Atención mujeres: permaneceréis en vuestras casas. No es decente que vaguen por las calles. Si salís, deberéis ir acompañadas de un mahram, un pariente masculino. Si os descubren solas en la calle, seréis azotadas y enviadas a casa. No mostraréis el rostro bajo ninguna circunstancia. Iréis cubiertas con el burka cuando salgáis a la calle. Si no lo hacéis, seréis azotadas. Se prohíben los cosméticos. Se prohíben las joyas. No llevaréis ropa seductora. No hablaréis a menos que os dirijan la palabra. No miraréis a los hombres a los ojos. No reiréis en público. Si lo hacéis, serás azotadas. No os pintaréis las uñas. Si lo hacéis, se os cortará un dedo. Se prohíbe a las niñas asistir a la escuela. Todas las escuelas para niñas quedan clausuradas.

Parece una fantasía perversa. Pero, se sabe ya desde hace mucho tiempo, la humanidad inventó la ficción por su sempiterna cobardía para mirar la realidad a la cara. Cuando fue anunciado por medio de las radios, este morboso detalle de sometimientos estuvo precedido por una formulación plena, justamente, de un bestial realismo:

Estas son las leyes que nosotros aplicaremos y que vosotros obedeceréis.

Era setiembre de 1996. Afganistán era la geografía de la penuria. Venía de sufrir la invasión de la ya extinta Unión Soviética, que se prolongó entre 1979 y 1989. Luego, tras el retiro del Ejército Rojo, había padecido los enfrentamientos internos entre los muyahidines, que en su disputa por el poder habían disparado una guerra entre pastunes, hazaras, tayikos y uzbecos. La capital, Kabul, era un campo de tiro de misiles entre las facciones. Siete años duró esa guerra intestina. Y, como si tanta muerte no alcanzara, a continuación llegaron los talibán.

Esta historia reciente de avatares es el terreno que pisan las dos protagonistas principales de Mil soles espléndidos, la segunda novela de Khaled Hosseini, el afgano de 56 años exiliado en Estados Unidos, que en 2003 sacudió el mercado editorial con sus Cometas en el cielo.

Una de ellas, la mayor, es Mariam, una harami, la hija no reconocida de un hombre rico, Yalil, y de una de sus criadas, Nana. Su infancia es la lucha entre su amor por ese padre que la visita una vez por semana en el cuartucho en que vive en las afueras de Herat, y el resentimiento de su madre, que la advierte de la cobardía de ese hombre y de las penurias que la esperan. La niña tendrá un mortal desengaño, que se desanudará en un casamiento arreglado, de la noche a la mañana, con un desconocido zapatero de Kabul, 30 años mayor que ella. En esa nueva ciudad, vivirá a solo cinco casas de distancia de Laila, la segunda pieza clave en las 382 páginas de Hosseini.

Khaled Hosseini nació en Kabul, Afganistán, en 1965. Hijo de un diplomático, recibió asilo político, junto a su familia, en Estados Unidos. Estudió medicina y en 2003, poco después de recibirse, publicó Cometas en el cielo. La novela vendió más de 23 millones de ejemplares, fue traducida a 54 lenguas y llevada al cine por Marc Forster. Luego aparecería Mil soles espléndidos (2007), otro éxito de ventas. Y las montañas hablaron fue publicada en 2013. Súplica a la mar (2018) es su libro más reciente.En 2006 fue nombrado embajador de buena voluntad del ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados). En 2007 creó la Fundación Khaled Hosseini, destinada a proporcionar ayuda humanitaria al pueblo afgano.

Laila es una pari, una niña bellísima de rizos rubios y ojos como esmeraldas, hija de un profesor universitario al que los comunistas dejaron cesante y que trabaja como panadero, y de una madre trastornada porque sus dos hijos varones se unieron a la yihad contra los soviéticos en 1980. Está perdidamente enamorada de su vecino de enfrente, Tariq, a quien una mina antipersonal le voló media pierna, pero los rusos, primero, y los muyahidines, después, la privarán de sus familiares, de sus amigos, de su amado y, fundamentalmente, de su futuro.

Ni el destino ni Alá, sino la barbarie de los hombres y su desesperación de huérfana reciente, la llevaran a aceptar la propuesta de matrimonio de Rashid, el zapatero que está casado con Mariam. Los años siguientes le depararán desprecios, una hija, golpizas, un hijo, hambrunas, y una amistad con la primera mujer de su marido, a quien la une después el amor y primero el espanto.

Infinitas lunas de Kabul

En Mil soles espléndidos no hay grandes historias. Pero hay grandes virtudes. Como la atrapante narración de su autor, así como su capacidad para retratar las emociones sin que ellas pierdan el enorme poder que poseen. Hosseini, además, no construye relatos minimalistas, historias mínimas recortadas de una vasta realidad. Por el contrario, es a partir de los sucesos de la vida de dos mujeres que construye acabadamente un mundo donde la injusticia es ley y el sojuzgamiento es la moneda de curso legal.

“Mariam se quedó acostada en el sofá con las manos metidas entre las rodillas, contemplando la nieve que se arremolinaba frente a la ventana. Recordó que Nana le había dicho en una ocasión que cada copo de nieve era el suspiro de una mujer a la que habían ofendido en algún lugar del mundo. Que todos los suspiros subían al cielo, que formaban nubes y luego se deshacían en trocitos diminutos que caían silenciosamente sobre las personas.

- Para recordar cuánto sufren las mujeres como nosotras (había dicho). Con cuánta resignación soportamos todo lo que nos toca sufrir”, dice Hosseini que piensa una de sus protagonistas. Pero así como ellas padecen la sharia, los hombres también sufren. Persecuciones, atropellos, mutilaciones, humillaciones, exilios y muertes propias y ajenas.

Una infinita tristeza se desprende de los 51 capítulos de este libro. No sin razón, algunos lectores podrán considerar que en algunos pasajes, se cae en lo melodramático. Pero Hosseini no entrega literatura chatarra en su segunda obra, para aprovechar el impulso de la ola de los varios millones de ejemplares vendidos que logró con su début.

Que Mil soles espléndidos no sea un panfleto ni tampoco una retahíla de lugares comunes, ya habla bien de él. Tanto como el hecho de que tampoco le haga muchas concesiones al lector. En su prosa, muestra que algunas afganas han venido al mundo sólo para sufrir. Y, por terriblemente coherente que parezca, sufriendo se irán de él. De igual modo, desnuda la malicia de algunos hombres, a menudo felizmente impunes.

“Parece casi increíble que la vida de todos los afganos esté marcada por la muerte y un sufrimiento inimaginable. Y, sin embargo, también veo que la gente encuentra el modo de sobrevivir y seguir adelante”, dice Laila. Y ese será todo el mensaje esperanzador que dejará su personaje. Porque en la querella acerca de si la felicidad es una situación o una capacidad, Hosseini testimonia que en su país, decididamente, ser feliz no es una cuestión personal. En todo caso, todo lo que puede depender de uno es la subsistencia. Y no en todos los casos.

Precisamente, el nombre de la novela hace honor a los versos que escribiera el poeta persa Saeb-e-Tabrizi, en el siglo XVII, en honor a Kabul:

Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas

o los mil soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.

Porque, durante décadas, muchas, la única manera de encontrar regocijo en Afganistán fue quitar la vista de su suelo y elevarla al cielo.

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