexóloga Inés Páez de la Torre. (Ver El derecho a la contradicción) Y gravitará, inclusive, en lo que nos animaremos a expresar o a reprimir. Por lo tanto, engendrará mitos y tabúes, o los exorcizará, postula la sexóloga Lucrecia Guerra (Ver Desaprender es una decisión política)

Hacia adentro

“No hay un vínculo directo entre la sexualidad y la circunstancia de ser peronista, o radical o trotskista, o la preferencia política que se tenga. Pero la sexualidad como parte de la vida, y como la más importante, está influida por la visión del mundo y de la vida de cada uno. Y la manera como uno ve el mundo y la vida no es otra cosa sino una ideología personal. Entonces la sexualidad sí está influida por esa ideología de cada uno y por la normativa que sale de esa ideología personal. Eso es lo que, luego, te hace elegir una línea política u otra. Y hace también que vivas la sexualidad de una manera determinada, así como vivís la política de una manera determinada”, explica el médico y sexólogo Guillermo Golcman.

El especialista subraya que cada manera de ver el mundo genera una dinámica respecto de lo permitido y lo restrigindo, que puede ser aplicado a la sexualidad. “Entonces, el deseo y cómo uno ejerce el deseo tiene que ver con estas normativas que caracterizan los discursos ideológicos por los que uno tiene afinidad. En la práctica, nuestro deseo va a ser satisfecho de una manera u otra en la medida en que las normativas que nosotros sigamos con respecto de nuestro ideología vayan de una forma y o de otra”, puntualizó.

“Con respecto a lo que dijo Tolosa Paz, puede destacar que en este momento hay un auge en la intención de vincular la sexualidad y el goce con la felicidad y con la libertad: romper las cadenas de generaciones anteriores para vivir la vida sexual con mayor felicidad. En tiempos de campañas se recurre mucho al concepto de felicidad y como la felicidad está vinculada con la sexualidad, es una herramienta discursiva, un eje temático de los postulantes para hacer campaña”, analiza el experto. “Antes, hablar de sexo era desubicado. Ahora, lo desubicado parece ser no no hablar libremente de ello”, contrasta.

Hacia afuera

La reflexión de Golffman saca el debate del terreno personal y psicológico para proyecto a la exterioridad. Apenas se conocieron las declaraciones de la precandidata oficialista, los opositores consideraron que estaban dirigidos a buscar, con manifiesta desesperación, “el voto joven”. Si hay un “lugar común” en la campaña actual en el que confluyen consultores políticos y especialistas en campañas es que “nadie les está hablando a la juventud”. Pero con independencia de que los jóvenes parecen más demandantes de un proyecto de país en el que puedan quedarse, antes que de promesas de sexualidad (la cual ejercen sin necesidad de que el Estado los autorice), lo cierto es que todo discurso político donde la sexualidad esté explicitada le está hablando, en realidad, a todos los miembros de la sociedad.

Así lo interpreta el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en “La agonía del Eros”. En ese ensayo, el pensador sostiene que las personas viven hoy en una economía de supervivencia en la que cada quien es su propio “empresario”, en el que la obsesión por producir exalta el narcisismo, y en el que, incluso, se ha perdido la noción del “otro” como si no existiera. “Hoy está en marcha algo que ataca el amor más que la libertad sin fin o las posibilidades ilimitadas. No sólo el exceso de oferta de otros conduce a la crisis del amor, sino también la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida. (…) El hecho de que el otro desaparezca es un proceso dramático, pero se trata de un proceso que progresa sin que, por desgracia, muchos lo adviertan”, diagnosticó. (Ver Fragmento)

“Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista. La libido se invierte sobre todo en la propia subjetividad. El narcisismo no es ningún amor propio. El sujeto del amor propio emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo. En cambio, el sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay signicaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo”, describe.

La oposición a esta cuadro de situación, sostiene el pensador, es el “eros”. Es decir, la pulsión vital indisolublemente vinculada a la sexualidad, pero que no se agota a ella, porque el erotismo implica sensualidad, pero también vinculación. Vinculación con el “otro”. “El Eros se dirige al otro en sentido enfático, que no puede alcanzarse bajo el régimen del yo. (…) El Eros hace posible una experiencia del otro en su alteridad y saca al sujeto de su infierno narcisita”, describe Byung-Chul Han en el capítulo “Melancolía”.

La conclusión: si bien no habrá una “política del amor”, en un presente de anulación de los demás y de exaltación de un enfermizo amor al “yo mismo”, las acciones políticas necesariamente deben comunicar con el “eros” -razona el pensador-, porque ello supone el deseo común de otra forma de vida.

De modo que el discurso político que explícita la sexualidad está hablando de lo que ocurre: será más o menos chabacano, pero no será impropio. Pero más aún: cómo ha quedado patentizado durante esta semana, es prácticamente el único discurso que “se hace” oír. Porque, por momentos, es la única expresión que habla de “uno” y de “otros” sin tener que apelar a la fabricación de relatos.

Fragmento

El “principio de rendimiento” y las “Cincuenta sombras de Grey”

La sociedad del rendimiento está dominada en su totalidad por el verbo modal poder, en contraposición a la sociedad de la disciplina, que formula prohibiciones y utiliza el verbo deber. A partir de un determinado punto de productividad, la palabra deber se topa pronto con su límite. Para el incremento de la producción es sustituida por el vocablo poder. La llamada a la motivación, a la iniciativa, al proyecto, es más eficaz para la explotación que el látigo y el mandato El sujeto del rendimiento, como empresario de sí mismo, sin duda es libre en cuanto que no está sometido a ningún otro que le mande y le explote, pero no es realmente libre, pues se explota a sí mismo por más que lo haga con entera libertad. El explotador es el explotado. Uno es actor y víctima a la vez. (…) El eros -en cambio- es de hecho una relación con el otro que está radicada más allá del rendimiento y del poder. (…) Es una relación que no es posible traducir en términos de poder. La absolutización del poder aniquila al otro. El otro aparece solamente como un no poder poder. (…) El amor se positiviza hoy como sexualidad, que está sometida a su vez al dictado del rendimiento. El sexo es rendimiento. Y la sensualidad es un capital que hay que aumentar. El cuerpo, con su valor de exposición, equivale a una mercancía. El otro es sexualizado como objeto excitante. No se puede amar al otro despojado de su alteridad, sólo se puede consumirlo. En ese sentido, el otro ya no es una persona, pues ha sido fragmentado en objetos sexuales parciales. No hay ninguna personalidad sexual. (…) El amor se positiviza hoy para convertirse en una fórmula de disfrute. De ahí que debe engendrar ante todo sentimientos agradables. No es una acción, ni una narración, ni ningún drama, sino una emoción y una excitación sin consecuencias. Está libre de la negatividad de la herida, del asalto o de la caída. Caer (en el amor) sería ya demasiado negativo. (…) El principio del rendimiento, que hoy domina todos los ámbitos de la vida, se apodera también del amor y de la sexualidad. En el best-seller Cincuenta sombras de Grey, la protagonista de la novela se admira de que su compañero se imagine la relación como una “oferta de empleo, con sus horarios, la descripción del trabajo y un procedimiento de resolución de conflictos bastante riguroso. El principio del rendimiento no se compagina con la negatividad del exceso y de la transgresión. Por eso, entre “los acuerdos” a los que se obliga al sujeto se encuentran: mucho deporte, comida sana y suficiente sueño. Incluso, está prohibido tomar entre las comidas otra cosa que no sea fruta”.

Fragmento del capítulo “No poder poder”, del ensayo “La agonía del Eros”, de Byung-Chul Han (2014, Herder Editorial, Barcelona)