Pasaron algunas horas hasta que Emmanuel Lucenti llegó al mensaje de Whatsapp de LG Deportiva. El yudoca contó que el celular estaba colapsado por la cantidad de mensajes, encima funcionando mal por alguna travesura que su hijo Camilo había hecho antes del viaje. Probablemente, Lucenti tarde o no llegue a responder todo. En su teléfono personal hay aliento solamente. Mientras que en las redes sociales hubo, apenas, un atisbo de críticas. Nadie esperaba que el cuatro veces olímpico durara tan poco en el tatami del elegante Nippon Budokan de Tokio.
“Las declaraciones fueron como soy yo: frontales y directas. Espontáneas, es la palabra”, describió el matiz de su discurso luego de la eliminación por ippon, la vía rápida en el yudo, ante el búlgaro Ivaylo Ivanov. Sus frases “pido disculpas”, “a mí no me aprovecharon, ni respetaron” o “terminé vendiendo mi auto y durmiendo en un aeropuerto” lo convirtieron en tendencia en Twitter apenas habló. “Siempre habrá gente que critique. Hay personas que están detrás de una computadora y se dedican a eso. Valoro el apoyo que estoy teniendo”, agradeció Lucenti.
El tucumano remarcó el poco apoyo que tuvo en el ciclo olímpico que finalizó y que, sumado a situaciones personales, generaron desgaste físico y emocional también. “Pero no quiere decir que por eso perdí, pero sí, se podrían haber hecho diferentes las cosas”, explicó Lucenti.
El yudoca especificó que antes de viajar a los Juegos Olímpicos, habló con Inés Arrondo, secretaria de Deportes de la Nación. “Le expliqué mi situación y no estaba al tanto. Ese fue el único acercamiento que tuve y creo que fue bueno”, calificó Lucenti. No deja de ser llamativo que la ex Leona no haya tenido un poco de conocimiento del tucumano. El yudoca quedó varado por la pandemia junto a su pareja e hijo en Georgia adonde fue a buscar roce competitivo del mejor nivel. La resolución de su caso tuvo mucha repercusión mediática, ya que la solución vino gracias a un empresario cordobés, Ricardo Fernández Núñez, el mismo que ayudó a nueve parejas argentinas que no podían conocer en Europa a sus hijos de vientres subrogados.
Esa angustia que tuvo que pasar Lucenti fue una de las que generó el desgaste emocional. Tan parecido al que tuvo a lo largo de su carrera para obtener recursos económicos. Y ese, en menor o mayor medida, parece ser un punto en común en las historias de todos los atletas olímpicos.
En Argentina el deportista de alto rendimiento que es exitoso parece serlo “pese a”, y no “gracias a”. Hasta en la vida de la misma Paula Pareto que hace pocos días, también en Tokio, puso punto final a una etapa deportiva legendaria para el país hay de ese tipo de situaciones. Los viajes internacionales, en sus inicios, su familia los costeaba de alguna manera, por ejemplo.
Sin alejarse demasiado de tierras tucumanas, en estos días, Gonzalo Navarro busca enérgicamente apoyo económico. El número uno del ranking nacional de la categoría hasta 67 kilos de karate y que participó en el preolímpico de París, necesita realizar una gira por Egipto, Rusia y Azerbaiyán. Cuando golpea una puerta con una mano, la otra sostiene tres hojas: una nota es el pedido que firma él mismo, la otra es una constancia de la Federación Tucumana y la tercera, su currículum deportivo donde resume sus múltiples logros. Navarro quiere estar a la altura, tal como también lo dijo Lucenti con respecto a los Juegos Olímpicos, para una competencia internacional en la que ya tiene su lugar asegurado: el Panamericano de karate en Punta del Este.
Lucenti se preguntaba apenas consumada su derrota qué hubiese sucedido con más roce internacional. Quizás, al menos hasta que las políticas deportivas no cambien y sean más eficaces, esa pregunta se repita en más atletas y ocasiones. O lo que sería más dramático es que los interrogantes se modifiquen al punto de pensamientos que afecten las raíces del deporte. ¿Quiero que mi hijo tenga aspiraciones de ser un atleta que represente al país? Testimonios como los de Lucenti no alientan a que la respuesta sea afirmativa. Acciones como las que Navarro debe encabezar, menos.
Por otra parte está lo deportivo. Lo que pasa arriba de la colchoneta y lo que le pasó a Lucenti ante el búlgaro, nueve años menor que él, iba a suceder con o sin preparación en los países más competitivos del mundo, durmiendo o no en un aeropuerto. Ivanov ejecutó impecablemente una variante del ippon conocida como “seoi nage”. “A la lucha no la volví a ver todavía. No me da mucho margen de análisis”, explicó el hombre de 36 años sobre los 24” que duró el combate. “Estaba esperando que me pase la mano por arriba. Como me llevaba altura, era lo lógico. Me salió con algo que no esperaba y no lo vi”, relató.
Lo que durará más es el tiempo de reflexión para dar los siguientes pasos en su carrera deportiva. “Hoy, la primera opción sigue siendo ser competidor, a mí me gusta estar arriba de la colchoneta. Con los meses iré evaluando”, adelantó Lucenti, que no descarta intentar clasificarse a París 2024.