Según la información que existe y se divulga en todos los medios, el objetivo de lograr una mitigación del cambio climático se destaca entre los desafíos prioritarios que enfrenta la humanidad.
El mundo asume que la principal causa de este fenómeno son las emisiones de CO2, derivadas de una economía enormemente dependiente de los combustibles fósiles.
Según señalan los directivos de la Sociedad Argentina de Técnicos de la Caña de Azúcar (Satca), el acuerdo de París de fines de 2015, firmado por casi 200 países, definió metas para que hasta fines de este siglo- la temperatura global no aumente más de 2° C, respecto de la era preindustrial y, en lo posible, que ese parámetro se mantenga acotado a 1,5° C de aumento.
Pero a pesar de los compromisos asumidos por los distintos países, la situación está lejos de encaminarse; y las proyecciones señalan que como vamos ahora con las metas comprometidas, para fines de siglo la temperatura podría incluso aumentar 2,9° C, respecto de los valores de referencia.
Se encendieron muchas luces de alerta, que están llevando a redefinir metas; sobre todo, entre los países más desarrollados, que son los mayores responsables de las emisiones.
El sector energético mundial está en crisis, según la Agencia Internacional de Energía (AIE). Recientemente, esta institución destacó la urgencia de cambiar el modelo mundial. Cero emisiones de gases de efecto invernadero para 2050 es el objetivo de la AIE, ya asumido tanto por Estados Unidos como por la Unión Europea. En términos de combustibles fósiles, esta agencia considera que los principales obstáculos son el carbón, el petróleo y el gas natural, al punto que ahora pide dejar de buscar yacimientos de petróleo y de gas.
Entre los principales factores a corregir, se destaca el segmento de movilidad, que demanda cerca de un tercio de la energía mundial, y que hasta ahora utiliza casi exclusivamente fuentes fósiles. La solución de fondo en materia de movilidad pasa por discontinuar los motores de combustión interna, que además de su baja eficiencia energética (cercana a un 30% para nafteros de ciclo Otto, o cercana a un 40% para gasoleros de ciclo Diesel), se destacan por utilizar combustibles fósiles que desentierran y suman carbono a la atmósfera, todavía sin obligaciones claras para recapturarlo o compensar el daño ambiental que ocasionan.
El reemplazo que todo el mundo avizora es el avance hacia la electromovilidad, que además de tener más del doble de eficiencia energética -de acuerdo con las características propias de cada país- presenta distintas opciones limpias para su abastecimiento de electricidad.
Alcanzar la neutralidad de carbono para 2050 en movilidad, implica que la transición debe darse con al menos 15 años de anterioridad, correspondiente a la vida útil promedio de los vehículos. Debido a ello en el mundo desarrollado la discontinuidad de los motores de combustión interna se está anticipando para 2035. Los vehículos movidos con nafta y gasoil tienen los días contados. Países europeos como Alemania y el Reino Unido se proponen prohibir la producción de esos vehículos a partir de 2030. China y Estados Unidos lo harían desde 2035. En abril de 2021, GM fue la primera gran montadora en establecer un mandato para cambiar la llave de la producción a vehículos 100% eléctricos en 2035. VW está en ese rumbo, con la contundente propuesta de modificar su nombre: en lugar de Volkswagen (en alemán, “el auto del pueblo”) pasaría a denominarse VoltWagen (en el ese mismo idioma, “el auto de los voltios”), lo que marca claramente su migración hacia la electromovilidad.
En el informe de la Satca se indica que los países “chicos” -como Argentina- difícilmente podrán retrasar mucho este cambio de paradigma. Nuestras plantas solo ensamblan pocos miles de unidades al año, con partes que provienen de todo el mundo. Será difícil que automotrices que operan a escala global, mantengan mucho tiempo plataformas de producción chicas y, sobre todo, que sigan abasteciendo a precios competitivos repuestos para modelos discontinuados en los grandes mercados.
Más allá de los compromisos asumidos en los acuerdos de cambio climático, la Argentina debe asumir que se vienen cambios impensados en materia de movilidad, y que deberá adaptarse sí o sí a los nuevos escenarios.
Por las características de nuestro país, tenemos la ventaja de una amplia oferta de biocombustibles, que son fuentes ideales para obtener hidrógeno y, a partir de este, electricidad, que constituirían una base sustentable para una inigualable bioelectromovilidad. Para la transición desde los motores de combustión interna, los biocombustibles son también ideales para avanzar con nuestra propia descarbonización.
Esperemos que los diputados que trabajan en la nueva ley tengan en cuenta a los técnicos que estudian estos temas.