Fernando Mate de Luna se llamaba. Parece que fue ayer. Llegó con los vecinos y con los trastos de Ibatín a cuestas, se detuvo, miró al cerro, miró al río, bajó del caballo y dijo “acá”. Y ese “acá” fui yo. Un descampado. Alrededor levantarían el Cabildo, una iglesia y unas pocas casas. Punto. ¿Plaza? Ni me hagan acordar. Hubo que esperar tanto... ¿Cuánto? ¡Siglos! Pero la magia ya estaba hecha, así que desde ese momento empecé a latir.
Una vez me explicaron que el alma de Tucumán es el azúcar y seguramente algunos podrían discutirlo. Lo mío, en cambio, es inapelable. Soy el corazón que nació fundacional, que todo lo vio, todo lo sintió, todo lo disfrutó y todo lo sufrió. Alguna que otra arritmia me tuvo a maltraer y también me acechó la amenaza de un infarto. Es que no soy un corazón viejo, pero acepto que hace rato dejé de ser joven. Digamos que transito una madurez no tan serena. Gajes del oficio.
Estoy desde el comienzo, cuando Tucumán era una promesa y sobre mi piel de tierra y malezas pastaban los animales. En verano llegaban las tormentas y en algún rincón me hacía laguna. Mientras tanto le transmitía el pulso al caserío colonial que algún trasnochado se animaba a llamar ciudad. Fue una época apacible, cansina como la siesta, tanto que parecía suspendida en el tiempo.
Hasta que a Tucumán le subió la presión y la fiebre de la Independencia me obligó a latir con mucha más potencia. Había que irrigar ese cuerpo palpitante de la Batalla y del Congreso. Lástima que los gritos sagrados no fueron sinónimo de paz. Porque me llené de sangre, y no precisamente de la mía. Unitarios y federales fueron y vinieron, si habré visto cosas... Y un día llegaron con una pica y una cabeza clavada en la punta. Y ahí la dejaron, frente al Cabildo. Lo que hablamos con Marco Avellaneda en esas noche de polvo y espanto es un secreto que juré no revelar.
Plaza, lo que se dice plaza, recién fui allá por 1859. ¡Plantaron árboles, qué emoción! Los naranjos me regalaron eso que me faltaba: un aroma. Trazaron caminerías también y hasta pusieron cadenas a la vuelta porque ya no era un corral, sino un paseo. Me llamaron Libertad, después fui Independencia, ¿volverán a bautizarme en un futuro no tan lejano? Hace tiempo aprendí que de los tucumanos todo puede esperarse...
En fin, por suerte removieron un par de armatostes de lo más incómodos que me habían insertado en el medio. Primero una pirámide, después una columna. Insulsas y olvidables. Qué buena noticia fue entonces el regreso de Manuel Belgrano; lo había conocido de carne y hueso y lo reencontré de bronce. Un caballero. Me dolió saber que se marchaba a una plaza propia, pero la angustia se esfumó cuando vi llegar a Lola Mora con su Libertad. Nunca había un recibido un obsequio tan bello, lo confieso. Nos hicimos íntimas y hoy la siento una hermanita inseparable. A veces me daba envidia cuando se quedaban arrobados mirándola, pero ya se me pasó. Supongo que si un día, cualquiera sea el motivo, alguien intenta llevarse la Libertad, me van a sentir temblar. No sé de lo que soy capaz. Hasta podría dejar de latir...
¿Cómo me trató el siglo XX, problemático y febril? Y... hubo de todo. Momentos en los que se preocuparon por mí, otros en los que quedé relegada. Cambié muchísimo. Extraño la fuente, tan linda, que daba a la calle San Martín. Extraño la pérgola y los quioscos. Extraño algunos queridos árboles que fueron talando; todavía me resuena el saludo matutino de esas raíces que se llevaron a la rastra. Extraño los bebederos que refrescaban y me refrescaban. Para nostálgica nadie me gana.
Soy corazón y soy testigo. Veo el progreso, la tecnología, ya casi nada me asombra. Pero hay vasos comunicantes que me permiten escudriñar en otro plano. Soy un corazón que sabe descifrar el lenguaje de otros corazones, esos que me recorren desde el primer día. Poseo un tercer ojo, un poder chamánico, la capacidad de discernir bondades y maldades. Me gustaría descubrir por qué yo. Sé lo que anida en los corazones tucumanos. A veces me maravilla, a veces me asusta.
Fui escenario de festejos, de músicas, de plegarias; también de dolores, de persecuciones, de protestas. Supongo que para eso estoy aquí. Ya lo dije: todo lo presencié. El ciclo de la vida se repite mientras sigo latiendo y no dejo de pensar que, aún así, Tucumán no deja de ser una promesa.
Este es uno de esos momentos en los que todos hablan de mí. Me pusieron como nueva y en cuestión de horas podrán recorrerme, admirarme, tal vez -es más ruego que anhelo- empezar a cuidarme. Si se animan, pueden ir un poco más allá. Hacer un esfuerzo e intentar sentirme. Cuando sopla la brisa suave del crepúsculo, o bajo las estrellas, o durante los gloriosos amaneceres tucumanos, soy un corazón que invita a abrazar sus latidos.