“Cierren las puertas/ se escucha en el pueblo/ es viento de julio/ y ahora trae duelo”.
“El viento de julio” preanuncia la pena que desde ayer invade la cultura norteña. Se fue Gerardo Núñez a componer junto a su hermano Pepe en otro lugar, como lo hicieron con este retumbo. Pocas uniones fueron tan fértiles como la de estos salteños afincados tucumanos cuando vinieron a estudiar en la segunda mitad del siglo pasado (Gerardo se recibió de arquitecto), para quienes las fronteras eran simples referencias, tanto en lo artístico como en lo geográfico. Por eso las borraron al trascender el país y América Latina con sus temas, que no se limitaron a estilos ni géneros. Fueron folcloristas, sí, pero antes que nada artistas populares. De hecho, comenzaron en su provincia natal con música caribeña en “Los guajiros”.
Hablar en singular es difícil cuando para todos eran los Hermanos Núñez. Gerardo sobrevivió a Pepe dos décadas, hasta este reencuentro. En ese tiempo en soledad profundizó su faceta creativa y se consolidó como uno de los pocos patriarcas musicales que quedan en el NOA. Sus herederos (de todas las generaciones) se sumaron en una despedida desgarrada de quienes se saben huérfanos. La memoria queda ahora para honrar y cada canción suya que se entone, para mantenerlo vivo.
Así lo reafirma Lucho Hoyos, en diálogo con LA GACETA: “Tuve la dicha de ser alumbrado por su luz, con todo lo que ello significa. Por eso me derramo de tristeza, pero no lo lloro. Lo seguiré celebrando cada vez que lo recupere en tantas canciones. Es el destino de los grandes: iluminar”. El músico compartió escenario con Gerardo “de todas las maneras posibles, como alumno y acompañándolo”. “Gracias por ser, por estar y por seguir, porque ese es su más grande logro, seguir estando, pretensión de tantos y dicha de pocos”, añade.
“Y no se equivocan/ los veo con prisa/ soy viento de muerte/ y violo rendijas”.
El dúo creativo de los Núñez (el letrista y el guitarrista, indivisibles para que un tema trascienda el tiempo) construyó un universo de chacareras (“La del 55”, sin ir más lejos), gatos (“Para el Aredes”), tonadas (“Tristeza” y su camino desparejo ), cuecas (“El cumpita”) y zambas (“Color ternura”), entre otros ritmos.
En ellas, los espacios y los personajes de la ciudad se reflejan en su más cercana intimidad. Su canto no era simplemente descriptivo: iba al fondo de la idea y de la representación simbólica de los protagonistas de las historias que se contaban, sello distintivo del Nuevo Cancionero Argentino de los 60. Por eso es que también había lugar para los homenajes, como el realizado a Hilda Guerrero, asesinada en la represión a las marchas populares contra el cierre de ingenios en 1967.
Su aporte a la renovación del folclore fue trascendental, con la incorporación de otros ritmos que enriquecieron su universo conceptual. El disco doble que Quique Yance venía preparando con su obra servirá de sentido y profundo tributo. “En junio llegaste y en junio te fuiste cumpita. Tantas charlas de mate cocido y bollo, tantos brindis, tantos proyectos y sueños que parecían imposibles y que ahora están materializados. No me alcanzarán los días para agradecer haberte conocido. Bendigo tu sabiduría, tu apertura y tu visión de futuro. Tu llama no se apagará nunca”, asegura el taficeño.
“En julio bailo/ mi danza en los cables/ y muerdo sin calma/ pero sólo voy viento/ y julio me manda”.
Y así como no sabía de límites en la música, tampoco los tuvo en la edad; por eso Gerardo atravesó generaciones y es un referente sin hablar de los años de cada uno, como cuando formó Trealilo con Café Valdez y Ariel Alberto.
“Lo conocí de jovencita; lo veía como una eminencia, un señor mayor, a quien le gustaba la reunión, el sabor de la comida y del vino siempre acompañado de música. El hacía fuerza para reír, por la alegría, por la vida, siempre empujaba la carcajada para afuera y el debate hacia la profundidad; alentaba la nueva canción y construyó las canciones históricas que están vigentes y presentes. Supo renacer y legar una inmensidad. Sus obras son casas donde vivir, un lugar al que volver, el riego de la tierra propia”, dice Nancy Pedro, delegada regional del Instituto Nacional de la Música.
El vínculo afectivo que tuvo con tantos se expresó con la respuesta inmediata a los pedidos de donación de sangre de los últimos días de su enfermedad. Atravesado por el dolor, Gustavo Guaraz lo despide en las redes: “Fuiste un padre para mí, en todo sentido. Me llevaste de la mano por el diapasón de la vida. Agradezco infinitamente todo lo compartido desde tu corazón. Te amo y sé que vives en mí. Gracias por haber llenado de colores el pentagrama, por esas canciones que marcan un rumbo diferente y bello, por tus palabras, por tu tiempo para enseñar a los más jóvenes. Hasta siempre Padre, amigo y maestro”.
“La pena, lo pienso,/ no viene conmigo/ está aquí en el pueblo/ que no tiene abrigo”, concluye “El viento de julio”. Y, como dice, el dolor se quedó arraigado en muchos corazones con su partida, necesitados de un poco de calor.
A los 87 años, Gerardo Núñez transita otros territorios; queda la ilusión de que alcanzó lo que él cantó en “Basta de espejitos”: “quiero ser halcón cuando me muera./ ¿Y si no soy halcón?/ Árbol coposo,/ parado solo en la mitad del llano,/ pero con algo mío/ casi humano/ corriendo por mi cuerpo silencioso”.