Las revoluciones, como la del 25 de mayo de 1810, son complejas, convulsivas y atrapantes. Se desenvuelven en determinados escenarios internacionales. Según la historiadora María Sáenz Quesada se estaba ante un nuevo equilibrio mundial impuesto por países europeos que estaban en plenas tareas para sus particulares desarrollos capitalistas. Bonaparte, en nombre de la Revolución Francesa, consolida su poder en Europa con sus victorias sobre Austria, Prusia y Rusia. Inglaterra, mientras tanto, ratificaba su dominio sobre los mares cuando en la Batalla de Trafalgar derrocó a la flota francoespañola. Estos hechos aceleraron la separación entre España y sus dominios coloniales. La derrota en la guerra naval significó una catástrofe para España. Al destruir su flota se quiebra su vínculo material con la metrópoli y sus dominios. No solamente con el Río de la Plata sino con Nueva España, Nueva Granada, Perú y la Capitanía general de Chile. Ahora, dicha relación va a depender de los aciertos o no de la política de Madrid y de la buena voluntad de los criollos. Las fuerzas militares regulares eran relativas. Había unos mil hombres en el Río de la Plata y la oficialidad española, que llevaba muchos años, se había acriollado. Los criollos elevaron su prestigio cuando ante la incapacidad española rechazaron a los ingleses en 1806 y 1807. Un hecho poco conocido, a cuya importancia no se le dio magnitud es que el Virrey Sobremonte, al no hacer frente a los ingleses, había sido depuesto por el Cabildo y por una Junta de Guerra. Este tipo de acontecimiento, por sí mismo, tipifica, en cualquier parte del mundo, una acción revolucionaria. Como, también, la reconquista de Buenos Aires encabezada por Santiago de Liniers a cargo de paisanos a caballo. Las jornadas del 25 de mayo de 1810 van a estar "alimentadas" por una situación mundial determinada y por acontecimientos como los de las invasiones inglesas.

Pedro Pablo Verasaluse

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