De tantas idas y vueltas con los barcos, Litto Nebbia y otras barbaridades no queda más remedio que meter la cabeza en la biblioteca con la intención de dilucidar la verdad. Entre los libros de Octavio Paz aparece uno pequeñito titulado Corriente alterna. En él se desgranan artículos sueltos que alguna vez fueron notas de prensa. Al comienzo, el premio nobel mexicano hace una advertencia. Dentro de ella queda una frase flotando: “Creo que el fragmento es la forma que mejor refleja esta realidad en movimiento que vivimos y que somos. Más que una semilla, el fragmento es una partícula errante que sólo se define frente a otras partículas: no es nada si no es una relación”.

Un pedacito de nuestra historia empezó a circular el viernes por la noche cuando se difundió un video. En esa pequeña secuencia de película se ve a un juez, fuera de sí, enardecido, bajarse de su camioneta y salir despedido a patearle el traste a un motociclista que acababa de chocar contra el vehículo del magistrado. Luego de que echa a patadas a la persona que colisionó contra él, levanta la moto y la vuelve a arrojar contra el pavimento.

Es un fragmento insignificante de nuestro presente. Pero como diría Octavio Paz es “la mejor forma de reflejar la realidad en movimiento que vivimos”.

No se trata de un hecho aislado que ocurrió ocasional e inesperadamente en la esquina de avenida Aconquija y Rubén Darío. Es un hecho que se repite diariamente en los más diversos lugares de la provincia. Hay 10 características comunes que se reiteran y porque se repiten –justamente- pocos están dispuestos a hacer algo. Veamos: 1) Un hombre fuera de sí. 2) Una moto protagonizando un accidente de tránsito. 3) La imprudencia en las calles. 3) La falta de respeto al prójimo. 4) Un celular prendido para atestiguar lo ocurrido. 5) El que justifica la violencia porque el motociclista ya está estigmatizado por no cumplir las normas. 6) El que defiende al conductor de la moto porque simplemente el otro en cuestión tiene una camioneta y por lo tanto, más dinero. 7) Los que están a la vuelta, paralizados, sin hacer nada, dejando que la violencia haga de las suyas. 8) De las decenas de transeúntes, la gran mayoría miró u opinó, pero no actuó, ni para detener al agresor ni para defender al agredido. 9) Como en muchos de los casos de robos, está será una causa sin importancia para la Justicia porque no hubo víctimas. 10) En el caso de la Policía ocurrirá lo mismo.

Imprescindibles ausentes

Es aquí donde debe actuar la política. Cada una de las 10 propiedades que carga esta partícula de la realidad tucumana contiene una acción directa para que la política intervenga y pueda mejorar la vida de los ciudadanos. La Municipalidad de Yerba Buena, que es donde se produjo el hecho, no parece tener un trabajo especial sobre el tránsito y menos aún sobre la convivencia de las motos con los demás vehículos. En la Capital también tiraron la toalla. Lo más imaginativo ha sido hacer controles.

Pero hay algo mucho más grave en este fragmento de la vida tucumana. Uno de los protagonistas de este pasaje no es un ciudadano común. Uno de ellos es Orlando Stoyanoff, quien se desempeña como juez en los tribunales provinciales. Y, un magistrado tiene muchas más responsabilidades y prerrogativas que cualquier otro habitante de esta comarca. Tienen privilegios impositivos que se justifican por la trascendencia e importancia de sus sentencias, de sus decisiones. Poseen remuneraciones altas porque se los considera personas especiales dentro de la sociedad. En otras épocas cargaban una pesada mochila de ética que les impedía tener conflictos familiares, ejercer el comercio y hasta salir de juerga. Un juez no debería bajarse de su camioneta a patear a otro ciudadano, por más perjuicio que hubiera sufrido y por más que se viva en tiempos de pandemia donde todo es horrible y donde a veces a las manos no les alcanzan los dedos para contar amigos o conocidos muertos. Nada justifica tanta violencia y menos en un magistrado.

Hasta el momento en que estas palabras van llenando el espacio prefijado por el editor la Corte Suprema de Justicia no se ha pronunciado por la equivocada actitud de uno de sus magistrados.

¿Qué hará el Poder Legislativo? Es impredecible. De acuerdo con lo que viene enseñando su accionar, se ajusta a la lógica de las ganancias y las pérdidas de elecciones o de poder. No se ajusta de acuerdo con acciones para reglar conductas o ayudar a que funcione mejor la sociedad. El mejor ejemplo de oportunidades perdidas lo dio la Legislatura el año pasado cuando el camarista Enrique Pedicone denunció que el vocal de la Corte Daniel Leiva le había pedido que actúe de una manera especial en una causa que involucraba a un legislador de la oposición. La Legislatura, con su presidente Osvaldo Jaldo al mando del pelotón, no paró ni un minuto hasta que fusilaron –y destituyeron- al denunciante: a Pedicone. En cambio, a quien peor habría actuado éticamente lo dejaron disfrutar de la vida sin problemas, como si las conductas ejemplares no fueran importantes para la sociedad. Por eso quedan justificadas muchas de las características del episodio de Rubén Darío y avenida Aconquija. ¿Para qué meterse o actuar si, al fin y al cabo, a quienes tienen la riendas del poder pareciera importarles otras cuestiones?

Curioso heredero

El domingo pasado se detuvo para siempre el reloj de la vida de Julio Miranda. Ese instante, como suele hacerlo siempre la muerte, obliga a repasar distintos fragmentos del pasado que fueron poniendo en movimiento el presente. Inevitablemente fue recordado como el último gobernador peronista. Después de su gestión pasaron casi 18 años y los que lo sucedieron lo hicieron en nombre del justicialismo. La muerte del ex mandatario provincial abrió un debate. Indiscutiblemente fue un hombre al que no se le subió el poder a la cabeza como a otros y se mantuvo con humildad soportando los tironeos de sus principales adlátares. Pero también fue la bisagra de los gobiernos peronistas de Amado Juri y Fernando Riera y del peronismo de Olijela Rivas, que quedaban a sus espaldas, y de los que vinieron en delante: José Alperovich y de Juan Manzur.

Difícil entender porque ese peronista dejó como príncipe heredero al radical que terminó poniéndole precio al ejercicio de la política.

Patiperreando

A ese Alperovich le rindieron pleitesía los actuales gobernantes de Tucumán. Juan Manzur fue la sombra de quien lo antecedió en el poder y no hace falta recordar que Jaldo llegó a jurar en Buenos Aires por Alperovich, el mejor gobernador de la historia de Tucumán. Consta en actas del Congreso esa fidelidad. Después todo se rompió. Las luces de la gran ciudad parece que confunden al hombre de Trancas. En estos días anduvo caminando por aquellas candilejas. Ya lo había hecho otras veces y apenas aterrizaba en Tucumán se ocupaba de que sus ejércitos de seguidores salieran a contarle, inclusive a los espejos, cómo le había ido a Jaldo en la metrópoli. Detallaban con quién había hablado y hasta mostraban fotos de las callecitas de Buenos Aires por las que patiperrearon él y sus eventuales acompañantes. Esta vez, en cambio, todo se mantuvo en el anonimato. Como si el vicegobernador no tuviera muchas ganas de contar cómo le fue en sus andanzas.

La historia nos ha enseñado que cuando un dirigente político viaja a Buenos Aires lo hace en calidad de mendicante. Desde Riera hasta estos tiempos el gobernante viaja a la espera de volver con algo desde Buenos Aires. Jaldo –y sus amigos de las redes sociales y de los foros- no contaron cómo les fue. Hay quienes dicen que volvió con una sugerencia: ser candidato en 2021 de la lista oficialista. No era lo que esperaba el vicegobernador que en Buenos Aires busca que la balanza le dé un poco más de peso ante la dirigencia que hasta ahora sólo viene apoyando al canciller. En Buenos Aires nada importa mucho; sólo sumar votos. Y eso pasa en el oficialismo y en la oposición.

Son apenas fragmentos que van desgajándose en la vida tucumana pero que, indefectiblemente, construyen el presente. Las partículas de los próximos meses dirán -otra vez- que las decisiones de Tucumán se toman en Buenos Aires y que los dirigentes responden obedientemente por cuestiones dinerarias antes que ideológicas, políticas o de convicciones personales.

Y seguramente, habrá muchos más fragmentos de violencia en el tránsito porque la construcción de una sociedad necesita de partículas muy pequeñas donde la ética y el respeto al prójimo sean la esencia.