Vale todo. Desde un discurso desde una tarima en un club del interior, pasando por antifiteatros, reuniones sectoriales, hasta posteos en las redes sociales e incursiones fílmicas por Tik Tok. La política ha decidido subirse a todas las plataformas posibles, tradicionales y digitales, pero en muchos casos no resultan efectivas. O, al menos, no tienen los efectos esperados en tan poco tiempo de campaña. Los analistas políticos y encuestadores vienen percibiendo este fenómeno que se da en todo el país. La vieja política intenta hablarles a las nuevas generaciones, usando el manual tradicional, cuyas recetas ya no son tan efectivas como lo fueron antes. En gran medida porque las caras se repiten y porque, más allá del aggiornamiento, sólo transmiten ideas de que el cambio se hará sin el cambio. ¿Cómo es esto? Una respuesta coyuntural a problemas de siempre. Un claro ejemplo es la falta de oportunidad laboral y, si hay oferta de empleo, generalmente tienen una característica: la informalidad.

De acuerdo con los datos oficiales, el desempleo afecta más a jóvenes que provienen de hogares de menores ingresos: mientras que el 20% los de jóvenes más pobres de la población se encuentran desempleados, para los jóvenes de más altos ingresos, un 8% se encuentra en esta situación. El último dato disponible del Gran Tucumán-Tafí Viejo, del primer trimestre del año pasado (y que se interrumpió debido a la cuarentena obligatoria por la pandemia de la Covid-19) mostraba que la desocupación superaba el 24 en la franja etaria de 18 a 29 años.

A esto se suma la incidencia del elevado nivel de informalidad existente en el país: la tasa de informalidad de jóvenes entre 18 y 24 años asciende a 88% entre los más pobres y a 49% entre los de mayores ingresos, según el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa). La informalidad se traduce en que a menudo se gana el salario mínimo o menos, trabajos por jornadas extendidas, en situaciones insalubres y sin protección social. Esta situación no se explica solamente por la baja inversión productiva y la legislación laboral vigente que desalienta la creación de puestos de trabajo. También es resultado de una baja formación en los jóvenes, y principalmente en los que provienen de hogares de menores ingresos.

Mario Riorda, uno de los mayores exponentes de la Comunicación Política Latinoamericana, ha dicho que las campañas electorales han muerto y que hoy son más plebiscitos emocionales. Ya no se debaten futuras políticas públicas, ni se intenta legitimar al sistema político. Hoy las pujas son más emotivas, viscerales y virulentas. Y ese es el mensaje que se está transmitiendo a los jóvenes: el de un poder personalizado. Con la irrupción de las plataformas digitales, los políticos aún no le han encontrado la vuelta a la interacción que implican esas redes. Las audiencias digitales le hablan de igual a igual y, más allá de que muchos dirigentes apelan a los servicios de los community managers, quedan expuestos a la crítica inmediata. Algunos se escudan afirmando que no se meten en las redes porque corren el riesgo de que sean insultados o fustigados por los internautas. La diferencia entre esa negación y la realidad es que no se enteran de que aquel fenómeno ocurre por más que no lo vean.

Hace algunos meses, el consultor político Gustavo Córdoba decía que la pandemia ha puesto al desnudo la falta de preparación de los políticos frente a la nueva normalidad. No estaban adiestrados en comunicación y en gestión de crisis, como tampoco para interactuar con una población que estaba en cuarentena obligatoria. Peor aún, no se predicó con el ejemplo y de allí tantos escándalos políticos con consecuencias electorales. “Cuando una persona vota a un dirigente tiene la sensación de que ese candidato ha firmado un contrato electoral que debe cumplir; pero la realidad ha demostrado que no todo es lo que parece”, afirma Córdoba.

Los spot de campaña ya no tienen el mismo efecto que en elecciones pasadas. La creatividad brilla por su ausencia y asoman conductas que, por ejemplo, para el caso de la juventud, resultan más que extrañas, porque no entienden porqué razón la dirigencia que le pide el voto trata de copiarle algunas facetas propias de las conductas digitales y no son, por ejemplo, consejeras de lo que pueden hacer por ellos. En otras palabras, demandan naturalidad y que esta se mantenga en el tiempo, no sólo durante el período de campaña.

Los jóvenes reclaman más oportunidades que van desde becas para poder seguir estudiando hasta empleos genuinos, en los que puedan desarrollar sus talentos. Para ellos, las elecciones que vienen pueden resultar una prueba, pero en 2023 ya reclamarán definiciones a una política que no encuentra la receta ideal, de la Argentina que necesitan y que ellos quieren para no irse al exterior. Pero la realidad marca que no hay proyectos en esa dirección. Y, como diría el politólogo Adrián Urios, por esa razón, “los jóvenes siguen teniendo el casillero de la confianza vacío”.