En los anales de la política mundial el mes de agosto es relevante, entre los que figuran la renuncia del presidente de Estados Unidos Richard Nixon el 9 de agosto de 1974, para evitar la bochornosa destitución en base a las investigaciones que realizaba el Senado de ese país, luego de conocerse rumores y publicaciones realizadas por el Washington Post, en especial, las indagaciones realizadas por dos periodistas, Bob Woodward y Carl Bernstein, a lo largo de dos años, durante los cuales consiguieron declaraciones de un ex funcionario al que endilgaron el apodo de “Garganta profunda”. Esas versiones indicaban no sólo el trabajo delictivo de robo y espionaje, siendo la procedencia en negro de los dineros obtenidos por administración de gobierno para solventar los gastos. Dos calificativos fueron definitorios para dejar la presidencia: mentiroso y cínico, pues negó tal inculpación y criticó tales actuaciones. En total se acusaron a 69 funcionarios, de los cuales 48 fueron encontrados culpables y encarcelados. Por su parte el vicepresidente Gerald Ford, que asumió la presidencia, decretó el perdón a Nixon, pero esa decisión y decreto le valió la derrota en las elecciones siguientes, ganadas por Jimmy Carter. Hoy nos encontramos a un “ir y venir” de declaraciones y aclaraciones en torno a las actuaciones de funcionarios de distinto rango, muchos de los cuales pugnan por conseguir la aceptación de los votantes y las venideras elecciones primarias y obligatorias con miras a los comicios previstos para noviembre, los cuales, a criterio de politólogos, definirán el rumbo de la estructura socioeconómica de la Nación. Sin embargo, muchos de los postulantes no ha realizado un examen de conciencia de su actuación pública como también la privada, pues como solían repetir los grandes pensadores, “no sólo hay que serlo sino parecerlo, pero antes de parecerlo, hay que hacerlo”. La razón de esta aseveración se relaciona con el término “autoridad”, al que hay que acudir en su acepción siempre y al mismo tiempo profunda: “autoridad es aquella persona que conoce amplia y cabalmente todas las normas tácitas y escritas, las cumple y las hace cumplir”, Pero al mismo tiempo y tal vez más importante es la definición elemental de delito y delincuente: delito es la transgresión de la norma escrita (Constitución, ley, decreto, resolución, directiva) y, quien lo hace, es delincuente. No es necesario ser erudito, ni mucho menos conocedor de jurisprudencia; es ser simplemente alfabeto y disponer de sentido común. Para la postulación a cualquier cargo es menester, únicamente, un análisis simple de su quehacer cotidiano para evitar la incursión en algún tipo de estafa social, al prometer algo que no figura en sus planes cumplir.

Fernando Sotomayor


Juan B. Alberdi 139


San Miguel de Tucumán