La pandemia de coronavirus vuelve a ponernos frente a un desafío: lograr que el retorno pleno a la presencialidad educativa se sostenga en el tiempo. Como sociedad, los tucumanos exhibimos a lo largo de este año y medio de convivencia con el coronavirus diferentes caras. Aparecieron las muestras de solidaridad entre prójimos, las actitudes responsables de buena parte de la ciudadanía pero también la mezquindad y la irresponsabilidad de otros tantos. Sin embargo, como colectivo debemos asumir entre todos el compromiso de cuidar lo único que garantiza el futuro: la educación de los niños.

Este jueves que pasó, los responsables de las carteras educativas de todas las provincias y el Ministerio nacional acordaron el regreso total a las aulas. Lo hicieron a partir de la reconfiguración de los protocolos sanitarios: desde el miércoles 1 de septiembre regirá un esquema que acorta la distancia de 1,5 a 0,9 metros en las aulas y en algunos casos, incluso, podrá reducirse a 50 centímetros. De todos modos, se mantendrá la utilización obligatoria de barbijos, ventilación y otras medidas de cuidado.

La situación de Tucumán es particular: al regreso de las vacaciones de invierno, el Gobierno provincial autorizó el retorno de todos los alumnos, todos los días, en aquellas escuelas y colegios que podían garantizar ese metro y medio de distancia. Así, la brecha se hizo más grande entre los estudiantes que retornaron a ese esquema y aquellos que aún mantienen el sistema de burbujas. Con este nuevo anuncio oficial y la liberación del “corsé” del distanciamiento, ya no habría motivos en esos establecimientos para eludir la presencialidad total.

Ahora bien, este nuevo paso hacia la normalidad implica que todos los tucumanos asumamos el compromiso de que los niños permanezcan en las escuelas. Es larga la lista de estudios que han expuesto ya sobre los daños que ha ocasionado la pérdida del vínculo escolar. De hecho, la ONU advirtió que el mundo se enfrentó en este tiempo a “una catástrofe generacional” por el cierre de escuelas. En un informe durísimo, el organismo alertó que la educación no puede perder su poder “igualador” de oportunidades.

Los meses pasaron y crecieron las desventajas de la educación remota: se puso en evidencia que la conectividad necesaria para las clases virtuales era un poderoso factor de inequidad entre ricos y pobres, entre ciudades y áreas rurales. Es irrefutable esa disparidad: los niños de sectores más vulnerables en este tiempo aprendieron menos y hasta abandonaron la escuela. Algunos perdieron hasta los complementos nutricionales que se les brindaba en los establecimientos y quedaron bajo el cuidado de hermanos o solos en hogares bajo contextos sumamente hostiles. Las cifras son elocuentes: según Unicef Argentina, el 18% de los adolescentes del país no cuenta con Internet en su hogar y el 37% no tiene una computadora disponible para hacer tareas.

Dicho esto, tampoco se puede ignorar el temor de muchas familias y de muchos docentes respecto de los contagios. Más aún en momentos en que asoma la variante delta, de mayor transmisibilidad. No obstante, las estadísticas oficiales dan cuenta de que las aulas no fueron a lo largo de este año de presencialidad un factor influyente de contagios: desde el inicio del segundo semestre en Tucumán, hubo 43 secciones o grupos aislados, que corresponden a 24 establecimientos, sobre un total de 15.942 secciones.

El debate sobre la reapertura presencial de las escuelas es global. De hecho, en Estados Unidos se convirtió en un pulso político en medio de la campaña electoral. En Israel y en Francia se presentaron casos de brotes en instituciones educativas tras la apertura. Sin embargo, resulta imperioso recuperar el tiempo perdido en materia educativa, que los niños recuperen hábitos olvidados y que la comunidad educativa asuma con responsabilidad la vuelta plena a las aulas. Pero para que eso ocurra, es aún más imperioso que haya un pacto entre todos los actores de la sociedad para que la educación, y la vuelta a las aulas, figure siempre por encima de los intereses particulares.