Los ojos del mundo miran hacia París por el fenómeno Messi, un motivo de orgullo para todos los argentinos, pero al mismo tiempo hoy es también un día para celebrar el orgullo propio de los tucumanos: se cumplen 50 años desde que el seleccionado provincial de rugby usó por primera vez la camiseta naranja, un símbolo que con el paso de los años se convirtió casi en un sinónimo de Tucumán a los ojos del país y del mundo. Como bien se reflejó en el suplemento especial que LA GACETA publicó el domingo, el tiempo ungió el “Naranjas” como una forma de decir “tucumanos”.
Fue el 11 de agosto de 1971, en cancha de Lawn Tennis y frente al combinado británico de Oxford-Cambridge, que Tucumán abandonó definitivamente el marrón que lo identificaba desde fines de la década del 40 y abrazó el naranja. No por elección propia ni por alusión a los cítricos de producción local, sino porque así lo decidió quien le obsequió a la Unión de Rugby de Tucumán ese nuevo y llamativo juego de camisetas: Saturnino Racimo, un temperalmental y generoso “porteño” enamorado del rugby tucumano por el coraje y la pasión que transmitían sus hombres, a pesar de ir siempre con el viento en contra por la limitación de sus recursos y el centralismo impuesto desde Buenos Aires.
Y aunque hoy la realidad sea muy distinta a la que cobijó los años más gloriosos y trascendentales de la Naranja, entre los 80 y 90, la efeméride invita a recordar aquellos buenos viejos tiempos. A repasar fotos y testimonios que hablan de un Tucumán que hacía de la unión su fuerza, empujado por el rugido gutural que inundaba la cancha de Atlético y que le erizaba la piel a cualquiera que lo enfrentara.
Precisamente, esa es una de las lecciones que nos deja la Naranja. Que las cosas siempre salen mejor cuando se dejan los individualismos y las diferencias de lado, y se los esfuerzos se encoluman detrás de un objetivo en común. “Para mí, era como un club aparte. Porque el mismo tipo con el que te habías molido a palos el fin de semana se volvía como tu hermano. Creo que por eso se alcanzaron tantos éxitos”. Con esas palabras lo resumió Ricardo Sauze, quien vistió la camiseta naranja por más de 20 años. Su hija, Victoria Sauze, también puede dar fe de hasta qué punto importa el espíritu colectivo, el trabajo en equipo, el “nosotros” por encima del “yo”: esa fue una de las virtudes que llevaron a Las Leonas a conquistar la medalla de plata en Tokio y a consagrar a “Vicky” como la primera deportista de Tucumán en colgarse una presea en los Juegos Olímpicos mayores.
La Naranja también nos recuerda la importancia de ser pacientes y constantes. Así como Roma no se construyó en un día, tampoco lo hizo la mística del seleccionado. La explosión que se produjo a partir de la conquista del primer Campeonato Argentino fue posible gracias a quienes desde antes fueron abriendo el camino, dentro de la cancha y en los despachos de la UAR, y transmitiendo a los que venían ese amor enfermizo por la camiseta. Ellos también fueron partícipes necesarios de las mayores hazañas de nuestro rugby.
Por último, la Naranja es también un símbolo de sacrificio y lucha contra la adversidad. Porque si hubo algo que contagió a todos los tucumanos y que le valió el respeto más allá de sus fronteras no fue su juego, sino su entrega absoluta hasta el final, sin importal cuál fuera el resultado. Es el Tucumán que alguna vez tuvimos y que ojalá algún día podamos recuperar.